Homenaje a la novela corta, de Cervantes a Dostoievsky, Mansfield, Camus, Hemingway, Rulfo...

Homenaje a la novela corta, de Cervantes a Dostoievsky, Mansfield, Camus, Hemingway, Rulfo...

Los libros breves viven un buen momento, los autores contemporáneos han recuperado este formato entre el cuento y la novela.

Mosaico con portadas de clásicos de la novela corta, primera entrega del homenaje de WMagazín.WMAGAZÍN

Este artículo de Winston Manrique fue originalmente publicado en WMagazín

“De mañana, muy temprano. Aún no se había levantado el sol, y la bahía entera se escondía bajo una blanca niebla llegada del mar. Al fondo, las grandes colinas recubiertas de maleza, aparecían sumergidas. No se podía ver dónde acababan, dónde empezaban las praderas y los bungalows”: En la bahía (1922).

Hace cien años, Katherine Mansfield, una de las cuentistas más importantes del siglo XX, publicó una de sus novelas cortas por la que sería recordada. Un ejemplo de su sensibilidad para crear una literatura como cuadros impresionistas que mostraban la belleza de la vida cotidiana de personas y sociedad de la clase media, pero detrás de esa hermosura narraba con sutileza y elegancia maestra la tragedia, el dolor, el egoísmo, la crueldad, lo inesperado…

“Hoy ha muerto mamá. O quizá ayer. No lo sé. Recibí un telegrama del asilo: ‘Falleció su madre. Entierro mañana. Sentidas condolencias’. Pero no quiere decir nada. Quizá haya sido ayer”: El extranjero (1942).

Así empieza la primera novela de Albert Camus. Entró por la puerta grande de la literatura con una narración corta, una nouvelle, de tan solo 120 páginas convertida en una de sus obras más emblemáticas, más destacadas de la literatura del siglo XX y cada vez más vigente por su temática de la apatía, indolencia y falta de motivación del ser humano contemporáneo en quien algunas cuestiones morales se difuminan.

“Allá arriba, junto al camino, en su cabaña, el viejo dormía nuevamente. Todavía dormía de bruces y el muchacho estaba sentado a su lado contemplándolo. El viejo soñaba con los leones marinos”: El viejo y el mar (1952).

Así termina la novela más famosa de Ernest Hemingway. Con una novela corta, de unas 140 páginas, y obra de ficción más importante se despediría de la literatura. Un referente de la creación literaria para lectores y escritores que ven en ella una obra maestra por estilo y hondura de una historia en la que la perseverancia y la motivación interior desempeñan un papel esencial en la vida, entre el desafío y el triunfo, entre el riesgo y el fracaso, pero donde gana el sueño, la ilusión.

Como esta gran narradora neozelandesa y los dos premios Nobel de Literatura, el francés de origen argelino y el estadounidense, son muchos los escritores que han creado novelas cortas, o, mejor, se han arriesgado. Se trata de un formato o género en sí mismo que supera la extensión del cuento, pero no llega a tener el tamaño de una novela tradicional, y, a cambio, surge una obra de gran profundidad, literatura destilada.

La novela corta ocupa un territorio intermedio de difícil salida airosa para el escritor, pero de gran éxito, reconocimiento y recordación si este logra su objetivo. Además, del cariño que la gente le suele profesar a estas novelas breves. Sus páginas oscilan entre las 70 de El principito, de Saint-Exupéry; y las 170 de El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad, y 180 de El gran Gatsby, de Francis Scott Fitzgferald.

Ese modelo de aspiración de una narración profunda y bella que no se va por los meandros de la novela en busca de un gran impacto temático y narrativo ha adquirido este siglo XXI un papel relevante en los autores contemporáneos de todas las generaciones.

Emerge como un formato acorde a estos tiempos de rapidez, de inmediatez, de eficacia, de ansiedad de tocar varias cosas, de anhelo de simultaneidad, de búsqueda de impacto en el menor tiempo posible sin olvidar la calidad literaria. Tiempo de intermitencias.

Antes de desplegar un panorama por buenas novelas cortas recientes, rendimos homenaje a algunos títulos clásicos del género. Justo en estos años se celebran varias conmemoraciones de estas obras: el centenario de En la bahía, de Manfield, los 80 de El extranjero, de Camus, y los 70 de El viejo y el mar, de Hemingway. En 2021 fueron los 60 de El coronel no tiene quién le escriba y los 40 de Crónica de una muerte anunciada, de Gabriel García Márquez, y en 2023 serán los 75 de El principito, uno de los libros más vendidos todos los años en España.

