Confirmado el fin de la carne de perro: la cifra que sentencia una industria millonaria en este país asiático
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Confirmado el fin de la carne de perro: la cifra que sentencia una industria millonaria en este país asiático

El 78% de las granjas de carne de perro ya han cerrado en Corea del Sur. El rechazo social y la nueva ley empujan a una industria millonaria al colapso antes de 2027.

Un perro enjaulado en una granja de Corea del Sur, un modelo de explotación que ya ha desaparecido en casi ocho de cada diez instalaciones del país.Chung Sung-Jun

Durante años, en Corea del Sur, el negocio de la carne de perro se sostuvo más por inercia que por convicción. Seguía ahí porque siempre había estado ahí. Porque nadie quería mirar demasiado de cerca. Porque bastaba con repetir que era tradición, que venía de la guerra, que ayudaba a soportar los veranos húmedos. Y porque, mientras tanto, los números todavía cuadraban.

Hasta que dejaron de hacerlo.

Hoy, la escena es otra. Granjas cerradas, jaulas vacías, carteles oxidados. El 78% de las explotaciones de carne de perro ya han bajado la persiana: 1.204 de las 1.537 registradas. El dato, publicado por The Straits Times, funciona como un punto y aparte. No es una promesa, ni una intención política, ni un gesto simbólico. Es una cifra. Y sentencia.

La ley que prohíbe la cría, el sacrificio y la venta de carne de perro entró en vigor en agosto de 2024 y culminará en febrero de 2027. Pero el sector no ha esperado al último acto. Más de la mitad de las granjas que debían cerrar en 2026 o 2027 lo han hecho antes de tiempo. Algunas por presión social. Otras por las ayudas públicas para una retirada ordenada. Otras, sencillamente, porque ya nadie quería quedarse defendiendo lo indefendible.

El cambio no empezó en el BOE coreano, sino en el salón de las casas. Más de seis millones de perros viven hoy como animales de compañía en el país. Según una encuesta citada por The Guardian, el 93% de la población no tiene intención de comer carne de perro y el 82% apoya su prohibición, nueve puntos más que dos años antes. Cuando una práctica pierde a sus consumidores, el relato empieza a resquebrajarse solo.

Annie Ko lo entendió tarde, como muchos. Iba una vez al año a un restaurante que servía carne de perro y no se hacía demasiadas preguntas. Tampoco le quitaban el sueño las críticas internacionales. Todo cambió cuando empezó a trabajar como intérprete para Humane Society International y visitó granjas. “En un restaurante no ves el proceso”, explicaba. “Eso cambia cuando llegas a una granja y ves lo horrible que es todo”. Jaulas sucias, animales enfermos, métodos de sacrificio brutales. Después adoptó a DeeJay, un perro rescatado. Ya no hubo vuelta atrás.

Esa misma grieta es la que atraviesa Dog Warriors, el documental del cineasta Andrew Abrahams. En una entrevista con The Wrap, Abrahams recordaba los mitos que rodean al consumo de carne de perro: “Que mejora la virilidad, que da resistencia, que cuanto más sufre el animal, mejor sabe la carne”. Y la pregunta que le rondaba: “¿Cómo puede ser eso?”. Su cámara siguió a veteranos de guerra estadounidenses que realizan operaciones encubiertas para rescatar perros de granjas y mercados. Hombres entrenados para matar que ahora se juegan multas y cárcel para salvar animales.

Abrahams pensó que el público necesitaba ver la crudeza sin filtros. Se equivocó. “No entendí hasta qué punto la gente ama a sus perros y no quiere ni imaginar esos horrores”, reconocía. Redujo la violencia explícita del montaje. El mensaje ya estaba claro sin recrearse. El documental termina con una escena poco habitual en este tipo de historias: una victoria real. En enero de 2024, el Parlamento aprobó la prohibición.

La votación fue casi unánime: 208 votos a favor y solo dos abstenciones. El presidente Yoon Suk-yeol y su esposa, Kim Keon Hee, dueños de varios perros, no ocultaron su respaldo. “El relato político cambió muy rápido”, resumía Ko. Y cuando el relato cambia, el mercado suele ir detrás.

No faltan voces que hablan de desastre. Los representantes del sector denuncian un ataque a su modo de vida. “Prohibir lo que la gente come no tiene precedentes”, protestaba el líder de una asociación de criadores, lamentando que “haya más personas paseando perros que llevando bebés”. Otros dudan de que una ley borre prácticas antiguas de un plumazo.

El Gobierno, mientras tanto, actúa como si el final ya estuviera escrito. Ofrece ayudas para reconvertir explotaciones, financiación para cambiar de actividad y asesoramiento técnico. También intensifica las inspecciones para evitar regresos discretos. “Pedimos a las granjas que quedan que cooperen y contribuyan a la transformación de Corea en una sociedad que prioriza el bienestar animal”, decía un portavoz del Ministerio de Agricultura.

Con casi ocho de cada diez granjas cerradas, la pregunta ya no es si la industria sobrevivirá. Es cuánto tardará en desaparecer del todo. No habrá una última cena ni un gesto solemne. El fin de la carne de perro en Corea del Sur llegará como suelen llegar los finales de verdad: cuando los números dejan de sostener la historia.

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