El último ataque contra el arte español

El último ataque contra el arte español

Cristóbal Gabarrón quiere hacer su exposición caiga quien caiga, le da igual la estabilidad de los museos, los criterios artísticos y lo que se ponga por delante.

El artista Cristóbal Gabarrón. Pacific Press via Getty Images

La mejor referencia hoy para entender el futuro del sistema del arte en España es Mad Max. El guerrero de la carretera. A la vista de esta situación puede parecer frívolo dedicar un artículo a la exposición que quiere celebrar Cristóbal Gabarrón en el centro de arte Patio Herreriano de Valladolid para celebrar su 75 cumpleaños con la lógica negativa de su director, Javier Hontoria, pero vamos por partes.

Para quien venga de otros mundos, Cristóbal Gabarrón es un artista nacido en Mula (Murcia) en 1945. Instalado en Nueva York desde 1986, es un casi total ausente de las colecciones, museos y galerías españolas, como de las neoyorkinas y, en general, del resto del mundo. Tampoco podrá fácilmente el lector ver su obra en ferias ni bienales: Gabarrón no ha atraído el interés del sistema del arte internacional. Su estrategia frente a esta realidad fue realmente hábil, trabajó un campo de relaciones en el olimpismo y el círculo social de personajes relevantes, como Juan Antonio Samaranch, lo cual le reportó importantes encargos siempre dentro del terreno de las estructuras diplomáticas internacionales, de manera que ha ejecutado trabajos para instituciones como las Naciones Unidas.

Consciente de que debía tener una presencia en su país y también de su irrelevancia en nuestro contexto artístico, creó su fundación en Valladolid en 1992, concediendo unos premios que le reportaron tres elementos necesarios: peso político, visibilidad y relaciones de agradecimiento con grandes nombres de todo tipo.

Cristóbal Gabarrón quiere hacer su exposición caiga quien caiga, le da igual la estabilidad de los museos, los criterios artísticos y lo que se ponga por delante.

Durante dos décadas Gabarrón mandó en su feudo vallisoletano y, cuando consideró que el terreno estaba abonado, instaló una sucursal de su fundación en Mula, su pueblo natal, y desembarcó en la Región de Murcia, de donde extrajo importantes encargos, ayudas, subvenciones, exposiciones y visibilidad,

pese a que en su entrada de Wikipedia apenas nombra dicha ampliación, que lleva por nombre Casa Pintada.

No hay que ser un experto para situar a Gabarrón, solo hay que leer el extraordinario trabajo de investigación que le ha dedicado Elena Vozmediano, y si se quiere uno esforzar menos, entrar en Wikipedia para, leyendo su currículum, darse cuenta de que prácticamente todo lo que Gabarrón ha hecho en el campo del arte ha sido por cuestiones diplomáticas o políticas, nunca artísticas, y su presencia o reconocimiento en el contexto artístico es nula, pese a que todas sus notas de prensa empiecen con “el mundialmente conocido Cristóbal Gabarrón”. Hay un dicho maravilloso: habla bien de ti mismo que luego no saben dónde lo han oído.

El asunto de su exposición en Patio Herreriano es mucho más importante de lo que pueda parecer porque en juego está la independencia y capacidad de decisión de los museos en un momento crítico. Cuando Gabarrón plantea su exposición, Javier Hontoria, el director -elegido siguiendo las tan poco utilizadas buenas prácticas- se niega, como ya había hecho María Bolaños, directora del Museo Nacional de Escultura, también en Valladolid. Está en su derecho, sin entrar a valorar más cuestiones. Ha sido contratado para hacer una buena programación, no para satisfacer compromisos políticos.

Lo que Hontoria está haciendo es crucial para todos los que formamos el ecosistema del arte en España: está luchando por nuestra dignidad e independencia.

Entonces Gabarrón empieza una batalla para quitárselo de en medio en la que intervienen políticos de alto rango y hasta un exaltado director de periódico local. Quiere hacer su exposición caiga quien caiga, le da igual el Patio Herreriano, la estabilidad de los museos, los criterios artísticos y lo que se ponga por delante, hablamos del tan español puñetazo en la mesa seguido del ”usted no sabe quién soy yo”.

Para Hontoria lo fácil hubiera sido decir “hágase” y recibir palmadas políticas en la espalda, pero no lo ha hecho, jugándose su futuro profesional. Más allá de la mayor o menor afinidad con sus planteamientos artísticos o museográficos, lo que está haciendo es crucial para todos los que formamos el ecosistema del arte en España: está luchando por nuestra dignidad e independencia.

Creo que todos deberíamos posicionarnos en este tema por aquel viejo -pero nunca oxidado- texto de Martín Niemöller que empieza con “primero vinieron a por los socialistas” y acaba diciendo que vienen a por ti. Si no hacemos nada, si el arte español no se expresa en este debate, perderemos mucha de la independencia que no siempre sabemos o queremos pelear.

Nuestra inacción es su triunfo.