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La autarquía intuitiva de Trump

La autarquía intuitiva de Trump

"Los frutos de sus radicales decisiones no generarán una economía más equilibrada sino una economía en recesión, arrastrada por graves tensiones inflacionistas".

Donald Trump presenta los aranceles por países en su 'Día de la Liberación'
Donald Trump presenta los aranceles por países en su 'Día de la Liberación'Chip Somodevilla vía Getty Images

Loe equilibrios globales de un mundo como el actual, fuertemente interconectado y globalizado, no son el fruto de una decisión positiva de quienes ostentan las mayores cuotas del poder sino la consecuencia de unos procesos, en parte espontáneos, en parte elegidos directa o indirectamente por la inteligencia humana. Quiere decirse que, aun sin negar la aleatoriedad de la existencia humana, ante todo estamos viviendo las consecuencias de nuestras propias decisiones: el mundo es como es porque sucedieron todos los hechos anteriores. Algunos premeditados y otros no. Los Estados Unidos son una hiperpotencia porque acertaron en su proceso constituyente, porque construyeron un fecundo melting pot de razas diversas capaz de las mayores proezas, porque se comprometieron con las grandes libertades tras estallar la primera y la segunda guerra mundial, etc.

Pues bien: en un cierto momento de la historia, Donald Trump, un personaje potente con pretensiones mesiánicas y una preparación intelectual escuálida y vacilante, situado democráticamente al frente de los Estados Unidos, ha decidido que el actual equilibrio global no le gusta porque lo considera injusto para su país y ha decidido cambiarlo. No de una forma gradual que permita utilizar el método de prueba y error sino súbitamente, en una rápida acometida contra los demás actores que tratan también de hacerse con un lugar bajo el sol. Los mercados de valores se han hundido y hay diagnósticos muy inquietantes, pero el emperador no parece inmutarse.

El razonamiento de Trump no puede ser más elemental: los Estados Unidos han sido hasta ahora una ingenuos filántropos, y han permitido que muchos países hayan contraído con ellos grandes déficit comerciales. Y para poner término a esta situación, la fórmula más fácil es la de imponer aranceles a las importaciones. De esta forma, la ventaja para Norteamérica será doble: por un lado, se frenará la demanda de los productos que se hayan encarecido lo suficiente; de otro lado, el fabricante internacional que quiera abastecer a los Estados Unidos no tendrá más remedio que montar sus fábricas en territorio americano.

La fórmula es antigua y está emparentada con las viejas autarquías. Franco, en sus primeros años de gobierno, pretendió algo parecido: debíamos fabricarlo todo en España, desde los automóviles a los alfileres, y obviamente el fracaso fue tan aparatoso que, tras cernirse el hambre física sobre este país, el régimen no tuvo más remedio que abrirse al exterior por simples razones de supervivencia.

Las tesis de Trump son engañosas pero ha habido unanimidad en la respuesta autorizada a su descabellada teoría: la intuición de este personaje ruin, que solo ha aprendido en su vida el negocio de la compraventa trufado de corruptelas, ha resultado fallida porque, como casi siempre, la verdad está en los detalles. Veamos por ejemplo la situación del mercado automovilístico, que quizá sea hoy el que mayores desequilibrios muestra en USA. Es cierto que en Estados Unidos existe una enorme demanda de vehículos europeos y japoneses, en tanto declinan las fábricas americanas, incapaces de exportar sus producciones. Pero el problema de los norteamericanos no es que Alemania, Francia o Japón hagan competencia desleal a Norteamérica sino que los fabricantes de automóviles norteamericanos son unos auténticos incapaces, primitivos tecnológicamente y desfasados estéticamente. En otras palabras, la industria europea del motor eclipsa a la norteamericana no por sus precios sino por la calidad. Y lo que ha de intentar un estadista no es cerrar los mercados sino prepararse para competir mejor.

Sin embargo, la solución no es fácil: puede que Mercedes Benz o BMW, en vista de lo que ocurre, decidan fabricar coches en Detroit, pero si así fuera, el remedio a la crisis actual tardaría varios años en encontrarse. Los mercados no se equilibran automáticamente. Como cualquiera puede observar y deducir.

