A punto de volar en pedazos

A punto de volar en pedazos

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Entre elegir la sonrisa y el carácter de una persona, me quedo con las dos: con la deformación facial que da una sonrisa o con la voluntad inquebrantable de un ser humano por no darse por vencido. Si por un momento me dieran a elegir entre el carácter de una persona o su sonrisa, me quedo con tus labios, amor: esa estación donde van a morir los hombres.

Dicen que todo individuo que se precie tiene carácter. Que nuestra impronta personal, tarde o temprano, termina por irrumpir. Digamos que es como una tormenta a punto de desatarse en un pecho aún lejano y que sabemos que eso, cuando suceda, no podrá pararlo nada, ni nadie. Dicen que nuestro carácter es como una pulsión interior que sólo obedece a las regiones más íntimas del ser humano y que eso no es posible acallarlo tan fácilmente. Quizás, más por una cuestión de principios, aunque esto último no abunda mucho últimamente.

Tenemos carácter, dicen. Y tienen razón. Sólo que el confesarlo o no, depende en exclusiva de la fuerza con la que se apriete la soga al cuello. Es así, mi querido lector. El carácter, digamos, es una especie de defensa que tiene el ser humano para sobrevivir. Es ese olfato felino intelectual que usa una persona para designar los espacios del hombre, sus límites, sus márgenes, sus inevitables naufragios. Es esa herramienta ineludible que sostiene el ser humano hasta las últimas consecuencias de su vida, para reivindicar en silencio su dignidad como persona y defenderla.

Todo lo demás ya no importa, dicen: el carácter de este pueblo ya hace tiempo que ha dejado de existir. Quizás, porque hace tiempo que hemos olvidado qué es una sonrisa.

Dicen que son malditos todos aquellos que con sus palabras defienden al pueblo y que con sus actos lo traicionan. Quizás, nunca contaron con el carácter de las mujeres y de los hombres buenos. De aquellos que hicieron tambalear la historia sólo por conseguir un atisbo o un resuello ínfimo más de dignidad. Dicen que el pueblo suele conformarse con muy poco. Quizás es porque siempre ha adolecido de todo y nunca ha tenido nada. Quizás, porque siempre lo han tenido atado de los pies y de las manos. Y con la soga le han quitado hasta los últimos sueños.

Dicen que ya no es posible un mundo donde sólo tú eres el principio y el fin. Y que nuestros labios, por alguna oscura razón, están a punto de volar en pedazos. Todo lo demás ya no importa, dicen: el carácter de este pueblo ya hace tiempo que ha dejado de existir. Quizás, porque hace tiempo que hemos olvidado qué es una sonrisa.

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