El sufrimiento de la estética

El sufrimiento de la estética

El sufrimiento psicológico no termina con la intervención quirúrgica, lo vemos y escuchamos frecuentemente en la consulta. La necesidad de admiración, aceptación o reconocimiento, surgen del temor a ser rechazados, ignorados o menospreciados..., y estos temores no se extirpan en el quirófano.

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Vista de los Mallos de Riglos, en Huesca, desde Murillo de Gallego. Foto: JJ/MI.

Actualmente hay una gran ocupación, y preocupación, por el aspecto físico. Se cuida mucho la apariencia, la imagen que se ofrece ante los sentidos propios y ajenos. Tanto preocupa la apariencia, que las operaciones de cirugía estética se han incrementado considerablemente, también han aumentado llamativamente antes de acudir a eventos sociales tales como bodas o entregas de premios.

Se quitan costillas para afinar la cintura, se raspa el mentón para variar el óvalo facial, se modifica la nariz, se absorbe grasa de aquí y allá, se implantan cabellos, se elimina vello, se implantan prótesis en los pechos para hacerlos más abultados, se introducen sustancias para darle grosor a los labios, se inyectan toxinas para paralizar los músculos del rostro y evitar arrugas, se estira la piel para aparentar ser más joven..., y algunas otras operaciones más agresivas aún.

Año tras año, los datos estadísticos de la Sociedad Internacional de Cirugía Plástica Estética (ISAPS) confirman que a pesar de los riesgos que entraña, de las crisis económicas, inflaciones y desempleo, cada vez más personas acuden y solicitan intervenciones de estética, quirúrgicas y no quirúrgicas, para modificar su aspecto. La mayor parte de las veces son mujeres las que se someten a estas intervenciones, aunque los hombres se van sumando también. Y lo que es más preocupante aún, los adolescentes constituyen una creciente demanda en este sentido.

También hay personas que queriendo verse, o que les vean, más altas, se alzan sobre tacones, a veces de tantos centímetros que caminan casi de puntillas en detrimento de su salud ósea. El uso de tacones desvía la distribución del peso corporal de la parte posterior del pie a la parte delantera, perturbando el equilibrio postural y deteriorando las articulaciones, no sólo del pié, también del tobillo, rodillas, cadera y columna.

En general, estas maneras de proceder implican un rechazo hacia el propio cuerpo, y no cabe duda que detrás hay un ser humano que sufre.

Se suele decir que si una operación de cirugía estética te hace sentir bien, más feliz, ¿por qué no hacerlo? "Si se te quitan los complejos con la cirugía y te sube la autoestima..." Incluso, profesionales del sector aseguran que en la primera consulta tras la intervención, "la mejoría psicológica del paciente es evidente". Con estas poco acertadas reflexiones, se fomenta la desafortunada espiral de impiedades que se le hacen al cuerpo.

Parece funcionar... ¿pero realmente es así?

Un adicto a las drogas podría hacer la misma reflexión respecto al consumo de estupefacientes: "Me hace sentir bien y me quita los complejos, además, no hago daño a nadie..." Evidentemente, esto no es tan sencillo, el consumo de estupefacientes genera graves problemas psicológicos y de salud, y no quita los complejos, solo los oculta, los reprime temporalmente.

El límite existente entre una intervención necesaria y una derivada de conflictos psicológicos que no se saben resolver, a veces no es fácil de discernir. Otras veces es evidente. Una operación derivada de un conflicto psicológico sería aquella que modifica la figura y apariencias normales o naturales, propia de la inmensa variabilidad del ser humano y de su edad, para conseguir admiración, por miedo al rechazo de los demás.

Millones de seres humanos que habitan este planeta luchan a diario contra su propio cuerpo. ¿Por qué? ¿Por qué someterse a esta esclavitud a la opinión de los demás? ¿Por qué torturan sus cuerpos? Hay un gran sufrimiento detrás de todo esto, pero no encontrando una verdadera solución para resolverlo, recurren a modificar su aspecto.

El cuerpo es importante, debemos aprender a escucharlo, a cuidarlo, a mantenerlo limpio y sano, a quererlo y respetarlo. Pero tienen tanto miedo a no gustar ni gustarse, a no ser queridos y respetados, que lo torturan, mutilan, pintan y distorsionan. Y a esos cuerpos mutilados se les dice que son atractivos, cuando en realidad esconden un gran dolor, un dolor psicológico, sea consciente o inconsciente.

El miedo no se puede operar

Desgraciadamente, el sufrimiento psicológico no termina con la intervención quirúrgica, lo vemos y escuchamos frecuentemente en la consulta. La necesidad de admiración, aceptación o reconocimiento, surgen del temor a ser rechazados, ignorados o menospreciados..., y estos temores no se extirpan en el quirófano. Tras la intervención, en el mejor de los casos, cuando todo sale como se esperaba, hay una etapa en la que aparentemente el problema desaparece. Pero si entendemos que el verdadero problema no es el aspecto, sino el temor al rechazo, el sentimiento de inferioridad, entonces es fácil comprender que el problema volverá a surgir de un modo u otro, pues la inseguridad y el miedo no se pueden operar.

El temor es la manifestación de experiencias, conclusiones, pensamientos, ideas y actitudes erróneas, que generan sufrimiento, confusión, reacciones perjudiciales... Es algo que hay que aprender a resolver, entendiendo, comprendiendo lo que nos ocurre, con todas sus implicaciones, tanto racionales como emocionales. De esta manera sí se resuelven el miedo y el sufrimiento.

Este apasionante proceso de entender los problemas nos conduce a un bienestar verdadero, independiente del aspecto de nuestro cuerpo, a un aumento de la curiosidad por la vida, a una amplitud de la mente con sus capacidades. Y entonces no nos rechazaremos ni a nosotros ni a los demás, sea cual sea el aspecto que tengan, porque la vida habrá cobrado un sentido y una dimensión profundas.