El día en que España se para a soñar: lo más parecido que tenemos a un 'Black Mirror' colectivo
El Sorteo Extraordinario de Lotería de Navidad no es 'extraordinario' solo en el nombre.
A veces es sumamente complicado tratar de explicar una sensación, un sentimiento, como si hubiese una fórmula matemática o algún axioma que lo permitiese. A riesgo de fracasar en ese intento, en España cada año tiene lugar una especie de catarsis colectiva, un pacto social no escrito que engloba a una parte mayoritaria de la sociedad y que es muy difícil de poder traducir a una persona que no lleve años viviéndolo. Prácticamente un estado de ensoñación que engloba a todo un país durante un breve lapso de tiempo. O lo que la Administración ha preferido denominar, de forma más técnica: Sorteo Extraordinario de Lotería de Navidad.
¿Les suena eso del gato de Schrödinger? Se trata de un experimento mental, una suerte de paradoja para ilustrar el concepto físico-teórico de la superposición cuántica. ¿No? Les sonará más el planteamiento. En el interior de una caja hay un gato. En realidad, una cámara fuerte de acero cerrada a cal y canto en la que, además del minino, hay un átomo radioactivo que puede estar descompuesto o no. De si lo está o no, depende también si el gato está vivo o muerto. Pues lo de la lotería de Navidad es exactamente igual.
¿Cómo?, ¿qué tiene que ver la vida de un felino pendiendo de un hilo con poder llevarse un buen pellizco? Ocurre exactamente lo mismo cuando una persona sostiene un décimo. Mientras ve cómo ese torrente de bolitas de madera danzan en las entrañas del bombo antes de que arranque el sorteo, el gato está vivo y maúlla en cada uno de nuestros sueños pensando en qué gastarnos el dinero, como si fuera uno de esos felinos dorados chinos que dan dinero por agitar el brazo, igual que Elvis lo hace gratis encima del salpicadero del coche. Pero el gato vuelve a estar irremediablemente muerto en cuanto uno hace cuentas de las probabilidades de tener la combinación ganadora.
Nuestro 'Black Mirror' colectivo: un sueño
La lotería navideña tiene, además, la capacidad de transformar a España en una especie de temporada extra de la serie británica Black Mirror. Con permiso de los escasísimos capítulos que retratan una distopía positiva, claro. Y no un escenario en el que la tecnología, a priori con intenciones positivas, nos ha acabado destrozado el mundo tal y como lo conocíamos. Y todo ello con tradicional atrezzo de estrafalarios disfraces con el que los asistentes al Teatro Real dan color al evento y a algo tan intangible como la suerte y la felicidad.
Cada persona tiene en ese décimo que le han regalado la posibilidad de conformar su pequeña o particular distopía. De poder transformar en parte su realidad y que todo eso que habían sido sueños en su cabeza se tornen realidad. ¿Demasiada hipérbole para unos 328.000 euros? Todo depende de la historia, del capítulo que pertenezca a cada uno. Juzguen ustedes mismos.
Rubén ansía ese pequeño trozo de tierra en el que levantar una humilde casa que él mismo amueblará con sus listones y sus clavos, al fin y al cabo lleva años haciéndolo en hogares que no son el suyo. Sara necesita el dinero para que su pasado deje de pisarle los talones a su libertad en otro juzgado más. La distancia que separa a David de la entrada de un piso que pueda llamar suyo son cinco dígitos, los mismos que los del décimo que guarda doblado en la cartera. Laura guarda todavía con más celo el número de teléfono del de la mudanza, el mismo de hace unos meses, para en cuanto escuche la canción pedida a los niños de San Ildefonso.
A José nunca le había faltado ni sobrado el dinero, hasta que llegó la pequeña y entendió que no había hecho suficientes cuentas para tres, pero por eso ha cogido un boleto más con la esperanza de que en el futuro sean cuatro. Amalia hace tiempo que ya no puede caminar, pero en cama repasa una lista mental de todos los nietos que salvaría si le sale el primer premio. Daniel está harto de ir en bicicleta al enésimo nuevo trabajo, ha vuelto a pensar con las primeras gotas de un lunes de diciembre. "Ojalá volver a ver las de mi país, solo por unos días", suspira Luzmila sentada en una marquesina, tratando de recordar si ya han pasado 11 o 12 años desde entonces.
Antón se pregunta si se tragará por enésima vez sus palabras y enfado el próximo año, cuando sus amigos disparen de nuevo con sonrisa pícara y esa frase en el gatillo de "imagina que este año toca". Quizás, y solo quizás, ya haya algo de premio en el soñar que este año toca. Chúpate esa, Calderón.