Este homenaje es con el comienzo de varias de esas novelas cortas en donde ya se aprecia la calidad de la misma y apuesta de su autor.

Novelas ejemplares (1613), de Miguel de Cervantes Saavedra, El amante liberal: “-¡Oh lamentables ruinas de la desdichada Nicosia, apenas enjutas de la sangre de vuestros valerosos y mal afortunados defensores! Si como carecéis de sentido, le tuviérades ahora, en esta soledad donde estamos, pudiéramos lamentar juntas nuestras desgracias, y quizá el haber hallado compañía en ellas aliviara nuestro tormento. Esta esperanza os puede haber quedado, mal derribados torreones, que otra vez, aunque no para tan justa defensa como la que os derribaron, os podéis ver levantados. Mas yo, desdichado, ¿qué bien podré esperar en la miserable estrechez en que me hallo, aunque vuelva al estado en que estaba antes deste en que me veo? Tal es mi desdicha, que en la libertad fui sin ventura, y en el cautiverio ni la tengo ni la espero”.

Memorias del subsuelo (1864), de Fiodor Dostoievsky: “Un puesto militar en tiempo de paz es un lugar monótono. Pueden ocurrir algunas cosas, pero se repiten una y otra vez. El mismo plano de un campamento contribuye a dar una impresión de monotonía. Cuarteles enormes de cemento, filas de casitas de los oficiales, cuidadas e idénticas, el gimnasio, la capilla, el campo de golf, las piscinas… todo está proyectado ciñéndose a un patrón más bien rígido. Pero quizá sean las causas principales del tedio de un puesto militar el aislamiento y un exceso de ocio y seguridad; ya que si un hombre entra en el ejército sólo se espera de él que siga los talones que le preceden”.

El corazón de las tinieblas (1899), de Joseph Conrad: “El Nellie, un bergantín de considerable tonelaje, se inclinó hacia el ancla sin una sola vibración de las velas y permaneció inmóvil. El flujo de la marea había terminado, casi no soplaba viento y, como había que seguir río abajo, lo único que quedaba por hacer era detenerse y esperar el cambio de la marea”.

El principito (1943), de Antoine de Saint-Exupéry: “Cuando yo tenía seis años vi una vez una lámina magnífica en un libro sobre el Bosque Virgen que se llamaba Historias Vividas. Representaba una serpiente boa que se tragaba a una fiera. He aquí la copia del dibujo”.

Pedro Páramo (1955), de Juan Rulfo: “Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo. Y yo le prometí que vendría a verlo en cuanto ella muriera. Le apreté sus manos en señal de que lo haría, pues ella estaba por morirse y yo en un plan de prometerlo todo. “No dejes de ir a visitarlo -me recomendó. Se llama de este modo y de este otro. Estoy segura de que le dar gusto conocerte”. Entonces no pude hacer otra cosa sino decirle que así lo haría, y de tanto decírselo se lo seguí diciendo aun después de que a mis manos les costó trabajo zafarse de sus manos muertas”.

Crónica de una muerte anunciada (1982), de Gabriel García Márquez: “El día en que lo iban a matar, Santiago Nasar se levantó a las 5.30 de la mañana para esperar el buque en que llegaba el obispo. Había soñado que atravesaba un bosque de higuerones donde caía una llovizna tierna, y por un instante fue feliz en el sueño, pero al despertar se sintió por completo salpicado de cagada de pájaros. ‘Siempre soñaba con árboles’, me dijo Plácida Linero, su madre, evocando 27 años después los pormenores de aquel lunes ingrato. ‘La semana anterior había soñado que iba solo en un avión de papel de estaño que volaba sin tropezar por entre los almendros’, me dijo”.

El amante (1984), Marguerite Duras: “Un día, ya entrada en años, en el vestíbulo de un edificio público, un hombre se me acercó. Se dio a conocer y me dijo: ’La conozco desde siempre. Todo el mundo dice que de joven era usted hermosa, me he acercado para decirle que en mi opinión la considero más hermosa ahora que en su juventud, su rostro de muchacha me gustaba mucho menos que el de ahora, devastado».

Lee la segunda parte, ‘Homenaje a la novela corta: de Tólstoi a Fitzgerald, McCullers, Orwell, Kawabata, García Márquez, Baricco...’, aquí.