Qué hace diferente la nueva escalada de violencia entre israelíes y palestinos

Qué hace diferente la nueva escalada de violencia entre israelíes y palestinos

La magnitud y rapidez de los bombardeos, la lluvia de cohetes, el choque en ciudades mixtas y hasta las redes sociales son algunas de las claves.

Un hombre corre a protegerse de un bombardeo de Israel en Gaza capital, el 13 de mayo.SUHAIB SALEM via REUTERS

Hace más de 70 años que cada enfrentamiento entre israelíes y palestinos, cada guerra, cada levantamiento, se explica por las numerosas y graves asignaturas pendientes que arrastra el conflicto: la ocupación, las fronteras y las soberanías mutuas, los refugiados, la capitalidad, los santos lugares... Hay terreno abonado para el odio, a veces se suman varios de estos factores y salta la chispa. También ahora, en esta nueva espiral con epicentro en Jerusalén y Gaza.

Y, sin embargo, hay una serie de elementos que diferencian este choque de los anteriores. No de una forma determinante, pero sí sensible, desde sus primeros pasos en las redes sociales hasta las decisiones puramente militares. Nadie sabe cómo va a acabar, porque así son las cosas en Oriente Medio, pero sí que entran en juego factores nuevos y hay que estar pendientes de ellos.

El papel de TikTok

Hace unas semanas, la policía israelí detuvo a dos jóvenes palestinos de 17 años por agredir físicamente a un judío ultraortodoxo en el tranvía de Jerusalén. Los atacantes habían publicado el vídeo de sus actos en la plataforma TikTok y las imágenes se viralizaron muy rápidamente. Eso fue a mediados de abril, pero la bola de nieve comenzó a formarse: las familias de los atacados denunciaron su “humillación”, se produjeron protestas de los haredim y, también, un grupo judío de extrema derecha conocido como Lehava se sumó y encabezó una marcha en la Ciudad Vieja al grito de ”árabes, fuera”.

Siguieron varios mandatarios israelíes, que se hicieron eco de lo ocurrido y lo calificaron como  “chocante”, “indignante”, y “antisemita”. El presidente del país, Reuven Rivlin, señaló que “las perturbadoras imágenes de judíos siendo maltratados así, sin razón alguna, a plena luz del día, no deben ser normalizadas”. Así que la segunda mitad de abril estuvo marcada por varios choques callejeros entre civiles palestinos e israelíes, sobre todo en los accesos a la Ciudad Vieja y en el centro más comercial del lado judío.

Los palestinos denunciaron poco después que la policía no les dejaba celebrar sus reuniones nocturnas de Ramadán frente a la Puerta de Damasco, su acceso principal a la ciudadela, y acto seguido se empezaron a manifestar los primeros choques violentos con la policía. Se encadenaron las restricciones al rezo en la Mezquita de Al Aqsa impuestas por Israel, y en mitad de eso, una sentencia que permite a colonos judíos ocupar una casa en el anexo barrio de o de Sheikh Jarrah, en Jerusalén Oriental. Sin olvidar que estamos en la semana en que se conmemora el 73º aniversario de la declaración de independencia de Israel, en 1948, y la nakba o catástrofe palestina inmediata. Con todo ese caldo, se empezaron las guisar protestas, las cargas, la violencia, los cohetes desde Gaza en solidaridad y respuesta y las bombas de Israel en réplica. Hasta hoy.

El poder de las redes sociales ha sido puesto de manifiesto estos días por analistas como Thomas L. Friedman, del New York Times, que explica que hay una corriente amplia de chavales palestinos que se graban desafiantes con los israelíes y con ánimos de enfrentarlos, ante la inacción de su gobierno y la falta de respuestas al conflicto y a sus necesidades diarias. En el calor del conflicto, se comparten profusamente testimonios, canciones de lucha, consignas. El motor del lado palestino de la protesta, hoy, es el movimiento popular, no organizado ni por la administración ni por milicias, conformado mayoritariamente por la generación más joven, que no espera a su liderazgo político, ni a la Autoridad Palestina, ni a los líderes árabes en Israel o en la Franja de Gaza. No espera nada. Y, por eso, se desespera.

Los árabes israelíes

Israel es un país de nueve millones de habitantes de los que casi dos son árabes. Por eso, por más que pelee el primer ministro Benjamín Netanyahu, no se puede hablar de “estado judío”, sencillamente no lo es, con estos ciudadanos musulmanes y cristianos. Son palestinos de la vieja Palestina, que se quedaron en suelo enemigo tras las diversas contiendas (1948, 1967, 1973), y tienen pasaporte israelí pero, en la práctica, no son tratados como ciudadanos de pleno derecho y su aislamiento es notable, denuncian organizaciones como la ACRI (Asociación por los Derechos Civiles de Israel).

Su situación es ambigua: no son perseguidos como sus allegados de Jerusalén Este, Gaza y Cisjordania, algunos se asimilan y hacen vida hasta en hebreo, pero suelen estar profundamente convencidos de lo justo de la causa del pueblo del que vienen. Pesa la rutina, el día a día, y eso hace que se se sumen tibiamente a las protestas palestinas, cuando surgen. A veces hay marchas solidarias en el norte, donde se concentran, pero no mucho más en público.

