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El Donbás, la joya minera y defensiva que Putin anhela y sobre la que hace pivotar las negociaciones

El Donbás, la joya minera y defensiva que Putin anhela y sobre la que hace pivotar las negociaciones

Rusia no tiene opciones de hacerse con la zona en breve. Ucrania tampoco de recuperarla. Moscú se aferra al relato de la afinidad histórica para exigirla. Kiev, a que es suya, dice la Constitución. Estas son las consecuencias de perderla o mantenerla. 

Un soldado de artillería del Ejército ucraniano dispara un obús hacia posiciones rusas cerca del frente, el 17 de septiembre de 2023, en el Donbás.Lynsey Addario / Getty Images

Tras el frenesí diplomático de las semanas pasadas, cuando Donald Trump y Vladimir Putin se vieron en Alaska y los líderes europeos y de la OTAN arroparon luego a Volodimir Zelenski en la Casa Blanca, el mundo aguarda novedades sobre Ucrania, la invasión rusa y la mediación norteamericana. Hay contactos soterrados pero no hay filtraciones sobre avances ni sobre una pretendida cumbre entre los dos presidentes enfrentados. Lo único cierto son los 24 muertos de Kiev en la noche del miércoles al jueves, entre ellos cuatro niños. Todas las víctimas eran civiles. Las dianas: edificios de pisos, guarderías, centros comerciales, la redacción de un periódico, la sede de la Unión Europea (UE) en la capital ucraniana. El verdadero rostro de Putin, una vez más al descubierto. 

Desde que comenzaron los contactos para lograr la paz en la zona, a principios de año y a instancias de EEUU, hemos asistido a un baile de llamadas, exigencias, dilaciones y pérdidas de tiempo, salpicadas de reuniones improductivas (intercambio de prisioneros aparte). Trump, pese a todo, decidió dar la la mano a Putin y sacarlo del ostracismo internacional, en vez de detenerlo por supuestos crímenes de guerra (hay una orden de la Corte Penal Internacional esperando desde marzo de 2023). De todo aquello sólo ha quedado clara su nula voluntad de negociar y sus exigencias, eso sí. 

Y una de las fundamentales, de esas "raíces del conflicto" como le gusta decir al mandatario ruso, es el Donbás. La región del oeste ucraniano es su meta. Cuando, en las primeras semanas de ofensiva, en marzo de 2022, vio que no podía entrar con los tanques en Kiev, Putin comenzó a enfatizar que su objetivo primordial era "liberar" este territorio, compuesto por los óblasts de Donetsk y Lugansk. Tres años y medio más tarde, no ha logrado conquistarlo por las armas y, ahora, trata de arrancárselo a EEUU. 

No dejan de surgir informaciones contradictorias. Y eso pasa, en parte, porque el enviado especial de EEUU destinado a negociar con el Kremlin, Steve Witkoff, se negó a ir con un apuntador a su entrevista preparatoria con Putin, el 6 de agosto, un intento de secretismo o un exceso de confianza desvelado el jueves por Reuters y sobre el que pivota todo el debate: se dijo de inicio que Putin estaba dispuesto a retirarse de las regiones ucranianas de Zaporiyia y Jersón a cambio de que Kiev cediera Donetsk y Luhansk (los cuatro territorios que, desde septiembre de 2022, son reconocidos como autónomos, de forma unilateral, por Moscú, de los que sólo el último está bajo el control de sus fuerzas armadas). Luego se dijo que el ruso sólo había dado señales de concesiones menores a Washington, como que no exigiría a Occidente el reconocimiento formal de Zaporiyia y Jersón como territorios rusos. 

La Administración Trump, expone el New York Times, cree que estos intercambios de territorio realmente beneficiarían a Ucrania, porque está convencida de que el Donbás pronto caerá en manos rusas y, entonces Ucrania, ya no tendrá ninguna carta para seguir negociando al menos la recuperación de franjas de tierra en otras latitudes. 

Sólo una cosa queda clara: que Rusia quiere el Donbás a toda costa. Y lo quiere todo, no parte, porque el territorio y sus riquezas y bondades está tremendamente interconectado y no funciona en taifas. "Lo recuperaremos. Es nuestro", dice Putin. 

