Arde el clima

Arde el clima

Paisaje de la Reserva Natural en San Martin de Cereixedo (Lugo) afectado por la oleada de incendios en Galicia. EFE/Eliseo TrigoEFE

El clima está que arde en la península ibérica, sujeta al marasmo secesionista en el noreste y a los incendios de Portugal, Galicia y Asturias en el noroeste. Pocas veces la pesadumbre civil se ha visto tan compungida por la magnitud de las catástrofes incendiarias de este año, el más caluroso y seco de los últimos veinte y el más proclive a los desgarros del páramo político. Es un tiempo que algunos aprovechan para sacar sus tajadas del minifundio partidista, tanto o más que de los egoístas intereses de las concesiones de prevención de incendios, basadas en el lucro antes que en la estrategia inteligente de protección de los bienes comunes.

Marc Castellnou como Inspector de los Bomberos de la Generalitat de Cataluñ, jefe de los GRAF, (un equipo de especialistas en incendios forestales), ya expuso en julio de este año algunas ideas que resultaron ciertas en cuanto a la inversión exclusiva en extinción y no en gestionar el territorio, en las condiciones del cambio climático. La gestión del territorio evitaría según Castellnou, que "nuestra sociedad, con la mejor intención para defender sus bosques, está asegurando que mañana no haya". La amarga experiencia nos ha confirmado que las llamas traspasaron las fronteras, cruzaron el Río Miño y afectaron también a muchos núcleos habitados, como dijo Castellnou: "Nos falta entender que realmente nos puede pasar. Portugal ahora tiene un incentivo para cambiar, pero se trata de cambiar la política, y eso implica cambiar la economía y la relación de la sociedad con un paisaje".

Este año ya era, en agosto de 2017, el tercer peor año de la década según el MAPAM: 8.785 incendios se produjeron en España hasta ese momento; también fue, para mayor indignación, el año del incendio en el Parque Nacional de Doñana. En Portugal, que ya sufrió un tremendo incendio en junio que se cobró la vida de 64 personas y quemó más de 65.000 hectáreas, se ha vuelto a reproducir la catástrofe en un octubre extraordinariamente caluroso y fuera de lo común en cuanto a la sequía previa. El huracán Ophelia y las condiciones ambientales provocaron múltiples intervenciones criminales concertadas, con más de 40 vidas humanas y miles de animales, de hectáreas de bosques, reservas naturales y, de forma generalizada, han afectado a núcleos urbanos, desde Vigo o Bayona a otros municipios menores.

Los datos son tan apabullantes que impiden ver por qué el bosque se quema y qué nuevas formas innovadoras de prevención habrían de emplearse para evitarlos. Por si no tuviéramos bastante con el aumento de las temperaturas y el efecto invernadero, el calor y la contaminación en las ciudades, sublimamos unos bosques "pasivos" cuya concepción es anticuada: su uso, aprovechamiento y disfrute podrían ser palancas de acción contra los efectos del cambio climático. Las ciudades están desprevenidas, pero no pueden seguir así, a expensas de la fortuna o de la tragedia, en la gestión del territorio que las circunda. Es en las ciudades donde se decide la lucha contra el calentamiento global pero su entorno puede hacerlas vulnerables. Si arden las ciudades arde el planeta.

  Montes arrasados por el fuego en la zona de los Ancares (Lugo) Reserva Natural de Galicia. EFE / ELISEO TRIGOEFE

Tenemos que aprender deprisa a defendernos de la incultura del fuego y de la ignorancia de los métodos innovadores para combatirlo.

Aunque ya antes se había producido el acoso del fuego a las ciudades, (Comunidad Valenciana, costa mediterránea, siniestros en urbanizaciones, etc.) no se puede pasar por alto el hecho de que ahora, - como en California -, los fuegos descontrolados, ya afectan a las ciudades, lo cual añade un elemento de grave preocupación a la investigación y prevención. Si como se ha dicho, hay un "terrorismo incendiario", la labor policial es muy anterior a los incendios, pero más aún lo es la inteligencia estratégica para asociar incendios, política, economía, seguridad, ciudad, islas de calor, erosión, cambio climático, sequía y medios de extinción, dicho todo esto en un apretado resumen.

Como se ve en estos días, pirómanos los hay en todos los sectores, por lo tanto, las políticas y las gestiones de la prevención tienen que multiplicarse; los mapas de riesgo, redibujarse; las acciones escalarse, emplazarse en el tiempo y en el espacio; el trabajo de prevención debe rehacerse en función de una metodología interactiva y avanzada; la vigilancia del fuego debe comenzar mucho antes de su inicio; debe haber información preventiva, con planes urbanos de contingencia evaluables sobre cada escenario; estrategias disuasorias a los incendiarios, coercitivas y persuasivas; planes de alternativas al impacto sobre las poblaciones, al momento, al sitio, al entorno; planes de desalojo y realojo de emergencia.

Las fuerzas de campo y los medios de extinción son el último recurso, ya cuando el fuego tiene lugar. No valen solo los avisos y los abnegados combates contra las llamas. Las ciudades y pueblos, tienen que tener medios de otra índole, porque son núcleos preferidos por los incendiarios, están señalados por intereses económicos, y, además, almacenan combustibles o elementos coadyuvantes a la rapidez de propagación y combustión.

De ahora en adelante, las ciudades tienen que prever su vulnerabilidad al fuego con bastante precisión: cordones neutros, barreras, espacios de protección y oxigenación de parques y bosques y elementos de corte quirúrgico explícito del avance de las llamas en zonas habitadas. Retenes, vigilantes, bomberos y cuarteles deben combinarse con labores de policía del fuego. Los Planes de resiliencia urbana tienen que contemplar la vulnerabilidad a estos acosos, provocados fuera, pero con graves impactos dentro.

Tenemos que aprender deprisa a defendernos de la incultura del fuego y de la ignorancia de los métodos innovadores para combatirlo. No podemos esperar a que el clima arda, como si fuera una plaga bíblica o una conspiración de poderes ocultos.

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