El pueblo más oscuro del mundo se valió de espejos gigantes para sacar luz de entre las sombras
La capacidad de una comunidad para alterar su destino geográfico.

Con la llegada del otoño y el acortamiento de los días, muchas personas sienten cómo su ánimo decae: la falta de luz solar influye en nuestro cuerpo y puede hacernos más apáticos, cansados o melancólicos. Es una reacción más que natural, pero ¿te imaginas vivir en un lugar donde durante varios meses al año el sol nunca toca directamente el suelo y donde la luz desaparece casi por completo?
Eso es exactamente lo que sucede en Rjukan, un pequeño pueblo de Noruega encajado en el fondo de un valle estrecho y flanqueado por montañas de casi 2.000 metros. Desde septiembre hasta marzo las laderas bloquean los rayos y la vida cotidiana transcurre en penumbra. La ausencia de luz no es solo una anécdota meteorológica, sino que ha marcado la identidad de la localidad durante más de un siglo.
Ante esta situación, el pueblo decidió desafiar la oscuridad con un ingenioso juego de espejos. La solución, en apariencia sencilla y sin embargo cargada de simbolismo, nació dos veces. En 1913, el ingeniero Sam Eyde dibujó la primera idea de un “solspeil” o un espejo solar que devolviera la luz al pueblo, pensada para mejorar el bienestar de los trabajadores y vecinos. Pero, tal y como recoge Visit Norway, la propuesta se descartó por razones técnicas y económicas.
El ingenio todo lo puede
Casi cien años más tarde, la idea renació y consiguió llevarse a la práctica. Un artista local, Martin Andersen, recuperó el proyecto en 2005 y promovió su materialización. En 2013, la tecnología permitió traducir aquella visión en realidad: tres heliostatos automáticos fueron instalados en la ladera del monte Gaustatoppen y comenzaron a reflejar luz hacia la plaza central de Rjukan, devolviendo al fin la claridad que se le había negado durante generaciones.
En lo que a detalles técnicos se refiere, cada espejo tiene aproximadamente 17 metros cuadrados y están montados en la pared de la montaña a unos 742 metros sobre el nivel del mar, aproximadamente 450 metros por encima de la plaza del pueblo. Controlados por ordenador, estos gigantes siguen el movimiento solar y concentran un haz ovalado que ilumina cerca de 600 m² del suelo urbano con una intensidad comparable a la luz solar normal.
La inauguración se convirtió en una escena casi de película: cientos de vecinos se reunieron en la plaza para recibir aquel brillo que durante décadas solo podían soñar. El proyecto se interpretó como una reivindicación colectiva sobre la capacidad de una comunidad para alterar su destino geográfico mediante ingenio, arte y voluntad política. Hoy, cuando la montaña vuelve a ocultar el sol durante los meses de invierno, los espejos devuelven la luz al corazón de Rjukan.
