Vivo en la otra punta del mundo para ocultarles un secreto a mis padres

Vivo en la otra punta del mundo para ocultarles un secreto a mis padres

La autora con su novio.SHIN HYE

"¿Te has echado novio ya?", me preguntó mi madre hace unas pocas noches durante nuestra llamada semanal. Miré al que es mi novio desde hace seis años, que estaba sentado a mi lado, y me reí nerviosamente. Una joven de 25 años que nunca había tenido pareja. Me preguntaba si mi madre de verdad se lo creía.

No les había hablado de Corado a mis padres por muchos motivos. Para empezar, no es coreano, algo que creo que no les importaría si no tuviera piercings o si se hubiera sacado una carrera. Pese a que es una persona inteligente y amable que ha sabido abrirse camino en la vida por su propia cuenta, mis padres no serían capaces de aceptar su aspecto y su estilo de vida poco convencional.

Mis padres tienen unos sueños muy específicos para cada faceta de mi vida, incluida la amorosa. El aspecto de Corado, la educación que recibió y su forma de vivir no encajan en lo que ellos consideran que debería ser un buen partido.

Mis padres han vivido en Corea la mayor parte de su vida y son muy tradicionales. Me tuvieron cuando ya habían cumplido los 40 y, al contrario que ellos, yo me crié en un montón de lugares y recuerdo haber ido al colegio en Corea, en China y en Canadá. Les encantaba contarme la historia de que yo fui su "bebé milagro", porque pensaron que quizás ya eran demasiado mayores para tener otro bebé. Seguidamente, me contaban la historia de cómo nací de forma prematura con menos de dos kilos, con una piel finísima y con septicemia. Sin embargo, de alguna forma sobreviví y, desde entonces, siempre me han visto como la niña frágil y sensible que necesita a sus padres.

Otra de las historias que más les gusta contarme es la del día que me llevaron a casa, cuando le dijeron a mi hermana mayor, que por entonces tenía solo 4 años, que si ellos morían de repente, tendría que convertirse ella en mi nueva madre. La familia es muy importante y los miembros de la familia siempre deben cuidar los unos de los otros.

Me quieren, eso nunca lo he puesto en duda. Sin embargo, su amor hacia mí es tan protector y controlador que muchas veces me he sentido asfixiada.

Así que no es ninguna sorpresa que, cuando decidí irme a vivir al extranjero para continuar mi formación después del instituto, mis padres quisieran mandarme a Canadá, donde ya estaba viviendo mi hermana. Querían que fuera a vivir a la misma provincia, a la misma ciudad y que incluso estudiara en la misma universidad. La familia debía permanecer unida y su frágil bebé prematuro, ahora una adulta, todavía necesitaba que se ocuparan de ella.

Me quieren, eso nunca lo he puesto en duda. Sin embargo, su amor hacia mí es tan protector y controlador que muchas veces me he sentido asfixiada.

Cuando empecé primaria en Corea, a mis padres les preocupaba que su pequeña, tímida y apocada niñita no fuera capaz de hacer amigos. En una tutoría con la profesora, mi madre preguntó si me relacionaba con mis compañeros de clase, ya que era muy tímida, reservada y frágil. Mi profesora la miró a los ojos y le dijo: "Qué poco conoce a su hija".

Momentos como ese son los que han ido alimentando mi deseo de alejarme de mis padres. Cuando era adolescente, soñaba con ser independiente y vivir en un país o en una ciudad en la que pudiera empezar de cero, un lugar en el que pudiera trazar mi propio camino y ser yo misma sin preocuparme por si mis padres lo desaprobarían. En el caso de la mayoría de los niños, pienso que esto solo implica emanciparse y volverse económicamente independientes, pero en mi caso, significaba mudarme tan lejos como fuera posible. Nunca tuve ninguna duda de que me acabaría yendo de Corea.

Así pues, cuando llegó la hora de empezar a pensar en universidades, escogí la Universidad Canadá West y me mudé a la otra punta del mundo. Mudarme no era solo cuestión de poner distancia física entre mis padres y yo, sino también de demostrarles que podía vivir sin ellos. Sin embargo, mudarme a la otra punta del mundo implicaba vivir con mi hermana y, aunque quería ser independiente, no sabía qué más hacer, teniendo dos padres convencidos de que seguía siendo ese pobre bebé con septicemia que trajeron a casa del hospital.

Los límites, según piensan mis padres, no importan cuando están en juego mis decisiones vitales, independientemente de si soy adulta o niña. ¿Cómo puedo establecer límites si mis padres siguen convencidos de que no puedo manejarme por mí sola y de que siempre tomaré la decisión incorrecta si no sigo sus consejos?

Llevo una vida secreta a 10544 kilómetros de ellos para que no tengan forma de saber lo que hago ni puedan decirme qué debo hacer. Les cuento los logros que voy alcanzando para demostrarles que soy independiente, pero no les cuento lo que pretendo hacer a continuación. Solo les cuento las cosas que ya he hecho. No quiero decepcionar a mis bienintencionados padres. Los quiero y sé que ellos me quieren a mí, de modo que, aunque me doy cuenta de que nuestra relación no es precisamente ideal, es mi familia y así son las cosas.

