Los ocho descubrimientos televisivos de la cuarentena

Los ocho descubrimientos televisivos de la cuarentena

Qué hartura de planos feos, de sonido malo, de miradas al mentón, de guirigay, de amateurismo, de cómicos sin la risa de después, de aplausos de lata...

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No me ha interesado nunca la información deportiva, pero recuerdo quedarme pegada a la tele viendo El día después, en Canal Plus (que como decía Vázquez Montalbán, “es la mirada desde el costado”). Y eso fue gracias a Michael Robinson. El día 28 de abril nos dejó. Michael y yo nos conocimos gracias a Carles Francino, que nos juntó el año 2012, cuando abrió La Ventana. Nos hicimos colegas enseguida. Llevábamos ya varios años frecuentándonos en el estudio de la SER, en el bar de abajo, (donde pasaba horas) cuando lo invitamos a que se viniera a la sección de tele, para hablar de Informe Robinson, otro programón con su sello. Al acabar me abordó en el control y me dijo con su acento imposible, su dicción imposible, que quería consultarme un asunto. Claro, le dije, pensando que quizá necesitaba saber algo sobre televisión, a juzgar por la seriedad con la que me había entrado. Y disparó: 

“Me he fijado en que siempre llevas un anillo del mismo color que la ropa y me parece muy curioso. Pero querría saber qué eliges antes, el anillo o la ropa”. Me reí, le contesté con la misma seriedad y él se quedó contento.

Estos días de cuarentena se han emitido especiales suyos (como aquella maravilla sobre el Mundial de Sudáfrica, Cuando fuimos campeones), entrevistas, reportajes singulares de su mano... y al verlo todo de nuevo, he tenido una certeza: La tele es un lugar peor sin él. El día que murió me apunté a ese club de los robinsones que propició Francino. Ahí nos quedaremos.  

La primera vez que vi a mi héroe televisivo particular de la cuarentena, el doctor Fernando Simón, fue casi un mes antes de que nos confináramos. Era domingo 16 de febrero, en El Objetivo, el programa de Ana Pastor (que por cierto, nos ha dado durante esta cuarentena pedazos de ejemplos de lo que ha de ser un programa informativo con contenido y riguroso). Un tipo con una voz singular estaba contestando sereno y de manera comedida las preguntas de la conductora del programa, que lo había invitado tiempo atrás, cuando la crisis del ébola. 

Junto a él, en el plató estaban: 

  • La española que dirigía en la OMS la Salud Pública
  • El responsable de infecciosas del hospital La Paz de Madrid
  • El médico que estaba trabajando en la vacuna contra el virus
  • Y el gran (que entonces aún no lo era, ni para los fans ni para los haters) Fernando Simón

Mientras tanto, en el programa Cuarto Milenio, en Cuatro, pasaba esto: 

  • Un médico experto en hipnosis
  • Un periodista especialista en lo misterioso y lo paranormal
  • El presentador de La mesa del coronel, Pedro Baños, coronel del Ejército de Tierra. Baños, que suele ver teorías conspiranóicas incluso en el hecho de que los hijos adolescentes no arreglen sus cuartos, estaba allí para alertarnos sobre eso en relación al corona virus
  • El vicepresidente de la Sociedad española de parapsicología 
  • Iker Jiménez con un cartelón al fondo que rezaba Conspiración Coronavirus

Lo expliqué en este hilo:

Yo me rendí ante Simón ese día y lo he seguido haciendo día tras día, en todas y cada una de sus apariciones televisivas. Verlo desde el sofá de mi casa, oírlo mientras cocinaba, me ha dado siempre una tranquilidad total, al contrario que a los manifestantes del barrio de Salamanca, que creo que si pudieran le raparían el pelo.

Ayer, después del espantoso asesinato a manos de un policía de George Floyd, el ciudadano negro de 46 años de Minneapolis, la plataforma de cine y series Filmin reunió en su catálogo bajo el epígrafe Racismo en USA 24 títulos formidables que servían como homenaje, como alegato, como grito para despertar conciencias.

