Trump detesta a Europa
"Las diferencias ideológicas entre USA y Europa deberían negociarse y aclararse ya que tenemos bien a la vista la peligrosidad y la agresividad de Rusia".

La recién publicada estrategia de seguridad nacional de los Estados Unidos carga brutalmente contra Europa, que sufriría según ese texto un declive civilizatorio, debido en gran parte a la “debilidad” de los líderes, que por añadidura no son plenamente depositarios de la soberanía nacional en sus países de origen ya que buena parte de esa soberanía ha sido transferida a los órganos comunitarios, a las instituciones centrales de la Unión.
Fuentes conocedoras de la organización trumpista MAGA (Make America Great Again) consultadas por Ian Ward, de POLITICO, explican que este menosprecio por lo europeo proviene de una simplista clasificación del mundo entre fortalezas y debilidades; y desde el primer mandato de Trump (2017-2021), este ha creído que los europeos son débiles. Las razones son conocidas: los países europeos son remisos a invertir en su propia defensa y, lo reconozcan o no, se sienten cómodos en su dependencia del poderío estadounidense, que ejerce una especie de protectorado, que arrancó nada menos que en el desenlace de la Segunda Guerra Mundial. Washington se repartió con Moscú la influencia internacional, organizó los juicios de Nuremberg, puso en marcha el Plan Marshall para la reconstrucción de lo devastado y mantuvo -y aun mantiene- tropas y armas en Europa para equilibrar desde primera línea el statu quo de la guerra fría. Además, la decadencia se manifiesta en “su apertura ante la inmigración, sus estados de bienestar social y su aparente falta de vigor militar”
Según Jeremy Shapiro, director de Investigación del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores y experto en la relación trasatlántica, en este segundo mandato de Trump (que comenzó el 20 de enero de 2025) se mantiene el recelo ante la ‘debilidad’ de Europa, que se ha agravado con nueva elementos. Así, el vicepresidente J.D. Vance ha presentado a Europa como un baluarte liberal en una guerra cultural global entre los nacionalistas que siguen los postulados de MAGA y los globalistas, que se identificarían con el Partido Demócrata. La fuente mencionada asegura que Vance ha llegado a creer “que fueron estos bastiones del poder liberal en la cultura y el gobierno los que obstaculizaron el primer mandato de Trump, por lo que es ahora necesario atacar a las universidades, los think tanks, las fundaciones, la industria financiera y, por supuesto, el estado profundo”. Según MAGA, Europa es uno de los principales “bastiones liberales”, que cultiva la cultura woke y que dicta sus propias normas para mantener un particular estilo de vida.
Este es otro elemento que enerva a Trump: la última multa de la Comisión Europea a Elon Musk por incumplir las normas comunitarias sobre contenidos en internet ha encrespado al establishment americano y el secretario de Estado, Marco Rubio, ha considerado que esta sanción es “un ataque a todas las plataformas tecnológicas estadounidenses y al pueblo norteamericano por parte de gobiernos extranjeros”. Europa no se ha arredrado, y Bruselas acaba de abrir una investigación antimonopolio contra Google, propiedad de Alphabet, por la utilización de materiales que no son de dominio púbico en el entrenamiento de la Inteligencia Artificial. Numerosos ejecutivos de grandes empresas USA como Exxon Mobil, Huntsman, JPMorgan, Chase o Ford han presentado quejas en el mismo sentido.
La animadversión con respecto a Europa es, pues, doble: de un lado el Viejo Continente disiente del desarrollo del parlamentarismo liberal, tanto en las formas como en el fondo; y de otro lado, Europa interfiere en la expansión de los intereses económicos USA en la comunidad global.
Las diferencias ideológicas entre USA y Europa deberían negociarse y aclararse ya que tenemos bien a la vista la peligrosidad y la agresividad de Rusia, hoy en manos de un autócrata sin escrúpulos. Es lógico que Washington exija a Europa un copago de los gastos de defensa, pero en todo caso ha de tenerse en cuenta la rentabilidad que proporciona a USA su hegemonía. De otro lado, la vida de los Estados Unidos sería muy incómoda y estaría cargada de riesgos si Europa aflojara los fuertes lazos trasatlánticos y cayera en la zona de influencia de Moscú y de Pekín.
El problema que podríamos llamar de competencia comercial tiene un tratamiento más simple, siempre que USA se percate de que Europa es un mercado de 450 millones de personas -mayor que el norteamericano- que no va a aceptar en silencio las arbitrariedades de un frívolo presidente USA que organiza su política comercial a ojo y que se cree en condiciones de utilizar los aranceles como instrumento de presión geoestratégica basada en simpatías y antipatías.
Por fortuna, Trump no solo no es eterno sino que no podrá presentarse a un nuevo mandato (es inverosímil la idea de que dará un golpe de Estado para intentar un tercer mandato - 2029-2033-, que completaría con 87 años…). Eso significa que la ley del péndulo facilitará las cosas a medio plazo, cuando los demócratas se rehagan. De cualquier modo, Europa tiene que sortear ahora el espinoso asunto de las relaciones entre la Casa Blanca y el populismo europeo, dada la cercanía de MAGA con la ultraderecha que medra en la UE. En varios casos singulares -el de Francia- la correlación no existe; en otros -Alemania- es poco operativa. De cualquier modo, hay que preservar el principio de no injerencia de terceros en la vida política de los europeos. En esto sí que debemos ser firmes e inflexibles.
