Conocen a 5 personas que han vivido más de 100 años y tienen todas algo en común: ninguna se ha jubilado
Con manos ya temblorosas, pero con la ilusión intacta, repite: “Si muero aquí, en mi taller, seré feliz”.
Japón roza las 100.000 personas centenarias, la mayor proporción del mundo. En un país que envejece y con natalidad en mínimos, la longevidad plantea retos sociales y económicos. Pero, como recoge Clarín, para cinco japoneses extraordinarios llegar a los 100 no es un punto final, sino un estado vital en el que el trabajo (sí, trabajar) sigue dándoles propósito, salud y vínculos.
El reparador de bicicletas (Seiichi Ishii, 103 años)
De niño, al ver un cartel de “se busca empleado”, decidió entrar en un taller de bicis del viejo Shitamachi (Tokio). Noventa años después, sigue ajustando tornillos y cámaras en su propia tienda. Con manos ya temblorosas, pero con la ilusión intacta, repite: “Si muero aquí, en mi taller, seré feliz”. Complementa su pequeña pensión arreglando bicis y no falta a su karaoke dominical… al que llega en triciclo. Lo resume con orgullo: “¡Soy un hombre trabajador, y eso no cambia con la edad!”.
La chef de ramen (Fuku Amakawa, 102 años)
Atiende cinco o seis días por semana el turno de mediodía en el restaurante familiar, removiendo fideos con palillos largos y coronando boles con cebolleta. “No puedo creer que haya logrado trabajar tanto tiempo sin aburrirme”, dice, bajo una foto dedicada por la estrella Takuya Kimura. Asegura que el vapor de la cocina le mantiene la piel luminosa y el cuerpo activo. Un dolor torácico que la alarmó resultó ser sobrecarga por levantar ollas: “Es maravilloso poder seguir trabajando. Física y emocionalmente, cambia la calidad de mi vida”.
El granjero (Masafumi Matsuo, 101 años)
Criado entre flores de colza, hoy su hijo lleva el arrozal familiar, mientras él cultiva por temporadas berenjena, pepino y judías. “Trabajo para mantenerme sano”, explica, mientras riega plantones con un taburete a mano para los descansos. Viudo y superviviente de un cáncer de esófago y de la COVID a los 99, mantiene un altar budista para su esposa y juega los fines de semana con su bisnieto. Tras el campo, se recoge en el kotatsu, con los saltamontes repiqueteando en la ventana.
La consultora de belleza (Tomoko Horino, 102 años)
Quiso vender maquillaje desde joven, pero esperó a que sus hijos crecieran para lanzarse. La primera barra que se aplicó fue reveladora: “La primera vez que me maquillé, me sentí muy guapa”. Su marido no estaba conforme, pero la economía apretaba; pronto ganó más que él. Hoy, viuda y viviendo sola, atiende por teléfono y hace visitas puntuales: sigue disfrutando al ver subir la autoestima de sus clientas. “Me encanta hacer que la gente se sienta bella… esa es la parte más importante y gratificante de todo esto”.
La narradora (Tomeyo Ono, 101 años)
Maestra del minwa (cuento popular), empezó a los 70 y hoy es la voz más veterana de su colectivo. Tras el tsunami de 2011, integró testimonios de supervivientes en su repertorio de 50 historias. “Vivo para contar mis historias”, confiesa entre lágrimas, temiendo que se pierdan los relatos y la memoria del desastre. Desayuna natto entre pan blanco, escribe a diario y bromea con el trato preferente por ser la mayor. Dice que ya solo sueña con quienes se fueron… y promete seguir narrando “hasta reunirse con ellos”.