María, joven de 32 años, deja ingeniería en Cáceres, va a Calcuta y se inspira en el negocio del siglo de más de 92.000 euros
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María, joven de 32 años, deja ingeniería en Cáceres, va a Calcuta y se inspira en el negocio del siglo de más de 92.000 euros

"Mi idea de vida era ser ingeniera, trabajar en una oficina y poco más. Calcuta fue un punto de inflexión, me fui en verano y me cambió la vida".

Tranvía, autobuses y tráfico en el centro de Calcuta, Bengala Occidental, IndiaPeter Adams- Getty Images

Lo que comenzó como un simple voluntariado de verano terminó convirtiéndose en el proyecto laboral de María Morollón, una cacereña de 32 años que decidió dejar la ingeniería para dedicarse a los niños más vulnerables. Y es que, tal y como relató en La Tarde, aquel viaje lo cambió todo. 

"Mi idea de vida era ser ingeniera, trabajar en una oficina y poco más. Calcuta fue un punto de inflexión, me fui en verano y me cambió la vida, había muchísima gente sufriendo, tenía una idea completamente diferente de la vida y al vivir eso sentí a Dios muy cerca y vi que el objetivo de la vida era hacer algo que te dé paz",  afirmó.

Hasta entonces llevaba una vida universitaria normal. Estudiaba ingeniería, salía de fiesta con amigos y, aparentemente, tenía el camino claro. Sin embargo, una decisión espontánea —irse de voluntariado a Calcuta— partió su vida en dos. Allí colaboró con niños con parálisis y conoció la crudeza de otros centros: "Había otro voluntariado de moribundos y solo fui dos veces porque salí llorando", recordaba.

El regreso no fue sencillo. La experiencia la removió tanto que su rutina ya no encajaba con la persona en la que se había convertido. Continuó realizando voluntariados, esta vez con niños, y descubrió su vocación docente: quería estudiar Magisterio y orientar su vida profesional a acompañar a la infancia.

Su búsqueda la llevó hasta Uganda, primero un verano, y después, sin billete de vuelta. Sin embargo, cuando llegó se topó con un país donde la mitad de la población es menor de edad y millones de ellos han crecido sin padres. "Lo que he visto en Calcuta no lo he visto en otros sitios de mi vida, en Uganda hay muchos niños pidiendo, no tienen alimentación, pero se vive mucho en comunidad y tienen alguna forma de sobrevivir", explicaba.

Fue entonces cuando decidió fundar Nafasi, su ONG, con un objetivo tan simple como ambicioso: ofrecer hogar y nuevas oportunidades a niños que crecen solos. La meta más inmediata tiene una cifra de más de 92.000 euros. Ese es el presupuesto necesario para adquirir un terreno y construir una casa de acogida en Uganda. Cuando lo consiga, su plan es volver temporalmente a España para impulsar desde aquí la organización.

Por ahora, continúa en el país africano, donde ya tiene a cuatro niños a su cargo. "Cuando ves la vida que tienes no te puedes imaginar lo que tienes, cuando volví era otra persona", señaló finalmente. 

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