Películas como Haz lo que debas, Detroit, el clásico Arde Mississippi o la tristemente pertinente FruitVale Station, sirven como pocas en estos momentos para, como dicen los responsables “entender el presente”.

Los dueños de Filmin, plataforma hecha desde Catalunya, son tres tipos que amaban el cine desde siempre, que adivinaron que las series menos comerciales, menos grandilocuentes, tenían un público esperando, que el cine independiente era alimento necesario para una panda de alternativos.

No se habla lo suficiente de lo bien que te lo pasas navegando por sus items y de que no encontrarás nada MALO o cutre o vulgar entre sus colecciones.

Salieron al mercado en plena crisis, haciéndole frente a las descargas ilegales, desconociendo la cuestiones tecnológicas, de industria, de mercado, y nos empezaron a regalar joyas desde el primer día. De pronto llegó el confinamiento y zas, nos montaron un catálogo bajo el nombre de Cuarentena, agrupándonos lo que ver bajo epígrafes divertidos, curiosos: Padres e hijos, Atrapados, Homenaje a los sanitarios, Aplacar la libido, La hora de la siesta. No se habla lo suficiente de lo bien que te lo pasas navegando por sus items y de que no encontrarás nada MALO o cutre o vulgar entre sus colecciones. Veremos esas series británicas que, la verdad, hacen que el mundo sea mejor.

Ayer hablaba con Jaume Ripoll sobre ese acierto de Racismo en USA que citaba al principio: “los títulos, las ideas, las tenemos desde el equipo editorial, a veces se le ocurren a uno o a otro. Ahora mismo, cualquier acontecimiento relevante lo comentamos por whats o por Skype y si “da para colección, lo lanzamos sin dilación”.

Durante estos largos días televisivos, en los que el consumo se ha disparado y hemos visto cosas que nunca pensamos que nos detendríamos a ver (eso vosotros, yo ya venía de fábrica), una tarde, en Sálvame (no recuerdo en qué momento de fruta) Jorge Javier Vázquez cargó contra axiomas de la ultraderecha y dijo, refiriéndose al espacio: “Este programa es de rojos y maricones”. Le respondía a uno de los colaboradores, Antonio Montero, simpatizante de Vox al parecer. Montero dijo en el corrillo un día que había que darle las gracias a Franco por hacer posible la Transición (querido Antonio, es que la Transición española no habría hecho falta alguna si Franco no hubiera dado un golpe de estado, con su guerra civil y sus 40 años de dictadura).

Pero volvamos a lo de Jorge Javier. Aquello provocó loas (incluida la mía. Me puse a sus pies en aquel momento) en Twitter de todos los izquierdosos del mundillo. Pasado el momento glorioso (que vino a colación del caso Merlos Place, una de las cosas audiovisuales más divertidas que han pasado durante esta etapa), vengo aquí a poner orden.

La frase no convierte al presentador (que es listo, que hace bien su trabajo, que es gay, que tiene derecho a hacer la televisión que quiera, del mismo modo que el resto del mundo tiene, tenemos, derecho a cuestionarla) en un heroico defensor antifascista, en un sociólogo, en un combativo erudito contra la estulticia humana. No, la frase dicha en ese contexto por un personaje popular y de masas que no tiene nada que perder, que no se juega su continuidad televisiva, con una saneada economía (fruto de su trabajo) es solo eso, un calentón que sirve para que ardan las redes y para una débil coartada: somos guays, somos algo más que un espacio grosero y entretenido, que ha convertido la humillación al otro en su baza principal. Somos guays, somos de izquierdas, somos demócratas porque nuestro espacio no miente, no manipula, nosotros vamos de frente, contamos las verdades que nadie quiere oír...

'Sálvame' es un espacio de cinco horas diarias (más cuatro de la noche de los sábados) donde campa por sus fueros la apología de la ignorancia, por citar solo un ejemplo al azar.

