Malos presagios para la COP30 de Belém
"No hacen falta dotes de adivinación para dudar seriamente de los frutos que puedan obtenerse en esta reunión masiva".

La próxima gran cumbre climática (COP30) arranca esta semana en Belém, Brasil, y se prevé su clausura el día 21. La ciudad, en el estado de Pará, puerta de entrada de la Amazonia, ha sido elegida por Naciones Unidas por el gran simbolismo de la selva brasileña, cuya preservación constituye un eslabón esencial de la lucha contra el cambio climático, en pro de la preservación del medio ambiente y del clima del planeta.
No hacen falta dotes de adivinación para dudar seriamente de los frutos que puedan obtenerse en esta reunión masiva, eclipsada por los dos grandes conflictos regionales —Ucrania y Gaza— y descalificada sin matices por el gobierno norteamericano encabezado por Trump, al tiempo que la extrema derecha europea lleva a cabo una intensa labor de zapa para desacreditar y postergar los objetivos medioambientales. El multilateralismo está en baja y la causa ambientalista decae, desatentada por las polémicas que mantienen los diversos intereses en juego.
El pasado septiembre, Donald Trump declaró en Naciones Unidas que la crisis climática es “la mayor estafa perpetrada contra el mundo”. Al propio tiempo, anunció la retirada de los Estados Unidos del Acuerdo de París sobre el Clima, firmado en 2015 por 195 países. Con esta decisión, Washington se alinea con un inhóspito grupo negacionista que incluye a Yemen, Irán y Libia, entre otros países.
El cambio climático está ante nosotros, expresándose con una contundencia tal que solo la mala voluntad puede negar. Los fenómenos meteorológicos extraordinarios que sufre el planeta confirman trágicamente que la contaminación humana actúa negativamente sobre el clima. Y esto es así porque lo certifica la comunidad científica con pruebas fehacientes, aunque puedan tener razón en parte los que aseguran que también estamos sufriendo un calentamiento espontáneo del globo terráqueo conforme a fluctuaciones que siempre ha experimentado el planeta. Las glaciaciones históricas atestiguan tal inestabilidad.
Si Trump no estuviera al mando de la primera potencia de la tierra, sus declaraciones histriónicas podrían ser tomadas a broma, pero la realidad es que influyen decisivamente en la opinión púbica y en la gobernanza globales. Prueba de ello es el viraje de algunas mentes alineadas con la preocupación climática, como es la de Bill Gates, el patriarca de mayor prestigio de cuantos han impulsado la innovación tecnológica de las últimas décadas. En efecto, Gates lanzó en enero de 2021 un libro estremecedor, “Cómo evitar un desastre climático”, en el que partía de la convicción de que «el cataclismo climático diezmará la civilización en unas pocas décadas». Por ello, nada es más importante que limitar la subida global de las temperaturas del planeta.
Pues bien, el pasado 27 de octubre, Gates publicaba en su propia web y con su firma un memorándum en el que se opone a lo que denomina una “perspectiva catastrofista” del problema medioambiental y parece haber cambiado su postura sobre los riesgos del calentamiento del planeta. En el sorprendente alegato, Gates, que ha gastado miles de millones de dólares de su propio dinero para hacer sonar la alarma sobre los peligros del cambio climático, trata de mitigar el alarmismo que, según dijo, mucha gente utiliza para describir los efectos del aumento de las temperaturas. En su lugar, pide que se reorienten los esfuerzos hacia la mejora de la vida en el mundo en desarrollo, y escribe textualmente: “Aunque el cambio climático tendrá graves consecuencias —sobre todo para los habitantes de los países más pobres—, no conducirá a la desaparición de la humanidad” […] “La gente podrá vivir y prosperar en la mayoría de los lugares de la Tierra en un futuro previsible”. El texto es tan explícito que sus conclusiones están calcadas del discurso del propio Trump: “las perspectivas apocalípticas incitan por desgracia a que gran parte de la comunidad climática se centre demasiado en los objetivos de emisiones a corto plazo y está desviando recursos de las actuaciones más efectivas que deberíamos estar haciendo para mejorar la vida en un mundo en alerta”. El cambio de actitud del más genuino representante del empresariado tecnológico norteamericano constituye una retractación muy destructiva, ya que Trump se ha apresurado a reafirmarse en sus tesis para rechazar los esfuerzos de la comunidad internacional en la reducción de emisiones contaminantes.
Tras el anuncio rupturista de Trump en la ONU al que se ha aludido más arriba, sectores del progresismo europeo han reaccionado con eufórico optimismo. El economista y columnista italiano Francesco Grillo escribía el 13 de octubre en “The Guardian” que la salida de Trump de los engranajes del Acuerdo de París ofrecen «una oportunidad para que otros avancen en la agenda climática» por el procedimiento de «esbozar el plan de un nuevo orden mundial sin Estados Unidos, aun contando con el hecho de que Washington fue el arquitecto del anterior». Este sector de opinión piensa —escribe Grillo— que «incluso podría surgir un nuevo acuerdo en la cumbre climática de la ONU que se celebrará en Brasil. El éxito dependerá de la capacidad de liderazgo de un dúo improbable: el país anfitrión, uno de los países fundadores de los BRICS, y la UE, que sigue siendo la comunidad política central de una alianza occidental fracturada».
La visión alentada por “The Guardian” es conmovedora pero irreal: el pasado día 8 de octubre, la prensa europea informaba de que” tres partidos políticos de Europa acordaron revertir las normas verdes para las empresas después de un día vertiginoso de negociaciones políticas que casi hizo colapsar el consenso gobernante centrista. El Partido Popular Europeo (PPE) forzó la mano de los Socialistas y Demócratas (S&D) y de los liberales de Renew al amenazar con abandonar la mayoría centrista tradicional y aliarse con la extrema derecha para impulsar medidas más duras si no se cumplían sus demandas. Este chantaje se ha vuelto estructural: Jörgen Warborn, principal negociador del PPE, declaró a POLITICO el mismo 8 de octubre que «todos los grupos del Parlamento Europeo deben adaptarse a la nueva realidad». Y “si los socialistas y los liberales no cooperan, entonces también hay otra mayoría con la que construir”. El fantasma europeo de la alianza derecha-ultraderecha, capaz de sustituir al venerable consenso socialdemócrata, también condiciona la manera de encarar el cambio climático por parte de la comunidad internacional, diga lo que diga la comunidad científica. Las sociedades civiles de los grandes países democráticos podrían todavía impedir este viraje letal, pero es altamente improbable que nuestras comunidades reúnan las fuerzas suficientes para regresar a la implacable racionalidad y para defender unos valores que han decaído inexplicablemente.