Ahora, sin embargo, judíos y árabes están chocando en las llamadas ciudades mixtas, con importante población de las dos comunidades, lo que ha hecho que las autoridades locales hablen de “riesgo de guerra civil”. Tampoco es de sorprender. Es el resultado de todos los años de olvido y pobreza de los árabes, “ciudadanos de segunda”, que aflora. Está ocurriendo en Nazaret, en Haifa, en Jaffa, en Lod, en Acre. La convivencia ha estallado por los aires. Ya ha habido al menos un árabe muerto en esta última ciudad y en Jerusalén hay otro grave.

¿Intifada?

Siempre que hay protestas se plantea la pregunta de si estamos ante una tercera Intifada palestina, como las de 1987 y 2000. La suma del movimiento popular en las calles, tanto en sus territorios como en estas ciudades mixtas, supone una posibilidad.

Jerusalén siempre ha sido un símbolo intocable y detonante de la última de esas temporadas de “agitación” o “levantamiento” masivo, que es lo que significa en árabe Intifada. Calienta el ánimo más aún la pérdida de vidas, sobre todo de menores, en Gaza. Ambos factores no han estado ligados en operaciones sobre la franja como las del 2009 o 2012, por lo que hay novedad, en ese sentido. Nadie sabe cuál es la cantidad de violencia ni la duración de la escalada que marca una Intifada o la descarta. Hay quien piensa que los palestinos ya han ido encadenando varias menores, la de los atropellos, la de los apuñalamientos (según la lectura israelí) o la de las marchas del retorno en Gaza, pero lo cierto es que no se han visto disturbios urbanos como los de esta semana en 20 años.

En Jerusalén en particular suma el factor demográfico: hoy hay 300.000 palestinos, jóvenes en su mayoría, en la capital triplemente santa. Chicos y chicas que presionan por mejorar sus condiciones de vida esenciales, como el trabajo o los estudios, porque no esperan mucho más de sus líderes ni del adversario israelí, menos movilizados por organizaciones como Hamás, como en el pasado, pero también muy organizados gracias a las redes.

Todo esto podría calmarse en unos días, enquistarse durante casi dos meses como en 2014 o acabar, al fin, en otra Intifada, desconocida en el siglo XXI.

La rapidez

El contagio de la violencia a Gaza ha sido rápido. Hamás vio en las protestas de Jerusalén una oportunidad para cobrar protagonismo, en un tiempo en el que ni se llega a un Gobierno de unidad palestino ni mandan en el 100% en la franja -ganaron las elecciones en 2007 y por eso Israel comenzó a aplicar el bloqueo-. Así se inició el lanzamiento de cohetes, una ofensiva sin precedentes desde la Primera Guerra del Golfo en 1991, 130 en un día, de los 1.700 disparados hasta el momento, según cálculos del Ejército de Israel (IDF). Era el 11 de mayo.

Estos proyectiles sobre suelo israelí son frecuentes, van por oleadas y su daño suele ser relativo. Material, sobre todo. En esta crisis, el 90% de ellos son detectados por la Cúpula de Hierro que protege a Israel y muchos (se estima que 400) caen en su propio territorio por falta de efectividad. Sin embargo, el Movimiento de Resistencia Islámico y la Yihad Islámica apostaron por una lluvia sostenida de cohetes y ha habido lugares donde la Cúpula no ha llegado, de ahí los muertos israelíes (siete civiles y un militar, por el momento).

Los analistas locales destacan que ha sido muy intenso el ritmo de lanzamiento, más que en crisis anteriores, llegando a disparar las sirenas en Jerusalén (no pasaba desde la Operación Margen Protector de 2014) y asediando el centro de Israel, con más de tres millones de personas buscando refugio por las alertas.

Y si raudas e intensas fueron las milicias, lo mismo hay que decir de Israel, que el mismo día 11 bombardeó Gaza sin más esperas. 140 objetivos fueron alcanzados ese día y 30 personas murieron. Así, hasta la noche del jueves al viernes, cuando llegó el pico de la ofensiva, con 50 rondas de bombardeos por tierra y aire en 40 minutos. Por ahora, no hay soldados israelíes entrando en la Franja, pero sí disparos de artillería desde la frontera que ellos mismos controlan. Israel, denuncian medios como AP y el New York Times, informó del inicio falsamente del inicio de la ofensiva terrestre usando a los medios para presionar sobre las milicias palestinas. Hasta el sábado, se contabilizan 140 muertos en Gaza (40 de ellos niños), de los que se calcula que al menos el 60% son civiles y no milicianos. En Israel, ascienden a 10 los muertos (un militar y nueve civiles).

  Amanecer en Khan Yunish, Gaza, con el fuego y el humo de los bombardeos de la noche. YOUSSEF MASSOUD via Getty Images

La clave electoral

Esta oleada se ha producido cuando hay problemas en los dos Gobiernos, el palestino y el israelí. En este último caso, Benjamín Netanyahu sigue como primer ministro pero en funciones, porque tras las elecciones de marzo no logró que su partido y sus socios derechistas y religiosos llegasen a la mayoría absoluta en la Knesset o Parlamento. La semana pasada tuvo que reconocer que no le salían las cuentas y tirar la toalla ante el presidente Rivlin, que le había encargado la formación de un gabinete.