Así que no, la frase no convirtió de pronto a los españoles retrógrados, homófobos o analfabetos, en seres de izquierdas, tolerantes y cultivados. No, Sálvame sigue siendo tras estos tres segundos en que se tarda en decir la frase “este es un programa de rojos y maricones” en un espacio lleno de ruido que puede contribuir a “normalizar socialmente las faltas de respeto”, tal y como explica Manuel Ligero en este artículo que recomiendo sobre la televisión.

Y Sálvame es un espacio de cinco horas diarias (más cuatro de la noche de los sábados) donde campa por sus fueros la apología de la ignorancia, por citar solo un ejemplo al azar. Un programa donde no caben matices,  donde se le da carta de naturaleza a la agresión verbal, al hablar por hablar durante horas de asuntos inocuos, o estúpidos, o irrelevantes, o perversos, con gente tan de conjunto vacío, que da miedo. Pero no pasa nada, insisto, ellos pueden hacerlo, y yo puedo ponerlos en cuestión. Son las reglas del juego, queridos.

Se han estrenado estos meses y he recibido a las cuatro con reverencias: El Ministerio del Tiempo (TVE y HBO), La línea invisible (Movistar Plus), La Unidad (Movistar Plus), Vamos Juan (TNT y HBO). Qué contenta me han puesto, qué bien que tengamos creadores como Javier Olivares, Abel García Roure, Mariano Barroso, Dani de la Torre, Alberto Marini, Diego San José...  Y actores como Javier Cámara (Vamos Juan), que es una debilidad que tengo que no puedo controlar.

Me cuenta Olivares, el creador de El Ministerio del Tiempo, que tiene una regla de oro: nunca hay que poner una gilipollez en la boca de un actor o una actriz. Mantiene ese principio a la perfección en la nueva temporada de la serie, la cuarta ya (que durante esta cuarentena ha llegado también a HBO), que es la serie, el tipo de serie, por la que siempre debería apostar la cadena pública. Es distinta, arriesgada, está bien escrita, lanza guiños, mensajes, dardos... Una serie, por cierto, que reclama una medición distinta, que ha capeado todos los temporales (cambio de productora, de cadena, de plataformas, negativas, suspensiones, poco mimo a la hora de programarla...), con un amor fou de todos sus seguidores, eso sí. Personajes femeninos con entidad propia: no son mujeres de, ni hijas de, ni nada de… y otra máxima que se agradece de su tenaz creador: “Nunca seré equidistante”. I love you, Olivares.

He visto dos veces La línea invisible, de Mariano Barroso, en Movistar Plus, que cuenta los inicios de ETA, (por qué empezó a matar). Vi sola un premontaje, la copia profesional que llamamos. La segunda la vi en familia, con mi hija Carlota, de 14 años. Tuve claro en esta segunda ocasión lo importante que es una buena ficción, una manera honesta de contar una historia, sin contemplaciones, sin cortapisas, para educar la mirada. Carlota, que sabe de ETA lo que le hemos contado, lo que le ha llegado en su corta vida (es la primera generación sin atentados terroristas), pudo hacerse una idea bastante precisa de qué pasó antes de toda la muerte, la violencia, la tristeza que llegó después.

Pudo entender la complejidad de ese atroz universo. De la sinrazón. Estoy segura de que se le quedará en la retina. Barroso me contó que, más allá de las explicaciones colectivas que conocemos lo que “más me interesaba era indagar en las motivaciones de los protagonistas, saber cómo es el proceso que vive alguien que toma la decisión de pasar a las armas, saber cómo recorre el camino desde la decisión intelectual hasta la acción física de disparar contra otra persona. Qué se mueve dentro, qué se destruye, cómo es el antes y el después de ese instante”.

Qué hartura de planos feos, de sonido malo, de miradas al mentón, de guirigay, de amateurismo, de cómicos sin la risa de después, de aplausos de lata...

