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Palestina: la pelea por la supervivencia y hasta por los abrazos

Esta es la historia de Canaan, un refugiado residente en España que va a poder ver a sus padres, salidos de Gaza, y presentarles a su hija, a la que no conocen.

Un grupo de manifestantes palestinos, en la frontera entre Gaza e Israel, el pasado 5 de octubre.Ibraheem Abu Mustafa / Reuters

Desde 1977, Naciones Unidas conmemora cada 29 de noviembre el Día Internacional de Solidaridad con el Pueblo Palestino. La fecha fue elegida por su enorme simbolismo: ese día, en 1947, la Asamblea General de la ONU aprobó la resolución 181 o de la partición, que estipulaba la creación de un "Estado judío" y un "Estado árabe" en la tierra de Palestina. Hoy, 71 años más tarde, sólo se ha creado uno, Israel. La llamada cuestión palestina no se ha resuelto.

¿Qué queda pendiente? Todo. No se ha resuelto ninguno de los grandes nudos gordianos: soberanía y estado, asentamientos, refugiados, recursos naturales, seguridad, capitalidad en Jerusalén... En el último año, en vez de avances, la causa palestina ha anotado retrocesos: 200 palestinos han muerto casi 22.000 han resultado heridos en las Marchas del Retorno de Gaza, iniciadas en marzo; se ha registrado la peor escalada de violencia en la Franja desde el fatídico verano de 2014; y EEUU ha anunciado el traslado de su embajada ante Israel de Tel Aviv y Jerusalén, por poner tres ejemplos.

Y, en mitad de todo eso, arrastrando décadas sin respuestas, la vida diaria de los ciudadanos palestinos que pelean por sobrevivir, por trabajar, por comer... y hasta por abrazarse. Es el caso de Canaan (el nombre falso que usa para preservar su identidad), un treintañero refugiado, afincado en España, quien justo esta semana ha cumplido el sueño de que sus padres, atrapados en Gaza, conozcan a su nieta, de unos dos años. El martes por la noche la espera acabó.

"Estoy absolutamente emocionado, con los nervios a tope -relata mientras prepara la maleta para salir al encuentro de los suyos-. Fue imposible que vinieran para el parto. Ha sido imposible vernos en estos años. En increíble lo que hay que luchar para algo tan sencillo, sólo por ser de un pueblo perseguido", denuncia al teléfono. Hasta ahora, la única imagen que la familia gazatí de Canaan tiene de su hija es a base de fotos, vídeos, videollamadas... ·"Tocarla, nada".

La suya y la de su gente es una historia común entre los cinco millones de refugiados palestinos que en el mundo son: la del exiliado forzoso que no puede ver a los suyos cuando le plazca, la de los refugiados hacinados en la Franja, encarcelados al aire libre. Canaan salió de Gaza por primera vez con 17 años, para ir a la universidad, becado en Irak, pero allá le encontró la invasión de EEUU (2003) y tuvo que marcharse. Tras pasar por Jordania, regresó a Gaza, donde "la ocupación, las carencias, la falta de oportunidades" le llevaron a salir de nuevo. Tres años le costó poder escapar por el paso de Rafah, en la frontera con Egipto, pagando la mordida habitual, comenzando un itinerario por medio mundo que, finalmente, le hizo aterrizar en Madrid y pedir asilo.

Desde 2008, cuando dejó su tierra (palestina pero prestada, porque procede de una familia refugiada que se estableció en Gaza tras ser expulsada de su tierra por Israel, criado en un campo de refugiados dentro de la franja), sólo ha podido ver a sus padres dos veces, explica. "Tuvimos un encuentro de tres días en El Cairo una vez y luego logré entrar en Gaza otros cuatro días. Fue en 2014, tras la ofensiva [Margen Protector], porque nuestra casa había sido bombardeada y lo arriesgué todo por verlos, por si no tenía otra oportunidad", relata.

"Allí dentro" siguen todos: sus padres, hermanos, primos, tíos, amigos... Israel controla el paso para personas de Erez, en el norte de la franja, por el que sólo se mueven periodistas, cooperantes y palestinos con permiso (poquísimos, siempre relacionados con cuestiones médicas o educativas). En el sur, el paso de Rafah lo cierra y abre Egipto, "colaborando al bloqueo", se duele Canaan.

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  Palestinians wait to travel to Egypt through the Rafah border crossing, in the southern Gaza Strip May 18, 2018. REUTERS/Ibraheem Abu MustafaIbraheem Abu Mustafa / Reuters

En el año 2016 logró apuntar a sus padres y a una de sus hermanas en la lista de espera para salir por este último control, que nadie sabe muy bien cuándo abre. Lo hace en función de la conveniencia política del momento, de la tensión en el Sinaí y de las listas negras de ciudadanos vetados que van y vienen. A veces se abre dos días, a veces cuatro. Nadie sabe hasta cuándo.

Al fin, a principios de esta semana, los tres familiares de Canaan lograron salir. Las exigencias son duras también en Rafah, por lo que ha habido que recurrir al dinero. "Sólo dejan pasar a enfermos terminales que necesitan tratamiento, a estudiantes con beca o gente con pasaporte de otro país. Hemos tenido que buscar enfermedades para los míos, pagar para que se firmen informes médicos, todo para poder ver a mi familia, porque el simple reencuentro no se contempla. No se puede salir para ver a un hijo y a una nieta, no se puede salir para hacer turismo. La gente muere dentro todos los santos días. Sólo si tienes enchufe y reúnes el dinero puedes lograrlo y por cada persona se pagan entre 1.500 y 6.000 dólares" (de 1.325 a 5300 euros aproximadamente), explica.

"Parece algo sencillo, pero nos han puesto tantas pegas en todo... Yo soy comunitario ya y ni por esas he logrado más facilidades. Ahora es el momento de disfrutar de ellos unos días, con mucha felicidad", dice. Sabe que el hecho de que sus allegados hayan pasado por ese cuello de botella que sólo traspasan 200 personas al día, cuando Egipto y las autoridades locales de Fatah quieren, es una suerte, pero ya se le ensombrece el tono en pensar en el futuro. "Esta visita es importante pero no es lo que deseamos: estar todos juntos, vernos todos", remarca.

Canaan insiste en que no hay "nada que celebrar" en este Día Mundial del Pueblo Palestino. En que sirve para que las instituciones y los gobiernos, por "postureo", recuerden la deuda pendiente con su país, pero sin dar pasos concretos. "Debe ser una jornada para recordar pero también para ponerse a trabajar y fijar objetivos, protocolos", abunda. "¡Por favor, es un conflicto que hasta un niño ve claro!", se indigna. Pese a todo, mantiene la esperanza. "Sigo creyendo que esto acabará, no por los gobiernos, sino por la gente, que no se maneja por otros intereses. La situación actual no es la que quieren los ciudadanos de los países, como España, que pueden ayudar", concluye.

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