Draghi interpreta la venganza de Merkel

Draghi interpreta la venganza de Merkel

Las consecuencias negativas han sido inmediatas, cosa de minutos, por ejemplo en España: hundimiento del Ibex y escalada de la prima de riesgo hasta 540 puntos, de forma que incluso la rescatada Irlanda se financia hoy en día con menor coste que nuestro país.

La particular lectura que Mario Draghi, presidente del Banco Central Europeo (BCE), ha hecho de las conclusiones del reciente Consejo Europeo no ha podido ser ni más decepcionante ni más clarificadora.

Pocos días después de que, en apenas dos folios, los máximos dirigentes de la UE transmitieran el esperanzador mensaje de que estaban dispuestos a dar pasos significativos hacia la unión económica solventando al tiempo algunos de los graves problemas que nos atenazan (particularmente en el terreno de la deuda y la salud de las entidades financieras), Draghi nos ha devuelto a la cruda realidad.

Al anunciar que los tipos de interés bajarían únicamente del 1 al 0,75 % (cuando en los Estados Unidos y el Reino Unido se sitúan en el 0,25 y el 0,50, respectivamente), Draghi ha añadido que el BCE no tiene ninguna intención de poner en marcha nuevos programas de compra de deuda pública de los estados miembros de la eurozona en dificultades o de ofertar liquidez adicional para el sistema bancario del mismo área.

Las consecuencias negativas han sido inmediatas, cosa de minutos, por ejemplo en España: hundimiento del Ibex y escalada de la prima de riesgo hasta 540 puntos, de forma que incluso la rescatada Irlanda se financia hoy en día con menor coste que nuestro país.

Lo que Draghi nos está transmitiendo con tales decisiones es una suerte de venganza de Angela Merkel: "si considerabais que había sido derrotada hace unos días, ahora comprobaréis hasta qué punto sigo dominando la situación".

La venganza incluye, al menos, dos capítulos. El primero: hasta que no pongáis en marcha nuevos ajustes en el sentido de mayor austeridad presupuestaria, no recibiréis nada a cambio. La segunda: una vez que hayamos comprobado la veracidad de los mismos, empezaremos a recorrer la senda de lo acordado en el Consejo Europeo, eso sí, con tranquilidad (la que a los italianos o a nosotros nos falta).

Ello vale tanto para lo decidido sobre la posibilidad de que el Mecanismo Europeo de Estabilidad compre deuda de los países asfixiados (siempre a cambio de un memorándum con contrapartidas para apretarse el cinturón) como en cuanto a que se pueda recapitalizar directamente a los bancos siempre y cuando el BCE asuma funciones de supervisor único a partir del artículo 127.6 del Tratado de Lisboa.

Esto es: hasta que tales decisiones se hagan realidad (¿en los próximos meses, en 2013?), Italia o España tendrán que seguir demostrando ser buenos alumnos en sufrir y en hacer frente en solitario a los ataques especulativos. Quizás en ese plazo hayan adelgazado lo suficiente como para que pasen la prueba de la báscula y las decisiones anunciadas por el Consejo Europeo se hagan realidad, mercados mediante.

A Alemania y al BCE, por cierto, no les viene nada mal tener a países extremistas en ese sentido que den la nota y amenacen con bloquear futuros acuerdos si no se sigue esa línea, papel cumplido estos días por Finlandia y Holanda.

Aunque nos duela reconocerlo, está claro que los europeístas podemos haber cantado victoria demasiado pronto.

Como las decisiones del BCE hacen evidente que Monti y Rajoy pagarán en sus propias carnes las consecuencias de lo acordado en Bruselas, y lo harán a un alto precio.

A este paso, la UE seguirá sufriendo en su credibilidad ciudadana por culpa de la obsesión de Berlín y Frankfurt en políticas tan sorprendentes como que sean anunciadas (en el caso del BCE) al mismo tiempo que otros nada sospechosos deciden exactamente lo contrario: es el caso del Banco de Inglaterra, que acaba de elevar su capacidad para comprar deuda en 50.000 millones de libras.

Por una vez, lleva razón Krugman: hay que plantarse en Berlín (Frankfurt se ha demostrado una sucursal de sus decisiones) para que, mientras esperamos la operación que representan los acuerdos del Consejo Europeo, se evite que nos maten de un infarto. El medicamento se llama "bazooka", lo tiene el BCE y consiste en comprar deuda italiana y, sobre todo, española, masivamente. Rajoy debe contar con todo el apoyo político para hacerlo.

Parece que el Gobierno alemán ha decidido actuar en base a la norma de a Dios rogando y con el mazo dando. El problema es que este país, al menos, no está para más golpes.

Golpes que, por cierto, recibimos cuando España se queda sin un nacional en la dirección del BCE. Peor momento, imposible.