Y por fin La Unidad: un thriller policial sin complejos, con muchísimo trabajo evidente detrás, que cuenta una historia de verdad y que puede competir con hermosura, con cualquier producción de esas que nos comemos sin pestañear sobre las peripecias de aguerridos tipos del FBI. Con dos mujeres policías protagonistas, Nathalie Poza y Marián Álvarez, que son dueñas de un mundo propio. Qué bien armada, qué gusto de actores (ojo al argentino Michel Noher, que nos va a dar muchas alegrías en la pantalla), y un bravo por ese Luis Zahera, como siempre.

Vamos Juan es una COMEDIA, por fin. En TNT. De Diego San José, que es un guionista de nacimiento. Segunda parte (y mejor, más sólida) de Vota Juan, donde ya Javier Cámara (aquí nos levantamos, cantamos un himno y nos ponemos a sus pies) daba vida al caricaturesco Juan Carrasco, un político mediocre. Víctor García León, Borja Cobeaga y el propio Cámara han dirigido capítulos de esta serie. Todos ellos tienen, como diría Woody Allen, “un don para divertir”. Pero la serie es más que una comedia ligera, tiene fondo, es demoledora a veces en su sarcasmo...

Al principio todo fue original y divertido, mira qué ingeniosos, desde su casa, todos uniendo fuerzas, todos entusiasmados con la novedad. Y qué bien el esfuerzo de la tropa, de los equipos técnicos, de los guionistas (un aplauso para todos los que siempre están detrás, sin cuyo trabajo no habría nada delante). Pero queridos, ya. Estamos en fase 2, ¿no? Pues venga, va. Porque vamos a reconocerlo: qué hartura de planos feos, de sonido malo, de miradas al mentón, de guirigay, de amateurismo, de cómicos sin la risa de después, de aplausos de lata... del mundo youtuber en horario de máxima audiencia. Yo he tenido bastante, la verdad, que vuelvan los técnicos de sonido, los iluminadores, los platós y sus atrezos curradísimos... Hemos descubierto que sin maquillar TODOS tenemos ojeras, que el pelo si no se trata está encrespado, que una buena iluminación, un buen encuadre te puede quitar diez años de una tacada.

Y por mi parte nunca volveré a decirle a un técnico de sonido en un plató que es un pejiguero o un plasta. NUNCA.

  Ana Rosa Quintana, en una imagen de archivo.NurPhoto via Getty Images

¿Ha conseguido el confinamiento que esta reina de las mañanas se desmelene y dé rienda suelta a la mujer conservadora que plagió una vez un libro, se enteró todo el mundo, pero siguió como si nada haciendo televisión y dirigiendo una empresa audiovisual y alimentando a la bestia sin miramiento cada mañana y sentando cátedra y sentando a su mesa de la tertulia a personajes ilustres de la comunicación como Eduardo Inda que calificó de “inútil integral” a Fernando Simón (mi héroe) mientras Ana Rosa bromeaba “en su casa le querrán”? Eso parece.

  Imagen de archivo de Pablo Motos. Carlos R. Alvarez via Getty Images

No pudimos ver la casa de Pablo Motos (voy a hacer un inciso aquí: creo que tenemos poca cultura de encontrar rincones fotografiables en nuestros hogares. Eso o hay muchas casas FEAS). El hormiguero no se fue en ningún momento del plató y Motos introdujo unas cuantas variables: no público, no risas, (el baile no lo ha perdonado) y no humor en sus monólogos. Ahora tocaba ponerse serio. Esto último ha sido lo más ¿curioso? de ver, porque el showman se ha ¿intentado? marcar un Gabilondo cada día. Un poco más de andar por casa, claro. Después le acompañaban colaboradores como El Monaguillo en la mesa. El programa ha tenido buena audiencia sin el bailecito, así que dos cosas, una, igual no hace falta que vuelvan con esa coreografía y dos, me da miedo que Motos abandone para siempre su proverbial sentido del humor…