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Aplaudir a los ataúdes

Aplaudir a los ataúdes

Al margen del Papa, el número de líderes internacionales a cuya muerte se monta un pifostio mundial como el que vimos ayer en El Vaticano se puede contar con los dedos de una oreja.

Funeral del papa Francisco en directo.EFE/Medios del Vaticano / Simone Risoluti / POOL

Sinceramente, a mí esto de aplaudir a los ataúdes es que me tiene frito. El aplauso, como todos sabemos, es una forma de mostrar admiración, agradecimiento, alabanza, regocijo, a alguien tras una acción merecedora de tales júbilos. Un gol. La consecución de la presidencia del Gobierno. El solo de Prince en el concierto de homenaje a George Harrison. La recepción del premio Nobel de Medicina. Es condición sine qua non que el receptor del aplauso pueda percibir el sonido de las palmadas o, al menos, ver a la peña chocando sus manos repetidamente —por ejemplo, si la persona homenajeada fuera sordociega, nuestras felicitaciones se transmitirían de otras formas—. Si el receptor del aplauso está muerto… no sé, llamadme tiquismiquis, pero yo no acabo de verlo.

De hecho, a los ataúdes se les aplaude sólo durante los cortejos fúnebres, nunca antes ni después. Ni uno solo de los miles y miles de fieles que marcharon en fila india por delante de los restos embalsamados de Francisco se detuvo ante el ataúd abierto y aplaudió con respeto y sentida emoción —las emociones suelen ser sentidas—. Tampoco van a aplaudir, ya lo verán, ninguno de los visitantes que en el futuro se lleguen hasta su morada eterna en Santa Maria Maggiore. Es cierto que para los católicos el Santo Padre póstumo sigue existiendo de alguna manera, de forma que podrá percibir los aplausos que los creyentes le dedican. ¡Pero no los percibe desde dentro del ataúd, carajo! Apunten a otro lado. Aplaudan, qué sé yo, mirando al cielo sin necesidad de que el féretro esté pasando cerca en ese momento.

Aplaudir a los ataúdes requiere de más requisitos de lo que parece. Ha de realizarse en grupo, nunca individualmente. Muy preferentemente al aire libre, ya que dentro de las iglesias los aplausos se sincronizan y sus ecos hacen vibrar a las imágenes en sus ornacinas. Ha de ser un aplauso minimalista, en donde la cara no acompañe a las manos, de entusiasmo contenido y, desde luego, libre de otros ornamentos que acostumbran a acompañar a las ovaciones no fúnebres —nada de silbidos, sonrisas de oreja a oreja o agitaciones de bufandas; los piropos sólo están permitidos en el caso de María Jiménez—. Tampoco es necesario para aplaudir a un ataúd haber aplaudido alguna vez en vida al que va dentro. Nadie te va a acusar de incoherencia si aplaudes al paso del cadáver de tu mayor enemigo; eso sí, reprime tu sonrisa.

Al margen del Papa, el número de líderes internacionales a cuya muerte se monta un pifostio mundial como el que vimos ayer en El Vaticano se puede contar con los dedos de una oreja. A tenor del tratamiento dado por los medios, el finado se encontraba más cerca de Greta Thunberg que de Tomás de Aquino, y su grandeza consistió en continuar arrinconando a su Dios, ya convertido en mero macguffin del catolicismo, a base de potenciar la entronización del papado como estrellato pop. Si retiramos todo el andamiaje dogmático, la liturgia se sostiene por sí misma, y eso hoy en día no lo consigue ni Hollywood. Quizá pequé de ingenuo al analizar racionalmente los aplausos al ataúd y no entendí que, como todo en la Iglesia, no es más que una jugada simbólica para ganarse otros dos mil años de existencia.

MOSTRAR BIOGRAFíA

Licenciado en Filosofía y doctor en Psicología. Es profesor titular de Psicología Clínica de la Universidad de Oviedo desde antes de que nacieran sus alumnos actuales, lo que le causa mucho desasosiego. Durante las últimas décadas ha publicado varias docenas de artículos científicos en revistas nacionales e internacionales sobre psicología, siendo sus temas más trabajados la conformación del yo en la ciudad actual y la dinámica de las emociones desde una perspectiva contextualista. Bajo la firma de Antonio Rico, ha publicado varios miles de columnas de crítica sobre televisión, cine, música y cosas así en los periódicos del grupo Prensa Ibérica, en publicaciones de 'El Terrat' y en la revista 'Mongolia'.