En esta tesitura, mostrarse fuerte contra los palestinos es estrategia: Bibi, como es conocido, no tolera ni una y, al primer día de cohetes, ataca. Bibi, arrastrando a socios actuales de Gobierno con los que ya no se lleva a una contienda en la que él lleva las riendas. Bibi, haciendo languidecer las opciones, débiles, de su contrincante Yair Lapid, quien ahora estaba tratando de sumar aliados y a quien ya han dejado tirados los ultranacionalistas. O sea, hay que volver casi con seguridad a elecciones, que serían las quintas consecutivas. Y de las guerras con las milicias suele salir bien parado en reputación el incombustible primer ministro.

Netanyahu queda, de nuevo, como el tipo duro, el que no se amilana para responder a los palestinos, mientras que frente al rey sólo hay aspirantes que no han demostrado nada, sin experiencia de gestión a sus espaldas y, menos, de crisis de este calado. “Hace una semana, Israel estaba a punto de tener un nuevo gobierno apoyado por partidos de derecha, izquierda, centristas y árabes que se concentraría en una “agenda civil” y una “reconciliación”. Cinco días de violencia interna rompieron esa ilusión. Sigue siendo el Israel de Netanyahu”, escribe, por ejemplo, Anshel Pfeffer, analista del diario progresista israelí Haaretz.

 

En el lado palestino, justo se han anulado esto días las elecciones que se iban a celebrar el 22 de mayo, las primeras en 15 años. El presidente Mahmud Abbas se ve cuestionado por esta permanencia sine die, tiene 85 años y no hay sucesión clara a la vista. Sostiene que ahora no era el momento de votar, tras múltiples anulaciones, por los impedimentos planteados por Israel para votar en Jerusalén Este.

Existe una disputa de fondo entre Hamás y Al Fatah, el partido de Abbas y del histórico Yasser Arafat, por hacerse con el control de la Autoridad Nacional Palestina en esos comicios, así que lo que está en juego es el liderazgo de un pueblo palestino que ya no puede con más desilusiones y falsas esperanzas.

  Donald Trump saluda en un balcón de la Casa Blanca, rodeado de los mandatarios de Israel, Bahréin y Emiratos, en la firma del Acuerdo del Siglo, en 2020.The Washington Post via Getty Images

El terreno sembrado por Trump

Donald Trump ya no manda en la Casa Blanca, pero ha dejado el terreno arrasado en Palestina durante los cuatro años de su mandato. Un tiempo en el que se alineó a las claras con Israel -siempre ha sido así con Washington- pero traspasando varias líneas rojas. A saber: ordenó el traslado de la embajada en Tel Aviv a Jerusalén, reconociendo a ésta como capital única e indivisible de Israel; cerró el consulado que era su representación ante los palestinos; declaró como legítima tierra de Israel los Altos del Golán, ocupados a Siria en 1967 y así reconocidos por las Naciones Unidas; legitimó las colonias de Cisjordania con una visita de su secretario de Estado, Mike Pompeo; y presentó el Plan del Siglo o Acuerdo de Abraham, un documento en el que se ninguneaba sin rubor a los palestinos y en el que arrastraba a países árabes hasta ahora adversarios de Israel como Arabia Saudí, Bahrein o Emiratos Árabes, juntos en busca de acuerdos comerciales y turísticos. Por supuesto, ni palabra de crear un estado palestino, avalado en su día por Barack Obama.

El desgaste de todo ello es tremendo en el ánimo y los anhelos de los ciudadanos y el Gobierno palestino, a los que además se les cortaron ayudas esenciales en la Agencia de la ONU para los Refugiados Palestinos (UNRWA) o la agencia de cooperación norteamericana, USAID. Por contra, ha sido tremendamente bueno para Netanyahu, que ha visto incrementados los acuerdos comerciales y de armas con Washington, bloqueadas nuevas resoluciones de condena internacional y hasta lastradas investigaciones sobre derechos humanos.

Lo que no cambia

Todo lo anterior se apila sobre lo que no es nuevo, lo que no cambia, lo que ya estaba: la ocupación de Cisjordania y el este de Jerusalén más el bloqueo de Gaza, la desconexión de estos territorios y su pueblo, la diáspora o la vida en campos de cinco millones de refugiados palestinos, la disputa de Jerusalén como capital de los dos estados, la división en dos países con fronteras seguras, los asentamientos y colonias (en los que ya residen más de 600.000 personas, según datos de la ONU, y que no cesan de crecer), el statu quo favorable a Tel Aviv, la inclinación a la derecha de las formaciones políticas de Israel y el desgobierno de las autoridades y facciones palestinas...

Como cantaba Sabina, sobran los motivos para que esta nueva ola se alargue o se repita en breve tiempo. Pero para llegar a una solución hace falta voluntad, y no se la ve por ningún lado.