La vía que ha elegido Trump es, en definitiva, sombría, ineficiente y peligrosa. Este sátrapa semianalfabeto que a punto estuvo de consumar un inconcebible golpe de Estado contra Biden, verá dentro de poco que su proyecto fracasa estrepitosamente. Los frutos de sus radicales decisiones no generarán una economía más equilibrada sino una economía en recesión, arrastrada por graves tensiones inflacionistas.

Pero Trump no solo ha atentado sobre los mencionados equilibrios: también ha arrasado la confianza de los actores económicos en un mundo con unas reglas de juego que resultaban eficaces y operativas. Además de haber destrozado Trump la Organización Mundial de Comercio, todo el sistema financiero de Bretton Woods ha saltado por los aires, y ni siquiera el dólar, la vieja moneda refugio, mantendrá su privilegiada posición.

Si a ello se añade el vínculo que Trump ha establecido con la extrema derecha globalizada, no se sabe bien con qué objetivos, una actitud que antes o después hará saltar la tensión entre la población blanca y la población de color en los propios Estados Unidos, se llegará a la conclusión de que la democracia, que ha puesto a Trump en la Casa Blanca, nos ha embromado esta vez con su carcajada siniestra. En algo nos habremos equivocado.

Frente a la irrupción, otra vez, de Trump en el paisaje, con intuiciones letales para sus compatriotas y para el resto del mundo (en otro orden de ideas, están muriendo en USA niños de sarampión porque el secretario de sanidad es un negacionista de las vacunas), la única salida para los europeos es la unidad. Unidad para conseguir economías tecnológicas y de escala; unidad para asegurar nuestra propia defensa, a resguardo de los sátrapas de ultramar; unidad para afrontar juntos nuestros propios problemas y para mantener a prudente distancia la otra gran satrapía, la de Putin, que todavía machaca salvajemente a una vieja nación europea.

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Mallorquín, de Palma de Mallorca, y ascendencia ampurdanesa. Vive en Madrid.

 

Antonio Papell es ingeniero de Caminos, Canales y Puertos del Estado, por oposición. En la Transición, fue director general de Difusión Cultural en el Ministerio de Cultura y vocal asesor de varios ministros y del Gabinete de Adolfo Suárez. Ha sido durante más de dos décadas Director de Publicaciones de la Agencia Española de Cooperación Internacional (Ministerio de Asuntos Exteriores y de Cooperación). Entre 2012 y 2020 ha sido Director de Comunicación del Colegio de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos y director de la centenaria Revista de Obras Públicas, cuyo consejo estuvo presidido en esta etapa por Miguel Aguiló. Patrono de la Fundación Caminos hasta 2024, en la actualidad es asesor de la Fundación. Ha sido durante varios años codirector del Foro Global de la Ingeniería y Obras Públicas que se celebra anualmente en colaboración con la Universidad Internacional Menéndez y Pelayo en Santander.

 

Fue articulista de la agencia de prensa Colpisa desde los años setenta, con Manu Leguineche; editorialista de Diario 16 entre 1981 y 1989, editorialista y articulista del grupo Vocento desde 1989 hasta el 2021; y después de unos meses como articulista del Grupo Prensa Ibérica, es articulista del Huffington Post. También publica asiduamente en el diario mallorquín Última Hora. Ha sido colaborador del Diario de Barcelona, El País, La Vanguardia, El Periódico, Diario de Mallorca, etc. Ha participado y/o participa como analista político en TVE, RNE, Cuatro, Punto Radio, Cope, TV de Castilla-La Mancha, La Sexta, Telemadrid, etc. Ha sido director adjunto de “El Noticiero de las Ideas”, revista de pensamiento de Vocento. Ha publicado varias novelas y diversos ensayos políticos; el último de ellos, “Elogio de la Transición”, Foca/Akal, 2016.

 

Asimismo, ha publicado para la Ed. Deusto (Planeta) sendas biografías profesionales de los ingenieros de Caminos Juan Miguel Villar Mir y José Luis Manzanares. También es autor de un gran libro conmemorativo sobre el Real Madrid: “Real Madrid, C.F.: El mejor del mundo” (Edit. Global Institute).