Una prueba de ADN pone en un gran aprieto a una familia

Joseph y Celia Quiñones son una pareja de Colorado (Estados Unidos) que se casó en 2006 tras varios años de noviazgo. Diez años después, cuando ya habían formado una familia con tres hijos, decidieron conocer sus raíces y se pusieron manos a la obra para crear su árbol genealógico. 

Ambos se hicieron las pruebas de ADN para poder saber de dónde venían. Sin embargo, los resultados no fueron los esperados. El documento que recibieron en su casa determinaba que son primos segundos o séptimos, así que el familiar común más cercano que podrían tener sería un bisabuelo. 

Aunque sus abuelas se parecían mucho entre ellas y se llevaban bien, nunca sospecharon que podían ser parientes porque sus familiares no se conocían entre sí. “Nunca la vi en reuniones familiares, funerales o bodas”, comenta Joseph a la revista People. Todavía no saben el parentesco exacto que les une.

Nada más leer los resultados del ADN, Celia entró en pánico y se planteó si sería ético estar casada con un familiar. Incluso pensó en qué deberían hacer: "¿Deberíamos divorciarnos? ¿Se supone que debemos estar juntos?". Pero su marido se antepuso a la situación para luchar por su familia y seguir juntos. "No hay nada que podamos hacer al respecto. No voy a dejar que un poco de sangre se interponga entre nosotros”, manifestó él. 

Cuando recibieron los resultados de ADN su árbol genealógico pasó a un segundo plano, pero esta pareja no descarta reanudar su investigación en el futuro.