Circulan en coche negro de neumáticos anchos y lunas tintadas, amenazadores, grimosos como ratas nocturnas. Cabezas rapadas, chaquetas de cuero, caras mal puestas; son los miembros del KGB de Bielorrusia, única república exsoviética que preserva las siglas de su policía secreta, cuya sede principal domina el corazón de Minsk como si fuese la alcaldía o un museo de fama internacional.