¿Pero qué tiene de especial esta región de 46.500 kilómetros cuadrados? ¿Por qué obsesiona al antiguo jefe del KGB? ¿Es una cuestión militar, política, económica, sentimental o todo a la vez?

Vladimir Putin saluda a Donald Trump en su encuentro en Alaska.
Vladimir Putin saluda a Donald Trump en su encuentro en Alaska (EEUU), el 15 de agosto de 2025.Contributor#8523328

Un poco de historia

Las regiones de Donetsk y Luhansk que conforman el Donbás han sido parte de Ucrania desde la fundación de la República Socialista Soviética de Ucrania, en 1919. Otros territorios como la península de Crimea, fueron transferidos de Rusia a Ucrania en la época de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), pero no este. Durante mucho tiempo, esta realidad no fue objeto de disputa. Era cosa sabida y punto. 

El Donbás ha tenido, desde hace mucho tiempo, un fuerte carácter ruso. Hasta mediados del siglo XIX apenas estaba poblado pero a finales de esa centuria y posteriormente en la época soviética se convirtió en un núcleo industrial rico en recursos naturales, sobre todo minerales pero también agrícolas, y con el desarrollo de los sectores del carbón, el acero o la química en el siglo XX se convirtió en un imán para inversores, empresarios y trabajadores. Gentes de toda la URSS se trasladaron allá en busca de trabajo. Era el núcleo de industrialización más importante del gigante ruso. 

Incluso antes de 2014, cuando tuvo lugar la revolución del Euromaidán y donde se encuentra el antecedente más reciente de la actual guerra, una clara mayoría de la población hablaba ruso y lo hacía sin ocultarse. Era y es una cuestión de historia, una evolución natural de la que viene hasta el propio Zelenski, nacido en Krivi Rig y rusohablante en exclusiva durante su infancia (cuando cayó la URSS, dos tercios de los habitantes de la zona tenían el ruso como primera lengua). 

Mientras que en las zonas más occidentales de Ucrania muchos ciudadanos deseaban tener más vínculos con la Unión Europea (UE) y con Occidente en general que con el Kremlin, el este del mantenía estrechos vínculos con Moscú e inclinaciones que no eran fruto de la presión, sino de la inercia de los tiempos. Se calcula que un tercio de la población actual es étnicamente rusa, frente a algo más de la mitad que es ucraniana. El 51% de los vecinos mezcla en sus conversaciones el ruso y el ucraniano y hoy hay incluso un batallón rusoparlante, el Dnipro-1.

El expresidente ucraniano Víktor Yanukóvich (en el mando entre 2010 y 2014 y destituido tras las revueltas proeuropeas), era un prorruso a las claras que arrasaba en el Donbás, en el que además nació, en Donetsk. Cuando escapó a Moscú, tras dejar una estela de violencia, autoritarismo y corrupción, ya gustó menos, en su tierra y en toda Ucrania.  

Rusia argumenta que Ucrania formó parte de la "Gran Rusia" durante 500 años y le gustaría que así fuera de nuevo, con ese aire zarista que se gasta su presidente. Sin embargo, este período finalizó formalmente en 1994, cuando Moscú y Kiev, más Estados Unidos y Reino Unido, firmaron el Memorándum de Budapest. Queda el mito, no el derecho, por más que el Kremlin emplee constantemente la idea de protector de los agraviados ciudadanos de la zona. 

Hace 11 años, Rusia decidió anexionarse por su cuenta la península de Crimea, sin el respaldo de la comunidad internacional, y la inestabilidad se extendió por el este de Ucrania. Grupos armados, con el apoyo de medios y paramilitares rusos, anunciaron el establecimiento de autoproclamadas "repúblicas populares" en Donetsk y Luhansk. El dinero de Moscú fluyó, caudaloso, hasta estas milicias, dopando su lucha, cuando no hay un sentimiento popular independentista. Un conflicto supuestamente a pequeña escala que fue el precursor del que ahora tenemos. 

