Resiliencia ambiental y crisis del COVID-19

Resiliencia ambiental y crisis del COVID-19

Estamos por tanto ante un “experimento” único para estimar la respuesta de la Tierra frente a la ausencia de la actividad humana.

Bernt Ove Moss / EyeEm via Getty Images

En 2017 la Real Academia Española nos sorprendió con un informe en el cual indicaba que la palabra resiliencia fue la más consultada ese año. En su primera acepción este término, y cito literalmente, indica que la resiliencia es la “capacidad de adaptación de un ser vivo frente a un agente perturbador o un estado o situación adversos”. Este concepto se aplica en ecología para analizar la capacidad que presentan los ecosistemas de adaptarse frente a las perturbaciones naturales, o de origen humano, que reciben de manera permanente. En este sentido, se puede indicar que un ecosistema es muy resiliente cuando al acabar una perturbación es capaz de volver a la situación inicial, por tanto es un sinónimo de la capacidad adaptativa del ecosistema

Este término también se suele utilizar frente a poblaciones o incluso individuos, por tanto diremos que una sociedad es resiliente cuando se adapta a una perturbación. La actual pandemia de coronovirus está suponiendo una situación trágica para nuestra sociedad. Sin ánimo de generar polémica y en ausencia de datos epidemiológicos fiables, se puede asumir que son correctas las estimaciones del Imperial College que cifran en un 15 % de la población el posible número de afectados, es decir: casi siete millones de personas en nuestro país. Este hecho supone un reto sanitario, social, económico y también ambiental sin precedentes.

Estamos por tanto ante un “experimento” único para estimar la respuesta de la Tierra frente a la ausencia de la actividad humana.

La actual crisis, merece sin duda una reflexión sobre las relaciones que mantiene la humanidad y el planeta que nos acoge, y son numerosos los científicos y pensadores que han hecho públicas sus opiniones. Tal como ha identificado la comunidad científica, el origen de la infección parece ser derivado de la transferencia de un virus procedente de murciélagos al ser humano, supuestamente por ingesta o por transferencia a otro animal intermediario. Estas enfermedades en las cuales un agente infeccioso migra entre especies son denominadas antropozoonosis y son una vía clásica de trasmisión de enfermedades bien conocidas por nuestros profesionales sanitarios. El mercado húmedo de Wuhan apunta a ser el foco inicial de la infección; pasear por un mercado húmedo de Asia es un espectáculo sorprendente a los ojos de un occidental donde la presencia de animales salvajes vivos con fines alimentarios llama sobre manera la atención. El estrés de los animales, la manipulación y sacrificio in situ, así como los  riesgos contaminación cruzada son aspectos claves para asegurar una correcta seguridad alimentaria. La pregunta que surge es inmediata, ¿sigue siendo necesario capturar animales salvajes para alimentación humana en la actualidad?

De manera paralela al desarrollo de la emergencia sanitaria y al establecimiento de numerosas cuarentenas, se ha generado una situación inédita en muchos rincones del planeta: delfines acercándose a las costas, animales salvajes paseando por el centro de las ciudades y un descenso brusco en las emisiones de gases contaminantes y de efecto  invernadero por la disminución del transporte y actividad industrial. Estamos por tanto ante un “experimento” único para estimar la respuesta de la Tierra frente a la ausencia de la actividad. Sin duda en breve podremos leer nuevos artículos científicos centrados en el análisis de lo que ha sucedido en este tiempo desde el punto de vista ambiental.

¿Sigue siendo necesario capturar animales salvajes para alimentación humana en la actualidad?

En el ámbito sanitario es bien conocido el papel de los determinantes sociales y ambientales en la preservación de la salud, de hecho la OMS indica que la morbilidad (frecuencia de una enfermedad en una población) ligada a los determinantes ambientales alcanza el 24% de los casos, por lo que alcanzar una relación saludable con nuestro medio es uno de los retos a los que tendrá que dedicar más esfuerzo la humanidad. Estos determinantes ambientales a su vez están íntimamente ligados a los determinantes de carácter social tales como: el nivel de desarrollo social y económico, el tipo nivel de desarrollo sanitario de un país y la inequidad que modulan de manera clara la salud de la población. La interrelación de estos determinantes siguen normalmente patrones estables, así zonas insalubres se asocian a poblaciones con menor desarrollo socioeconómico, mientras que las poblaciones con mayor nivel de desarrollo económico suelen vivir en zonas con una mayor calidad ambiental. En este contexto es donde se aprecia la potencia de herramientas como los Estudios de Evaluación de Impacto en Salud que intentar analizar las repercusiones en la salud pública de determinados planes, programas o proyectos. Está herramienta, profusamente utilizada en países de nuestro entorno, no se ha desarrollado completamente en España aunque ha sido recogida por la Ley de Salud Pública () con la excepción de Andalucía, que ha regulado esta herramienta y realiza los estudios en la actualidad.

El esfuerzo social en la gestión de la crisis, la búsqueda de nuevos tratamientos y vacunas, la investigación y educación sólo serán eficaces si en el medio y largo plazo somos capaces de cambiar el actual paradigma de relaciones entre el ser humano y el medio ambiente, integrando de manera efectiva y eficaz la mejora de las condiciones ambientales y sociales en nuestro futuro modelo de desarrollo. Ya que  como apunta James Lovelock en su libro La venganza de la Tierra, el cambio de nuestro marco de relación con el planeta es necesario sino queremos acabar como restos fósiles de la cadena evolutiva.

Miguel Ángel Casermeiro es profesor titular de Edafología UCM y secretario de la Asociación Española de Evaluación de Impacto Ambiental.