Una pareja vive con su bebé en un piso de 35 m² y lanza un consejo crucial para los padres primerizos en situaciones parecidas
Para mantener una estética cálida sin gastar de más, reutilizaron casi todo lo que ya tenían. La única compra nueva fue la cuna.

En París, donde cada metro cuadrado cuenta, una familia ha conseguido demostrar que incluso un hogar diminuto puede transformarse en un refugio cálido y funcional. El medio griego Bovary relató la historia de esta pareja que, viviendo en apenas 35 metros cuadrados, encontró la manera de adaptarse a la llegada de su bebé sin renunciar a la armonía ni a la comodidad.
El periodista Flavi Laqueil, especializado en tendencias decorativas, se interesó por su caso porque resume muy bien cómo la creatividad puede suplir la falta de espacio. Según explica, la filosofía de la pareja era clara desde el principio: evitar decisiones precipitadas y dejar que el hogar evolucionara al ritmo del niño. "Durante los primeros meses, el bebé necesita más cercanía que una habitación completamente equipada", recuerda.
Cuando el pequeño nació en 2025, el dormitorio seguía siendo el de dos adultos. La solución inicial fue sencilla y flexible: una cuna con ruedas que se movía del salón al dormitorio según las horas de sueño. Apenas añadieron lo imprescindible, como un cambiador y una pequeña percha, priorizando esa cercanía emocional por encima del mobiliario.
El primer gran cambio llegó a los tres meses. Un pequeño despacho en el dormitorio, ya separado por una cortina, se convirtió en un rincón infantil. Los padres recurrieron a tonos suaves, madera y pequeñas decoraciones hechas a mano para crear un ambiente acogedor sin saturar el espacio. La cortina, además de dividir, permitía regular la luz y la privacidad sin romper la unidad estética.
A los seis meses, con un bebé más activo, la sala pasó a ser el verdadero centro de la vida familiar. La antigua mesa grande y una estantería voluminosa dieron paso a una mesa pequeña para dos y a una zona amplia de juegos con alfombra y cestas de almacenaje. El sofá se mantuvo cerca para supervisar al pequeño, y el flujo del espacio se organizó para evitar obstáculos.
El secreto, según la pareja, fue reducir y simplificar: dos sillas en vez de cuatro, muebles plegables o multifuncionales y materiales ligeros. La organización también fue clave. En la entrada, un amplio armario resolvía la ropa; en el dormitorio, la cama con almacenaje suplía una cómoda; en el salón, un nicho cerrado guardaba los juguetes. Incluso un puf servía como asiento y como escondite de pequeños objetos.
Para mantener una estética cálida sin gastar de más, reutilizaron casi todo lo que ya tenían. La única compra nueva fue la cuna. La madre añadió detalles personales, como pequeñas ilustraciones o bolsas de tela, elementos que aportan una identidad emocional que difícilmente se consigue con decoración estándar. Madera, telas suaves, terciopelo y tonos pastel unifican el conjunto, mientras una iluminación bien pensada contribuye a la serenidad general.
Aunque la familia sabe que tarde o temprano necesitará más espacio, cree en la adaptación progresiva. Su consejo para otros padres resume bien su experiencia: esperar a conocer las necesidades reales del bebé y permitir que el hogar cambie con él. En apenas 35 metros cuadrados, han creado un ejemplo inspirador de cómo los espacios pequeños pueden acoger una vida plena, cálida y equilibrada.