Si el Kremlin esperaba un amplio apoyo de los ucranianos rusoparlantes, pronto se equivocaría. De hecho, la guerra separatista en el este de Ucrania alimentó el resentimiento contra el Kremlin y su intervencionismo en la política nacional. Una cosa es que importen el idioma, las tradiciones, la religión y hasta la etnia, y otra es que todo eso esté por encima de la unidad nacional y la defensa de la Constitución, que consagra la integridad soberana de Ucrania. Se puede ser patriota ucraniano hablando ruso. No se tiene por qué seguir a Putin por ser del Donbás.  

En septiembre de 2014 se llegó a un acuerdo de paz, negociado en Minsk (Bielorrusia), para resolver el conflicto. Fue ampliado en febrero de 2015. El Gobierno ucraniano consideró otorgarle el autogobierno a ciertas zonas del Donbás, aunque Putin exigía que esa autonomía tuviera poder de veto sobre el gobierno de Kiev, especialmente sobre sus aspiraciones de unirse a la OTAN. Quería tener un satélite, como lo es la propia Bielorrusia de Alexander Lukashenko

Zelenski, el niño judío que hablaba ruso, obtuvo una victoria aplastante en las elecciones presidenciales de 2019, con su discurso anticorrupción y prorenovación y en un contexto de fracaso de aquellas negociaciones. Venció imponiéndose también en las zonas del este de Ucrania que aún estaban bajo control de Kiev, no ocupadas por las fuerzas apoyadas por la Federación Rusa. 

Su enfoque para poner fin al conflicto sin renunciar a la soberanía ucraniana obtuvo una amplia aprobación. Llegó a dialogar incluso con Moscú, en una cita en París, en el mismo 2019, pero dentro de su país enfrentó presiones políticas notables para evitar cualquier acuerdo que renunciara al control sobre el Donbás. Los negociadores europeos siempre han dicho que fue en aquella cumbre, en diciembre de aquel año, cuando Zelenski caló a Putin y entendió su ansia expansionista, que no se iba a detener. El líder ruso se enfureció al no tener un pacto. 

El presidente ucraniano, Volodímir Zelenski; el presidente francés, Emmanuel Macron; el presidente ruso, Vladímir Putin; y la canciller alemana, Angela Merkel, en diciembre de 2019, en París.CHRISTOPHE PETIT TESSON / Pool / Getty Images

Para él, no era suficiente tomar un bocado, quería el plato entero para él. El 24 de febrero de 2022, lanzó la llamada "operación militar especial" afirmando que las autoproclamadas repúblicas populares habían solicitado ayuda a Rusia. Incluso afirmó que los residentes rusoparlantes de las zonas del este de Ucrania controladas por Kiev se enfrentaban a un "genocidio", una acusación nunca avalada por los hechos. El Zelenski lampiño de los primeros días, en sus mensajes a la nación, llegó a reconsiderar concederle al Donbás algún tipo de autonomía y así se expuso en las negociaciones de paz de la primavera del 22, en Turquía. "Podemos discutir y llegar a un acuerdo sobre cómo seguir con esos territorios", dijo a la cadena de noticias ABC News una semana después de la invasión.

La brutal ofensiva rusa en seis frentes, la incapacidad de llegar a un mínimo alto el fuego para hablar y, sobre todo, las matanzas que fueron llegando, de Mariupol a Bucha, enterraron la propuesta. No se cede. Y, sin embargo, esta guerra que Rusia preveía corta y se ha enquistado ha acumulado, con los meses, nuevos cambios de opinión del mandatario. Hace casi un año, ante un importante avance ruso en el campo de batalla, Zelenski mencionó por primera vez la idea de cederle territorio ocupado a Rusia, al menos temporalmente, a cambio de la garantía de seguridad que suponía unirse a la OTAN. Trump no quiere

Su valor

Hoy en día, toda la región de Luhansk y aproximadamente el 70% de Donetsk están bajo el control del Kremlin. Por lo tanto, cerca del 88% del Donbás está ocupado. Se estima que más de cuatro millones de personas viven en ambas regiones, aunque se han quedado parcialmente vaciadas por las oleadas de refugiados (internos y externos) que ha traído la guerra. 

