Palabrería, uñas pintadas y patriarcadas

Palabrería, uñas pintadas y patriarcadas

Nuestro papel es acompañar, ser parte activa, formar parte del cambio.

Un manifestante en el Día de la Mujer, 8 de marzo. (Photo by BorjaB.Hojas/COOLMedia/NurPhoto via Getty Images)Getty Images

Apuro un café en una mañana de festivo con un amigo. Voy y vengo varias veces de la conversación: juego con la cucharilla en la taza, repaso la lista de la compra de mañana y lo que tengo que hacer al llegar al trabajo. De pronto, la atención se centra en el soniquete de sus dedos contra el conglomerado de la mesa y, al mirar, veo como lo que emite el repiqueteo son sus uñas pintadas de un azul acharolado. Inmediatamente le cojo las manos y me quedo embelesado mirándolas. 

Le respondo un emocionado “me gustan” y me contesta que es una protesta contra lo heteropatriarcal, que tira a la basura al apostillar que es el último grito, que lo lleva todo el mundo. Desde entonces, un debate interno sobre el papel que hemos de jugar los hombres en el feminismo y la lucha contra el yugo patriarcal circunvala mi cabeza y, no, nuestro papel no es sólo pintarse las uñas. Nuestro papel es acompañar, ser parte activa, formar parte del cambio.

Lo tengo claro, desarmar la masculinidad hegemónica va más allá de un gesto, que también es importante. Desarmar la masculinidad es un compromiso más fuerte y, sobre todo, personal para acabar con la hegemonía que ahoga a las mujeres y también a las personas LGTBI. No tiene que ver con pintarse las uñas porque, eso es una moda y las modas se esfuman, los compromisos no. O no deberían, por lo menos.

Como hombres es importantísimo que nos impliquemos porque, no acabaremos con la ponzoña machista hasta que no nos arremanguemos. Hasta que no tomemos parte y acompañemos a la otra mitad de la sociedad en la lucha feminista. El acompañamiento supone embarcarse en un viaje que, dentro de una sociedad preminentemente machista, conlleva un punto de ruptura con lo que somos y con cómo nos relacionamos con los y las demás. 

Seamos claros, a los tíos -también a las mujeres- las críticas al patriarcado y el feminismo nos revuelven, nos generan muchísima incomodidad porque nos ponen frente al espejo y nos hacen vernos en comportamientos y actitudes que llevamos dentro, sin saber por qué, casi desde nuestro nacimiento. 

El feminismo incomoda porque es algo que te interpela directamente, te reta y te hace mantener un careo constante contigo mismo. El feminismo te obliga a hacer reformas estructurales, a cambiarte y a cambiar la forma en la que tratas a las demás. Te quita la razón constantemente. El viaje contra el muro patriarcal es un viaje del que no se vuelve porque, ese choque te adentra en dimensiones diferentes. El viaje contra el muro patriarcal es duro y complejo pero, merece la pena hacerlo. No sólo por el crecimiento personal sino porque el resultado es una sociedad más justa e igualitaria. Asumir el compromiso feminista es una contribución al refuerzo de la calidad de nuestra democracia.

Los hombres tenemos que ser conscientes de que esto no es baladí. No tenemos que hacer el juego al machismo que se revuelve cada vez que puede. Tenemos que ser firmes y acompañar. Tenemos que tener empatía y ser conscientes de que en el camino hacia la igualdad contamos todas y todos. Partimos de sitios diferentes, de posiciones desiguales, pero el objetivo no sólo es común, sino justo.

Y en ese camino el gesto de llevar las uñas pintadas, ponerse falda o pintarse los ojos aunque pueda sumar, no es relevante. La lucha contra la hegemonía del patriarcado no tiene una obsolescencia programada, como tu teléfono móvil, es mucho más porque el feminismo no son dichos, son hechos.