Alcarràs, de Carla Simón

Alcarràs, de Carla Simón

El arte cuando es bueno se cumple a sí mismo.

La directora Carla Simón, en el festival Berlinale 2022.Jens Kalaene / Picture Alliance via Getty Images

Hoy he ido a ver la película Alcarràs, de Carla Simón, al cine de Palafrugell (Baix Empordà).  Estaba lleno a rebosar, quizás por el premio del Oso de Oro recibido en la Berlinale, o quizás porque era el domingo por la tarde. En cualquier caso, es la primera película rodada en catalán que recibe este galardón, y está dirigida y escrita por una directora y guionista y un co-guionista nacidos, ambos, en 1986. Como quien dice, hace dos días. Pieles muy tiernas. Un cine, el de Palafrugell, que podría ser el de Alcarràs, ahora reabierto, después de tantos años cerrado, para la presentación de la película. Un cine Paradiso, como el del filme de Giuseppe Tornatore. Al menos esa era la impresión que yo tenía, mientras contemplaba embobada las escenas que, a veces, parecían pinturas paisajísticas del Greco, de Joseph William Turner o de John Constable. Escenas más reales que impresionistas, basadas más en la percepción de las líneas y la luz. No sabría decir qué secuencia me ha gustado más. Cada fotograma, cada encuadre, no importa lo que muestre, exuda belleza, sensibilidad a borbotones. El arte cuando es bueno se cumple a sí mismo. Nada que decir. Sin embargo, sumémosle a la película su intencionalidad política, el contenido social que, desde el principio, nos interpela.

Porque el relato de la película, lo que ocurre en Alcarràs, es tan auténtico, tan pertinente, que los actores ni siquiera necesitan interpretar

Me han sorprendido muchas cosas buenas, de la película, pero, entre ellas, una que sobresale con creces: su verosimilitud. La naturalidad con la que se desarrolla la historia,  protagonizada por actores que no son profesionales, sino que fueron escogidos en un  casting que se hizo en la misma comarca de Alcarràs. Para que nos entendamos, con gente  del pueblo y, tal vez, de las cercanías. Pero es que no hacía falta que fueran profesionales, porque el relato de la película, lo que ocurre en Alcarràs, es tan auténtico, tan pertinente, que los actores ni siquiera necesitan interpretar; basta con que sean ellos.

En mi opinión, este es uno de los grandes méritos de la obra. Aunque también me ha parecido que contenía un exceso de escenas infantiles; de criaturas jugando por aquí y por allá. Claro, tienen una gracia tremenda, la directora sabe sacar un partido brillante, de su inocencia y picardía en los juegos, de sus réplicas disparatadas que nos hacen reír. La repetición y prolongación de algunas de estas escenas nos puede parecer más un recurso gratuito, anodino, que una necesidad del guion. Parece que Simón tiene una debilidad por los  personajes infantiles. De hecho, en su anterior pieza, Verano 1993, son las protagonistas.

Sin embargo, digo que “puede parecer un recurso” porque también pienso que la directora nos presenta a estos seres inocentes, que no se enteran de lo que ocurre a su alrededor,  como el futuro que forjará el mundo. De hecho, los dos protagonistas jóvenes, el hijo y la  hija, los hermanos mayores, van tomando una presencia relevante a medida que la historia  avanza.

En un microcosmos rural, un reducto campesino cerrado, muy conservador, donde se exponen, como un abanico abierto, las costumbres y los roles tradicionales de hombres y mujeres, avanza una historia que nos plantea un mundo de alianzas y formas de vida en proceso de desaparición; la lucha por la tierra, la tierra áspera, y el avance impertérrito e inexorable, como un monstruo de otro mundo que todo lo devora a su paso. Una historia intimista que hace aflorar las emociones de todos los personajes, sus comportamientos estancos y estereotipados, que se nos hacen absolutamente reconocibles.

Bravo por el feminismo que expresa la película

La narrativa de la película se centra en una unidad familiar, representativa, sin duda, de  las unidades familiares campesinas que sobreviven en entornos duros y conservadores. Tienen que ser conservadores para poder sobrevivir, ya que viven de la fruta que cultivan  y la vaca que les dan leche. También son de lo más familiares: el amor, la alegría, el bullicio de la fiesta, el vocerío entre los miembros de la familia, son elementos que tienen una presencia crucial. Las mujeres están relegadas a la casa, al espacio reducido de la cocina y el cuidado, y no pueden penetrar el ámbito del trabajo, áspero, arisco. No le faltan dosis de comportamiento machista (en forma de muestras evidentes, no únicamente como lo que se palpa en la atmósfera tradicional y conservadora); da grima ver cómo el chico joven, el hermano mayor de la familia, todavía tiene arraigadas, como un roble milenario, conductas extremadamente machistas; basta una escena para visualizar in situ una síntesis de lo que son los comportamientos sobreprotectores y devaluadores del machismo más rancio. La chica de la familia, la mayor, es la esperanza de este cosmos que debe evolucionar, que ya ha evolucionado, mientras el mundo de los hombres  pretende continuar con sus privilegios de dominio. A medida que avanzan los episodios narrativos, la chica, toma un protagonismo casi envolvente. Bravo por el feminismo que expresa la película.

Una película diferente, con sabor a reportaje costumbrista. Quizás este es el punto débil que le veo. Que la historia queda demasiado abierta y que hay una cierta disonancia, un decalaje, entre el clima que se ha ido creando y la reacción final de los protagonistas. Tal vez unas ráfagas de épica no le habrían venido mal. De todas formas, esta es una simple cuestión de gustos. Dos horas de película de las que he disfrutado ininterrumpidamente de lo más.