A Putin, más que la gente, le interesan los recursos, que son muchos. El Donbás cuenta con ricos yacimientos de carbón y mineral de hierro, más litio, cobalto, titanio y otras tierras raras, esenciales para la fabricación de productos de alta tecnología, esenciales en el mundo moderno. Así se entiende el interés que tenía EEUU en esas riquezas y matonismo con Zelenski para firmar un acuerdo para una explotación preferente de las mismas. 

Dentro de la enorme Federación de Rusia, este bocado económico quizá no fuera vital pero sí lo es para las arcas ucranianas. En 2013, era la región que, después de Kiev, más PIB aportaba al país, un 16 %. Entre otras fuentes de riqueza, había alrededor de 80 empresas metalúrgicas, varias grandes industrias de construcción de maquinaria para la industria minera y varias petroquímicas. Una de las metas de Zelenski es, cuando acabe el conflicto, lograr una independencia defensiva y económica que permita respirar a Ucrania sin depender de aliados o vecinos. Sin esa esquina, será prácticamente imposible, tal sería el agujero. 

Mineros trabajan en una veta de carbón, una de las industrias más importantes de Donbás, (Ucrania), el 10 de abril de 2024.Wojciech Grzedzinski / Anadolu via Getty Images

Las dos regiones también son vitales para que el Kremlin mantenga una conexión terrestre con la península de Crimea, a la que sólo se puede acceder actualmente desde territorio ruso a través del puente de Kerch, atacado varias veces por las tropas ucranianas. Con éxito, reivindica Kiev. 

Si se le otorga al Kremlin el control del Donbás y se congela la línea del frente en las regiones de Zaporiyia y Jersón, esto significaría que la ocupación rusa de estas zonas continuaría, Crimea sería accesible por tierra y Ucrania no tendría acceso, en cambio, al mar de Azov, un entrante de agua conectado al mar Negro que actualmente limita con Ucrania y Rusia. Esencial para el tráfico marítimo y, en especial, para vender al mundo los minerales y los granos de Ucrania. 

Para Ucrania, la importancia del Donbás también va más allá de lo económico. El Gobierno ha establecido en la zona un "cinturón de fortalezas", como lo llaman los expertos militares, en las zonas que aún controla. Constituye la línea de defensa más importante del ejército y, hasta la fecha, ha impedido que Rusia avance más hacia el centro de Ucrania. 

Ese cinturón de fortalezas comprende varias ciudades clave y posiciones fortificadas, como Kramatorsk, Sloviansk y Kostyantynivka, una línea que atraviesa localidades, bosques y ríos, que Ucrania ha mantenido con tenacidad en este tiempo, a pesar de las cuantiosas pérdidas. Ha sido, desde 2014, la columna vertebral de su defensa. Según el Instituto para el Estudio de la Guerra (ISW, por sus siglas en inglés), un tanque de pensamiento de referencia en este conflicto, "Ucrania ha dedicado los últimos 11 años a invertir tiempo, dinero y esfuerzo en reforzar el cinturón de fortalezas y establecer una importante infraestructura industrial y defensiva en estas ciudades y sus alrededores".

Si eso sucede, Rusia trasladaría su línea de frente unos 80 kilómetros más al oeste, mientras que Ucrania se vería obligada a construir nuevas defensas en terreno llano, en llanuras abiertas en las vecinas Járkov y Dnipropetrovsk, mucho más difíciles de mantener que las ciudades fortificadas que controla ahora, extremadamente vulnerables a una ofensiva rusa sin una línea de defensa. Por lo tanto, quedaría expuesta sin solución y necesitaría años para reconstruir sus defensas más tierra adentro. 

"Si hoy abandonamos el Donbás, nuestras fortificaciones, nuestro territorio, las alturas que controlamos, abriremos claramente una cabeza de puente para la preparación de una ofensiva rusa", advirte Zelenski. Coincide el ISW: un alto el fuego en esos términos le daría a Moscú "un punto de partida mucho más ventajoso para una futura ofensiva" y demuestra el "continuo desinterés de Putin en las negociaciones de buena fe".

