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Un general británico se deja de indirectas sobre el dominio de la OTAN: "Estamos aguantando, pero no mucho"

Un general británico se deja de indirectas sobre el dominio de la OTAN: "Estamos aguantando, pero no mucho"

La realidad del Viejo Continente parece ser mucho más crítica de lo que se podría pensar hace apenas tres años.

El Secretario de Defensa británico, John Healey hablando con militares británicos y noruegos
El Secretario de Defensa británico, John Healey hablando con militares británicos y noruegosPeter Nicholls

Durante décadas, el Atlántico Norte fue el símbolo del dominio marítimo de Occidente. Las rutas que unen América y Europa eran consideradas territorio seguro gracias a la potencia naval de países como Reino Unido y Estados Unidos. 

Sin embargo, ese equilibrio que parecía inamovible comienza a mostrar grietas. Al menos así lo advierte uno de los hombres que mejor conoce lo que se juega en esas aguas: el jefe de la Marina Real británica, el general Sir Gwyn Jenkins. Su mensaje ya no recurre a insinuaciones: la ventaja occidental está en riesgo y el tiempo corre en contra.

Jenkins lo expuso sin rodeos en un discurso en pleno corazón de Londres. La presencia de buques rusos que representan una amenaza para el Reino Unido ha aumentado en un 30% solo en los dos últimos años. La Royal Navy ha tenido que salir en repetidas ocasiones a interceptar barcos procedentes de Moscú. Esa actividad súbita, constante, no deja margen para las dudas: Rusia ha decidido tensar el tablero marítimo, obligando a Reino Unido y a la OTAN a reaccionar.

“Estamos aguantando, pero no por mucho”, avisó el general. La frase, escueta y contundente, funcionó como diagnóstico y como advertencia. Jenkins dejó claro que la superioridad que el bloque occidental había dado por sentada durante décadas empieza a tambalearse. Y aunque el control del mar no se pierde de la noche a la mañana, el simple hecho de que ya sea cuestionable refleja un cambio geopolítico profundo.

Bajo las olas: la amenaza silenciosa

Uno de los episodios recientes que mejor ilustran el nuevo escenario fue el avistamiento del buque Yantar, una nave de inteligencia rusa. Según denunció el secretario de Defensa británico, John Healey, el barco llegó a apuntar con láseres a pilotos de vigilancia británicos, un gesto que calificó de “sumamente peligroso”. 

El Yantar ha sido visto varias veces cerca de aguas británicas y de la costa francesa. Pero, como subrayó Jenkins, este tipo de provocaciones no son lo verdaderamente alarmante. Lo preocupante -lo que no se ve- está bajo la superficie.

Rusia posee una de las flotas de submarinos más potentes del planeta y una amplia experiencia operativa en las condiciones extremas del Ártico. Muchos de sus navíos parten desde bases clave situadas en torno a Murmansk y Severomorsk, donde se concentra también parte de su capacidad nuclear estratégica. Desde allí, se adentran en el Atlántico a través de la llamada brecha GIUK -el estrecho corredor entre Groenlandia, Islandia y el Reino Unido-, un punto vital que la OTAN lleva vigilando desde la Guerra Fría. Pero los avances tecnológicos han vuelto mucho más difícil detectar estos movimientos. Los submarinos rusos cruzan a menudo esa frontera invisible sin ser descubiertos, lo que refuerza la sensación de vulnerabilidad en los aliados.

El Kremlin ha multiplicado su inversión militar desde el inicio de la invasión de Ucrania. Los fondos se han destinado especialmente a modernizar su armada, reforzando la capacidad de realizar operaciones encubiertas en zonas donde la vigilancia occidental sigue siendo limitada. "Nuestros posibles oponentes están invirtiendo miles de millones. Tenemos que intensificar nuestros esfuerzos o perderemos esa ventaja", subrayó Jenkins ante su audiencia.

Una carrera por proteger lo que sostiene al mundo

El Reino Unido ha reaccionado con una iniciativa bautizada como Atlantic Bastion. El objetivo es claro: proteger la infraestructura submarina crítica. No se trata solo de monitorizar submarinos. Hay algo mucho más frágil y decisivo en juego: los cables y oleoductos que serpentean por el lecho marino y que sostienen casi toda la vida conectada del planeta. 

Se estima que el 98% del tráfico global de datos viaja por esos cables, una red inmensa y difícil de defender. Cada corte, cada sabotaje, puede alterar comunicaciones, mercados financieros o servicios esenciales de países enteros.

Por eso, Londres quiere combinar drones, inteligencia artificial y buques militares para blindar lo que antes se daba por garantizado. La OTAN también ha reforzado patrullas en el Atlántico Norte tras varios incidentes de sabotaje que afectaron tanto a cables de datos como a un enlace eléctrico crucial a finales de 2024. Además, Reino Unido anunció junto a Noruega la creación de una flota de modernas fragatas antisubmarinas -las futuras Tipo 26- para patrullar esta región estratégica.

Las interceptaciones de barcos rusos se han vuelto casi rutinarias. En noviembre, la Royal Navy localizó frente a sus costas al buque de guerra Stoikiy y a un petrolero ruso. Pocos días antes, una fragata británica había seguido al submarino Novorossiysk atravesando el Canal de la Mancha. Señales, todas ellas, de que el pulso en el Atlántico no es hipotético, sino muy real.

Y aunque el general Jenkins insiste en que Occidente todavía mantiene la ventaja, su mensaje final resuena como un toque de atención: no durará para siempre si la OTAN no acelera. Porque el dominio del mar -y del fondo del mar- es hoy el tablero donde se decide buena parte del poder global. Y los adversarios ya se han lanzado a la partida.