Llevo una vida secreta a 10544 kilómetros de ellos para que no tengan forma de saber lo que hago ni puedan decirme qué debo hacer.

Pasé casi toda mi infancia en China (donde asistí a un colegio internacional). Estuve siempre rodeada de amigos no asiáticos y parecía que las conversaciones que mantenían ellos con sus padres les resultaban mucho más sencillas. Incluso ahora, cuando comparo mis experiencias con las de mis compañeros, tengo la sensación de que probablemente lo mío sigue siendo complicado de entender para mucha gente. Siempre he estado celosa de lo sencillo que les resultaba a los demás abrirse a sus familias y ser aceptados.

En nuestra familia, rara vez hemos hablado de nuestros sentimientos o sueños. Mis padres tuvieron una vida dura y su mayor preocupación ha sido asegurarse de que mi hermana y yo sobreviviéramos y prosperáramos, lo cual quiere decir que nunca han querido asumir riesgos, y una forma de minimizar el riesgo es pedir consejo a las personas que solo quieren lo mejor para nosotras. Es decir, que cualquier cosa que no estuviera aprobada por Umma (mamá) o por Appa (papá) era peligrosa.

Cuando decidí estudiar artes liberales, se preguntaron por qué querría estudiar algo que ellos pensaban que no me conduciría a un trabajo estable. Aunque estaban preocupados por mi bien, me hicieron sentir culpable por haber elegido algo que ellos no aprobaban. También me di cuenta de que incluso habiéndome emancipado, seguía queriendo satisfacer a mis padres y su desaprobación me ponía triste. Esto influyó en la decisión de estudiar la especialidad de Economía durante la carrera. Sin embargo, mis notas cayeron en picado y tuve que ser readmitida en el programa de estudios, y ahí me di cuenta de que no podía dejar que mis padres influyeran tanto en mis decisiones.

Después de eso, me prometí que haría lo que fuera necesario para preservar también mi felicidad. El secretismo no tardó en dominar importantes facetas de mi vida. Quería hacerme piercings y tatuajes, pero mis padres no los aprobaban, así que me hice piercings y tatuajes que pudiera ocultar. Quería tener perros, pero mis padres pensaban que eran un derroche de dinero. Ahora tengo dos perros e incluso participo en competiciones para perros con ellos (lo que me ocupa muchos fines de semana). Quería ser escritora y mis padres pensaban que solo debía ser una afición, así que no saben nada de mi carrera secreta como escritora independiente.

Cuando mis padres me visitaron para mi graduación, mi pareja tuvo que buscarse un lugar en el que quedarse y tuve que dejarle a mi perro (solo tenía uno entonces), así como las demás pruebas de mi vida secreta. Dejé de llevar mi ropa habitual e incluso me puse ropa con algo de color, lo cual suponía un buen cambio con respecto a mi indumentaria negra habitual. Me quité los piercings y me aseguré de llevar el pelo teñido de un color aceptable (rojo, porque el azul es demasiado excesivo).

Con semejante cantidad de facetas de mi vida que mis padres no aprobarían, me di cuenta de que no comprenden muchas de las cosas que me hacen feliz. Tras mi última experiencia lidiando con su decepción y su desaprobación, no quería volver a pasar por eso. Para ellos, yo siempre seré una niña y nunca me considerarán una adulta que comprende el mundo tan bien como ellos. No he pensado aún en cómo hablarles a mis padres ultraconservadores sobre mi vida, incluido mi novio secreto, mis mascotas secretas y demás secretos que me convierten en la persona que soy. No les he dicho aún que todas estas cosas a mí me parecen buenas decisiones, pese a lo alejadas que están de lo que ellos consideran que debe formar parte del "camino ideal" para su hija.

No he pensado aún en cómo hablarles a mis padres ultraconservadores sobre mi vida, incluido mi novio secreto, mis mascotas secretas y demás secretos que me convierten en la persona que soy.

Sé que en algún momento tendré que hablarles más de mi vida y es algo en lo que estoy trabajando. Pienso que ser sincera y ser capaz de mantener esta conversación con ellos será un alivio, cuando suceda. Nunca fue mi plan ocultarles cosas, pero mis objetivos en esta vida son tan diferentes de los que ellos equiparan al éxito que aún no he hecho acopio del coraje que necesito para sincerarme.

Ojalá pudiera decirles: "Umma, Appa, no os preocupéis, soy muy feliz con lo que hago". Sin embargo, hasta entonces, seguiré siendo una mujer de 25 años que lleva una vida secreta con dos perros, un novio y unos padres que no sospechan nada.

Este post fue publicado originalmente en el 'HuffPost' Estados Unidos y ha sido traducido del inglés por Daniel Templeman Sauco.