Por todo ello, Zelenski ha anunciado que hará todo lo posible para no entregar las zonas restantes del Donbás sin garantías de seguridad amplias, fiables y sólidas. Ceder sería sumamente impopular en Ucrania. Según una encuesta del Instituto Internacional de Sociología de Kiev, cerca del 75 % de los ucranianos se opone a las concesiones territoriales a Rusia. "No no nos iremos. No podemos hacerlo. Para los rusos, el Donbás es un trampolín para una nueva ofensiva futura", insiste el presidente ucraniano.

Cómo están las cosas

Putin le dijo a Trump en su visita a EEUU que su gente estaba en condiciones de tomar el Donbás en breve, pero los analistas lo niegan. Lleva más de tres años enzarzado en ello y no lo ha logrado ni hay visos de que sus avances en la zona, que los hay, vayan a ser determinantes en un breve plazo. Ni él puede tomar lo que le resta en un golpe de mano ni Ucrania, por su lado, puede hoy por hoy reconquistar lo perdido, lanzar una ofensiva seria que recupere terreno. Un bloqueo que Moscú quiere resolver negociando, o sea, imponiéndoselo a Trump. 

Hoy las tropas rusas controlan el 20% de Ucrania, unos 115.000 kilómetros cuadrados, que EFE compara con Grecia o Nicaragua más o menos. Un tercio de todo eso es Crimea (anexionada en el 14),  las partes ya citadas de Luhansk y Donetsk (en esta zona, le faltarían 6.500 kilómetros cuadrados por invadir para tener el 100%), más 400 kilómetros cuadrados más en el norte, en Jarkov y Sumi, donde planea hacer una zona de amortiguación para evitar incursiones en su territorio, como la de Kursk, donde los ucranianos llegaron a tener 1.400 kilómetros cuadrados bajo su control.

Militares ucranianos trasladan el cuerpo de un hombre muerto por una bombas rusas en el centro de Kostiantynivka (Donbás), el 26 de febrero de 2025.Wojciech Grzedzinski / Anadolu via Getty Images

El Ejército ucraniano admitió el miércoles que Rusia ha entrado en la provincia de Dnipro, en el centro-este del país, por primera vez en más de tres años de invasión. Sin embargo,  desmintió el martes que los rusos hayan logrado tomar las localidades de Zaporizke y Novoheorhiivka en la región de Dnipropetrovsk, pero reconoció implícitamente que el enemigo controla algunos territorios en el lindero administrativo de esta región limítrofe con Donetsk. 

Es un toma y daca diario de reclamaciones de control del suelo. Kiev asume que la ofensiva de verano está siendo especialmente intensa en ese codiciado Donbás, pero insiste en que su enemigo no ha logrado superar la "inexpugnable línea fortificada" de varias decenas de kilómetros entre Pokrovsk, Kostantínivka, Druzhivka, Sloviansk y Kramatorsk, la zona más militarizada de los más de mil kilómetros de frente. Con todo, en la última semana Moscú ha informado sobre la toma de varias localidades situadas entre Pokrovsk y Kostantínivka, lo que significa ha logrado detectar los puntos débiles en las defensas ucranianas, donde las deserciones son un grave problema. Esos talones de Aquiles los documentó una cuña de avanzada, sin medios motorizados, que se adentró diez kilómetros en Donetsk poco antes de la cumbre de Alaska. 

Los analistas del Instituto para el Estudio de la Guerra de Washington creen que a este ritmo al Ejército ruso le llevará aún muchos meses sólo acercarse a las plazas fuertes del norte de Donetsk, mientras que Zelenski estima el plazo "en cuatro años". "Las historias de que van a ocupar nuestro Donbás para finales de año no son más que cháchara", ha repetido estos días. Añade que no puede tampoco cantar victoria su invasor en la zona norte, sobre todo en Sumi, donde espera que sus tropas expulsen a los rusos "en pocos meses". 

El plazo de cuatro años es el mismo que da el Ministerio de Defensa del Reino Unido, que en uno de sus partes recientes estimó además que le costaría a Rusia 1,9 millones de soldados muertos y heridos capturar por completo las cuatro regiones que anexó ilegalmente a Ucrania. "La afirmación de Putin de que las fuerzas rusas inevitablemente tomarán posesión de todo el óblast de Donetsk si la guerra continúa es falsa", enfatiza el ISW. "La campaña rusa para tomar posesión de todo el óblast de Donetsk ha estado en curso desde la primera invasión rusa en 2014 y sigue incompleta", recuerda.

