Racismo, corrupción, Europa
Pongamos que hablamos de Italia, pongamos que hablamos de España, estamos hablando de Europa. Y de la necesidad de restaurar moralmente la Europa que echamos de menos, tan distinta a ésta, sumida en el cinismo infinito de quienes subvierten los valores sobre los que se fundó, al tiempo que fingen 'dolerse' de tanta 'decadencia moral'.
A cuantos conservadores se llenan la boca con jeremiadas acerca de que Europa se encuentra sumida en una profunda crisis que va más allá de lo económico, y que ésta "es sobre todo una crisis moral", cabría recomendarles que se lo hicieran mirar.
Sin duda, la Unión Europea se halla atravesada por la crisis de su historia. Y está fuera de discusión que esta crisis trasciende las magnitudes contables para corroer a sus valores fundacionales, sus principios constitucionales y hasta la identidad de su modelo social y de su compromiso con la democracia, los derechos y libertades y el imperio de la ley. Pero también es cierto que a esa crisis no es ajena, sino todo lo contrario, la hegemonía de una derecha cada vez más desvinculada del pacto social europeo y de sus valores constitutivos.
La nueva derecha europea no tiene nada que ver con aquella hoy añorada vieja democracia cristiana que supo pactar con la izquierda -socialistas, socialdemócratas y progresistas- el Estado social, fundado en la intervención pública en la economía, en la sujeción del mercado a su función social, en los derechos universales de prestación (educación, sanidad, pensiones) y en la progresividad fiscal y en el diálogo social.
La nueva derecha europea se precia de haber perdido el respeto a la capacidad de respuesta de los trabajadores y los desfavorecidos frente a la virulencia de su política antisocial y, consiguientemente, de ningunear y acosar a los partidos de izquierda y a los sindicatos de clase. La nueva derecha europea se precia de surfear un cóctel, cada vez más agresivo, de populismo mediático, nacionalismo reaccionario, explotación del miedo al empobrecimiento de las clases medias y el debilitamiento de los trabajadores frente al poder omnímodo de las grandes corporaciones.
En semejante potaje no es extraño que algunos representantes conspicuos de esta derecha -Berlusconi en Italia, Víktor Orban en Hungría, pero también Rajoy con su ocupación y sin precedentes de instituciones circundantes a su mayoría absoluta- se hayan abandonado a un carrusel de prepotencia que toma a la ciudadanía por indocumentada, cuando no por incapaz de discernir la verdad de la mentira.
La confrontación que recientemente protagonizó ante el pleno del Parlamento Europeo el jefe del Gobierno húngaro -perteneciente no se olvide, a la familia del PP- ilustra bien a las claras esta crisis de valores que agrede al proyecto europeo y de la que hipócritamente se duele esa misma derecha que se ha propuesto derribarlo. El victimismo ramplón, el nacionalismo rabioso y la eurofobia reaccionaria se dieron turnos ante el pleno del Parlamento Europeo para justificar las contrarreformas regresivas que están llevándose a cabo desde la mayoría ultraconservadora húngara sin el menor respeto por los derechos de la oposición o por el pluralismo
Esa misma semana en el Parlamento Europeo presidí la reunión de la Comisión de Libertad, Justicia e Interior en que se puso en marcha la investigación parlamentaria sobre el espionaje masivo de la NSA de EEUU. Pero también tuvo lugar la intensa comparecencia de la ministra italiana de integración, Cecile Kyenge. Los portavoces de Berlusconi -de la familia del PP- afearon su defensa de la contribución a los inmigrantes en la sociedad italiana y, por extensión, europea, acostumbrados como están a identificar inmigración con delincuencia y con amenazas a la seguridad. Resultó reconfortante el coraje que mostró esta ministra italiana a la hora de contestar a quienes la recriminaron su origen congoleño. La Comisión que presido condenó enérgicamente los exabruptos racistas contra ella de un eurodiputado de extrema derecha italiana. Su degradación fue desfondada por un vicepresidente del Senado Italiano que retrató la medida de su catadura misérrima al rebajarse a compararla con "un orangután".
Todo eso está pasando en un país fundador de la UE, ¡en la República Italiana!: No estamos pues hablando de Hungría.
Del mismo modo, constatamos la corrupción pandémica que está haciendo estragos en el PP y pulverizando el crédito e imagen exterior de España, contaminando por entero al partido del Gobierno que mantuvo ¡20 años! a un sujeto que acopió 40 millones de euros en cuentas secretas en Suiza, buscando su impunidad en la ocupación por el PP de las instancias judiciales por la vía de la contrarreforma regresiva del Consejo General del Poder Judicial. Amenazaban, insisto, con convertirlo en el Consejo General del Partido Popular.
Hablamos de corrupción a todo trapo en la UE. Y no estamos hablando solo de Rumania y Bulgaria, como a menudo pretende la prensa propagandística de esa derecha europea que tiende a concentrar el foco de la crisis de valores, de manera reductiva, en los recién llegados de la ampliación del Este.
No. Estamos hablando de racismo, corrupción, crisis moral desatada... ¡Y estamos hablando de Europa!
Pongamos que hablamos de Italia, pongamos que hablamos de España, estamos hablando de Europa. Y de la necesidad de restaurar moralmente la Europa que echamos de menos, tan distinta a ésta, sumida en el cinismo infinito de quienes subvierten los valores sobre los que se fundó, al tiempo que fingen dolerse de tanta decadencia moral.