Es vital para la ciencia, tiene una vida útil corta y sólo quedan 20 gramos en el mundo: el recurso natural más raro de la Tierra está desapareciendo
Según el portal finlandés Ppvak.

En un mundo donde la escasez de recursos como el agua, el litio o el helio domina los titulares, existe un elemento químico cuya rareza eclipsa a todos los demás. Se trata del astato, un halógeno extremadamente inestable y fugaz, considerado el recurso natural más escaso de la Tierra. Su existencia, aunque confirmada científicamente, sigue siendo un enigma para la química moderna. Así lo recoge el portal finlandés Ppvak en una información.
El astato (símbolo At, número atómico 85) pertenece al grupo de los halógenos, justo debajo del yodo en la tabla periódica. Sin embargo, a diferencia de sus parientes más conocidos, el astato no se encuentra en la naturaleza en cantidades significativas ni en forma estable. Se estima que en toda la corteza terrestre existen apenas 0,2 gramos de este elemento de forma natural, y que, sumando todas las fuentes posibles, no hay más de 20 gramos en todo el planeta.
Su nombre proviene del griego astatos, que significa "inestable", una descripción precisa de su comportamiento atómico: incluso sus isótopos más estables tienen vidas medias de apenas unos minutos, y muchos se desintegran en segundos. Esta volatilidad extrema impide su almacenamiento, transporte o uso práctico a gran escala.
Sintetizado en 1940, pero con una vida media de poco más de 7 horas
El astato fue sintetizado por primera vez en 1940, cuando un equipo de físicos logró producirlo bombardeando bismuto con partículas alfa (núcleos de helio). Desde entonces, solo ha sido generado en laboratorios nucleares altamente especializados, y siempre en cantidades ínfimas, destinadas exclusivamente a la investigación científica.
A pesar de su inestabilidad, el astato ha despertado un interés creciente en el ámbito de la medicina nuclear. En particular, el isótopo astato-211 ha mostrado un potencial prometedor en terapias oncológicas, gracias a su capacidad para emitir partículas alfa que destruyen células cancerosas con gran precisión y mínima afectación a los tejidos circundantes.
Sin embargo, su vida media de apenas 7,2 horas limita severamente su aplicación clínica. Para que pueda utilizarse de forma efectiva, debe ser producido, purificado y administrado al paciente en un plazo extremadamente corto, lo que representa un desafío logístico y tecnológico considerable.
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