¿El mismo error que con Hitler?

Kiev ha repetido insistentemente en que no puede haber un "Múnich 2", o sea, una reedición del acuerdo de 1938 que permitió a Adolf Hitler dominar regiones checoslovacas como los Sudetes. El nazi se quedó con esos territorios con presencia de alemanes étnicos, una especie de caramelo para que se contentara, pero aquello no lo frenó, sino que lo alentó a ir a más. Lo de invadir Polonia al año siguiente ya sabemos en qué acabó. 

Entregar tierra a Rusia, como el Donbás, daría alas al expansionismo de Putin, que sueña con una Rusia imperial o soviética en tamaño, por lo que peligrarían los países bálticos, Moldavia, Georgia, lo que quede de la propia Ucrania... Sueños de más y más que también tiene Donald Trump en Groenlandia, Panamá o Canadá o China en Taiwán, por cierto. 

En estos días, el fantasma de 1938 resurge porque, defensivamente, la jugada de los Sudetes y del Donbás se asemejan, más allá de lo puramente político. En aquella región también había una densa red de fuertes, bosques y trincheras que, en manos alemanas, provocó el rápido colapso de la capacidad de Checoslovaquia para defenderse de nazismo. Funcionarios ucranianos han filtrado a la prensa de su país que Zelenski ha hecho varias veces alusión a este precedente funesto en sus conversaciones con Trump y le ha recordado que tiene una implicación personal en esta causa: su abuelo luchó para liberar de los nazis las ciudades del Donbás donde hoy se batalla. No puede rendirse sin más, por los que murieron entonces y por los que caen ahora. 

El premier británico, Chamberlain; el francés, Daladier; el canciller Hitler; el primer ministro italiano, Mussolini, y su ministro de Exteriores, Galeazzo Ciano, en Múnich en 1938.Corbis via Getty Images

Hitler, en su momento, argumentó que entregar la región de los Sudetes, de mayoría étnica alemana, al III Reich satisfaría sus ambiciones y pondría fin a la amenaza de guerra en Europa. Francia y Reino Unido accedieron y presionaron a Praga para que aceptara. El nazi, con la boca pequeña, afirmó que no tenía más ambiciones territoriales. Su palabra es tan fiable como la de Putin, recuerdan ahora los defensores de Kiev. 

Checoslovaquia había dedicado varios años a construir miles de fortines, fortines y fortalezas en la región boscosa y montañosa, con un ejército moderno y bien equipado de 1,2 millones de hombres. Alemania lo tomó todo, por completo, y sin disparar un tiro. En marzo de 1939, las tropas alemanas invadieron el resto del país y el ejército checo no pudo ofrecer resistencia, desarbolado como estaba sin esas defensas. 

Aun así, a pesar de las preocupaciones sobre la entrega de Ucrania por parte de Trump a Putin, hay diferencias notables entre 2025 y 1938, porque Checoslovaquia no fue invitada siquiera a la mesa donde se decidía su futuro, por ejemplo. Zelenski, pese a que las invitaciones de Trump han sido primero para Putin, sí está presente y bien arropado por Europa. Además, pesa la convicción de que EEUU, que no estuvo en el reparto de hace 87 años, no traicionará a Kiev y a sus socios europeos con un reparto unilateralmente pactado con el Kremlin. "That would be too much", eso sería demasiado, resume de un plumazo un alto funcionario del Servicio Europeo de Acción Exterior, pese al desprecio de Trump en las convenciones de la política exterior o su comodidad en la ambigüedad (y hasta en la provocación).

El promotor inmobiliario Witkoff, el negociador de EEUU, ha dicho entre sus idas y venidas que a Ucrania se le darán garantías de seguridad que harían imposible una reedición de aquel acuerdo, similares a la disposición de defensa común del Artículo 5 de la OTAN, aunque Trump ha descartado repetidamente que Ucrania se una a la (mucho más fiable) Alianza Atlántica.

