¿No soy Charlie?

¿No soy Charlie?

Claro que puedes decir y sentir que no eres Charlie, pero esta afirmación no debe poner en entredicho el fundamental derecho a satirizar y desacralizar cualquier idea, pretendiendo promover la censura o, peor, encerrar la peregrina idea de que lo sucedido en París fue merecido.

Lo sucedido en París fue espeluznante. Tres días de terror saldados con al menos 20 personas muertas y varias heridas. El peor ataque a Francia desde la Segunda Guerra Mundial. Ante el asesinato de los caricaturistas de Charlie Hebdo, el mundo se unió bajo el lema "Je Suis Charlie", "Yo Soy Charlie". Fue tanta la conmoción por el horror causado que hasta regímenes que reprimen impunemente la libertad de expresión como el de Venezuela y Ecuador se solidarizaron por la masacre de los caricaturistas (lo que no deja de ser tristemente irónico). Pero pronto apareció también otro lema, bajo el que se agruparon pensadores y líderes tanto de la extrema izquierda como de la extrema derecha, "Yo No Soy Charlie".

Las razones esgrimidas fueron muchas. Desde las más descabelladas hasta otras más equilibradas. Por ejemplo, que "occidente" asesina diariamente. Sin ruido" y que "El Pentágono y la OTAN bombardean y destruyen países enteros, asesinan a millones, cada día. Que los dibujos de los asesinados no son "inocentes caricaturas hechas por librepensadores, sino que se trata de mensajes, producidos desde los medios de comunicación de masas (...), cargados de estereotipos y odios, que refuerzan un discurso que entiende a los árabes como bárbaros a los cuales hay que contener, desarraigar, controlar, reprimir, oprimir y exterminar."

Jean Marie Le Pen, patriarca y fundador del partido de ultraderecha francés Frente Nacional también declaraba: "Lo siento mucho, yo no soy Charlie". "Estoy afectado por la muerte de una docena de compatriotas franceses, pero no voy a luchar por defender el espíritu de Charlie, que era anarco-troskista".

En mi país, Ecuador, especialmente sensible al tema por el cerco cada vez más apretado que el gobierno ejerce sobre la prensa y los medios, también surgieron posiciones similares. Hubo incluso quien afirmó que "los Derechos se reclaman, se ganan, se conquistan y se defienden, pero también se merecen", inaugurando prácticamente una nueva doctrina sobre derechos humanos en la cual éstos no son inherentes a las personas, sino que éstas tienen que comportarse bien para ser merecedoras de su protección. O que "lo cierto del caso es que OCCIDENTE ha hecho méritos más que suficientes para merecer lo que le está ocurriendo. Y no de ayer: desde siempre por racista, excluyente, violento, imperialista y esclavista". Otros abogaban por poner restricciones a la libertad de expresión y hubo algunos que llegaron a afirmar que todo el asunto es un complot entre el "sionismo" y la extrema derecha para fomentar el odio a los musulmanes y radicalizar la xenofobia en Europa.

Ahora bien, más allá de estos exabruptos, creo que cualquiera puede preguntarse si en realidad "es Charlie". Digamos que soy católico y de pronto veo la caricatura de una orgía en la que los tres miembros de la Santísima Trinidad se sodomizan unos a otros, creo que me sentiría bastante ofendido. No se diga los musulmanes, para cuya ala más radical el sólo dibujar a Mahoma es un sacrilegio, peor aún satirizarlo. Se entendería entonces el rechazo a afirmar "Yo Soy Charlie".

Sin embargo, antes de hacerlo, creo que hay que tener en claro ciertos aspectos importantes. Primero, la Legislación internacional de derechos humanos protege únicamente a las personas, y en algunos casos a grupos específicamente señalados, y garantiza la libertad de culto, pero no protege entidades abstractas como valores, religiones, creencias, ideas o símbolos. La religión, los objetos religiosos y las mismas deidades pueden ser objeto de crítica y burla, aunque esto ofenda y moleste a muchos. No hay ni puede haber norma alguna que permita censurar dichos actos.

En segundo lugar, las sátiras de Charlie Hebdo no están dirigidas únicamente a los musulmanes, o a los cristianos, sino a todas las religiones y al poder en general. Desde Hollande hasta Le Pen, desde Jesús hasta Mahoma. Todo ha sido objeto de burla por parte del semanario. Nada ha sido sagrado para ellos. Ni su propia tragedia. Creer que es una publicación ideada desde el poder o desde el oscuro y tenebroso "Occidente" -lo que quiera que eso signifique- para atacar y provocar al Islam es ser bastante corto de miras, por decir lo menos.

Tercero, las normas internacionales de derechos humanos que amparan la libertad de expresión no sólo protegen la opinión e información que pueda ser recibida favorablemente y sin debate, sino, sobre todo, aquella que resulte ser controvertida, escandalosa, ofensiva o insultante, y los medios tienen derecho a publicarla y el público tiene derecho a conocerla. La posibilidad de satirizar, desacralizar, trivializar y burlarse de cualquier idea es esencial para el crecimiento de cualquier sociedad y, sobre todo, para la democracia, de la que la libertad de expresión es un pilar básico. El único límite posible es la responsabilidad ulterior.

De esta forma, lo que está en juego aquí no es si uno se siente ofendido o no por las publicaciones satíricas de Charlie Hebdo. Tengo derecho a estarlo, pero no existe el derecho humano a no ser ofendido. Lo que está en juego es el significado del asesinato de esos caricaturistas, que no es otra cosa en un vil ataque a la libertad de expresión, conformándose una forma extrema y sanguinaria de censura. Es un ataque dirigido a silenciar a periodistas, motivado por su trabajo y con la intención de intimidar a otros a través de un mensaje horripilante. De eso se trata el terrorismo. Así, no sólo es un delito contra las personas, sino también un crimen horrendo contra la libertad de expresión, los derechos humanos y la humanidad entera.

En definitiva, por supuesto que puedes decir y sentir que no eres Charlie, pero esta afirmación no debe poner en entredicho el fundamental derecho a ofender, satirizar y desacralizar cualquier idea o pensamiento, pretendiendo promover la censura previa o la autocensura o, peor aún, encerrar la peregrina idea de que lo sucedido en París fue bien merecido, porque entonces estás quedando como un idiota, y tengo derecho a decírtelo.

#JeSuisCharlie