Sara, albañila de 32 años: "Me dejo la espalda por 1.200 euros, a veces creen que por ser mujer no puedo hacer el trabajo"
Llegó a España desde Honduras buscando una oportunidad y la encontró, como tantas otras, como interna, pero ese trabajo le hizo replantearse el futuro.
Las cifras no mienten, pero tampoco cuentan toda la historia. En España, más de 565.000 personas trabajan en el sector de la limpieza del hogar y los cuidados, según el informe de Oxfam Intermón de marzo de 2025. De ellas, un 87% son mujeres y, además, un 42% son extranjeras, de acuerdo con los últimos datos del INE, de 2023. El resultado es un embudo laboral bastante claro: cuando eres mujer y migrante, la vía más rápida —y a menudo la única— para ganar dinero pasa por el trabajo doméstico. Jornadas largas, salarios bajos y una vida encajada en casas ajenas.
Sara conoce bien ese recorrido. Llegó a España desde Honduras buscando una oportunidad y la encontró, como tantas otras, como interna. Pero aquel trabajo le hizo algo más que ganarse el sueldo: le hizo replantearse el futuro. “No tenía vida”, resume. Así que decidió hacer algo poco habitual y aún menos esperado: cambiar el cuidado de hogares por la construcción. El salto fue brusco, pero rentable. Según cuenta, ahora gana el triple.
La historia de Sara no empieza con casco y botas, sino limpiando y cuidando. En España, alrededor del 42% de las trabajadoras del hogar son inmigrantes, una estadística que explica por qué ese suele ser el primer destino laboral. En su caso, también fue el punto de partida. Sin embargo, la falta de tiempo y la dureza del régimen de interna la empujaron a buscar otra salida.
Nunca había cogido una herramienta, pero decidió probar. Empezó como pintora en pequeñas obras, las conocidas “chapuzas”, trabajos sin formación previa y con contratos precarios, donde estuvo siete meses. Después llegó la oportunidad de entrar en una empresa y trabajar como albañila de forma legal. “Para las mujeres, hay más oportunidades en la pintura que en la albañilería”, explica, aunque añade que existen opciones “siempre que se busquen”.
La construcción, un sector históricamente masculino, le ha dado algo que no tenía antes: tiempo y un sueldo que le permite respirar. “En la construcción se gana muchísimo mejor que trabajando de interna o externa”, afirma. Su salario base es de 1.200 euros, que puede subir hasta los 1.500 con horas extra. Un ingreso que contrasta con la precariedad que marca buena parte del empleo doméstico.
El horario también ha cambiado su vida. Trabaja de lunes a viernes, de ocho de la mañana a seis de la tarde, con dos descansos: uno a las diez y otro a las dos, antes de retomar la jornada a las tres. Nada de vivir en casa ajena ni de estar disponible a todas horas. Un detalle que, para muchas, vale tanto como el sueldo.
Eso no significa que el camino esté libre de obstáculos. El machismo sigue presente en la obra. “A veces creen que por ser mujer no puedo hacer el trabajo”, confiesa. Sus supervisores, asegura, no permiten faltas de respeto, pero los prejuicios aparecen igual, a veces de forma sutil, otras más directa. Incluso en casa. Parte de su familia le insiste en que es un “trabajo para hombres”, una etiqueta que choca con una realidad mucho más práctica: es ese trabajo el que le permite enviar dinero a Honduras.
La experiencia de Sara pone rostro a una realidad que los informes solo dibujan con porcentajes. El empleo doméstico continúa siendo la puerta de entrada para miles de mujeres migrantes, pero también una trampa laboral de la que cuesta salir. La construcción, con todos sus problemas, le ha ofrecido una alternativa inesperada: más salario, más tiempo y la demostración diaria de que la fuerza no entiende de género, aunque algunos todavía no se hayan enterado.