El cambio de fronteras iría mucho más allá de lo militar y de lo físico, porque tiene un componente humano. Durante la Segunda Guerra Mundial, los alemanes y los soviéticos infligieron programas masivos de limpieza étnica a las poblaciones capturadas. En 1945, millones de personas de etnia alemana fueron expulsadas de Checoslovaquia y Polonia. Si Ucrania se ve obligada a ceder todo el Donbás a Rusia, esto le otorgaría a Moscú el derecho a decidir el destino de los habitantes de los países del antiguo bloque soviético. Contra la voluntad de la población local, claro, utilizando simplemente el derecho de un gran estado poderoso a gobernar a los estados más pequeños y débiles.

La realidad es que los diplomáticos y los Gobiernos del flanco oriental de la OTAN advierten que Rusia está tratando de utilizar las conversaciones de paz para obtener una ventaja estratégica, ante lo que no ha podido ganar en el campo de batalla a pesar de tres años y medio de sangrientos combates que le han costado más de un millón de bajas. Y está intentando forzar a Ucrania a hacer concesiones mediante diversas medidas de influencia. Se llama, por ahora, sangre, no debate. 

Estamos, tres años y medio después, en el punto de partida, con mucho dolor acumulado y más por llegar. Sólo nuevos reveses contra Rusia en el campo de batalla (que brillan por su ausencia), nuevas sanciones internacionales y un bloqueo real de su economía (añadiendo los aranceles contra sus aliados, de China a India) pueden alterar la situación. La mesa de debate, por ahora, no lo hace. 

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Soy redactora centrada en Global y trato de contar el mundo de forma didáctica y crítica, con especial atención a los conflictos armados y las violaciones de derechos humanos.

 

Sobre qué temas escribo

Mi labor es diversa, como diverso es el planeta, así que salto de Oriente Medio a Estados Unidos, pero siempre con el mismo interés: tratar de entender quién y cómo manda en el siglo XXI y cómo afectan sus decisiones a la ciudadanía. Nunca hemos tenido tantos recursos, nunca hemos tenido tanto conocimiento, pero no llegan ni las reformas ni la convivencia prometidas. Las injusticias siempre hay que denunciarlas y para eso le damos a la tecla.

 

También tengo un especial empeño en la actualidad europea, que es la que nos condiciona el día a día, y trato de acercar sus novedades desde Bruselas. En esta ciudad y en este momento, la defensa es otra de las materias que más me ocupan y preocupan.

 

Mi trayectoria

Nací en Albacete en 1980 pero mis raíces son sevillanas. Estudié Periodismo en la Universidad de Sevilla, donde también me hice especialista en Comunicación Institucional y Defensa. Trabajé nueve años en El Correo de Andalucía escribiendo de política regional y salté al gabinete de la Secretaría de Estado de Defensa, en Madrid. En 2010 me marché como freelance (autónoma) a Jerusalén, donde fui corresponsal durante cinco años, trabajando para medios como la Cadena SER, El País o Canal Sur TV.

 

En 2015 me incorporé al Huff, pasando por las secciones de Fin de Semana y Hard News, siempre centrada en la información internacional, pero con brochazos de memoria histórica o crisis climática. El motor siempre es el mismo y lo resumió Martha Gellhorn, maestra de corresponsales: "Tiro piedras sobre un estanque. No sé qué efecto producen, pero al menos yo tiro piedras". Es lo que nos queda cuando nuestras armas son el ordenador y las palabras: contarlo. 

 

Sí, soy un poco intensa con el oficio periodístico y me preocupan sus condiciones, por eso he formado parte durante unos años de la junta directiva de la ONG Reporteros Sin Fronteras (RSF) España. Como también adoro la fotografía, escribí  'El viaje andaluz de Robert Capa'. Tuve el honor de recibir el XXIII Premio de la Comunicación Asociación de la Prensa de Sevilla por mi trabajo en Israel y Palestina y una mención especial en los Andalucía de Periodismo de la Junta de Andalucía (2007). He sido jurado del IV Premio Internacional de Periodismo ‘Manuel Chaves Nogales’.

 

 


 

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