Cuento de Semana Santa
Carmen sabe que es posible que el paso no pueda salir debido a la lluvia, y que el coste del viaje le obligará a comer sólo crema verde durante meses, pero lo da por bien empleado.

Abril en la Tierra. Año 2522. Carmen ha estado doblando turnos en el trabajo de terraformadora de exocolonias de mamíferos ungulados que desarrolla en Brahe 7, un exoplaneta de Alfa Centauri. Era la única posibilidad que tenía de disfrutar de diez jornadas libres. Lo hace todos los años. No soportaría no acudir a su pueblo en la Tierra el Viernes Santo para contemplar la procesión del Cristo de las Dagas Amarillas, una extraordinaria talla del siglo XIX del maestro Coronillas. Empleará cuatro jornadas en el viaje de ida y otras cuatro en el de vuelta, combinando teletransportaciones cuánticas y recorridos por agujeros de gusano. Sabe que es posible que el paso no pueda salir debido a la lluvia, y que el coste del viaje le obligará a comer sólo crema verde durante meses, pero lo da por bien empleado. Ella siempre ha sido muy devota del Cristo de las Dagas Amarillas.
“Gracias a que me iluminó la Virgen de los Claveles”, le cuenta su amigo Rafael cuando Carmen le pregunta cómo solucionó el problema de la vibración del bucle cuántico. A Rafael le acaban de conceder un premio galáctico importantísimo por mejorar el procedimiento de gestión del bucle cuántico para la teletransportación periatómica. Hasta ahora, una de cada seis millones de personas que se teletransportaban interestelarmente no se reintegraba en el destino. Rafael encontró la causa. “La Virgen de los Claveles va siempre conmigo” dice, y se toca uno de los slots intercostales que le implantaron durante su exogestación fetal. Lleva ahí una estampita de esa Virgen que había pertenecido a su Abuela Asignada 2. “Yo le rezaba sin parar. Y un día me di cuenta: ¡claro, la subvibración cuántica holótica! Nadie me va a convencer de que no ha sido la Clavelina la que hizo el milagro de darme la solución”.
Como todos los años, Carmen no puede contener su emoción, y activa el liberador de lágrimas cuando el Cristo de las Dagas Amarillas pasa delante de ella. Esas gotas de sangre tan realistas, esas manos tan expresivamente talladas, ese gesto de ansiedad en María Magdalena... Incluso las mascarillas FFP15 que se añadieron en el siglo XXIII quedan perfectamente integradas, cumpliendo la misión de evitar que los niños tengan ataques de pánico al ver cómo eran las caras humanas durante el Periodo Anterior. Rafael siempre convence a Carmen para que ambos se coloquen en primera fila de la procesión de Viernes Santo. Quiere que todo el mundo le vea ahí. Un antepasado suyo fue uno de los Seis Últimos Ateos de la galaxia, y necesita limpiar tal deshonor si quiere que su línea de ADN tenga más likes en Musk, la red social de reproducción cromosómica. Incluso se arranca a cantar una saeta que le enseñó un cofrade con el que coincidió en el cinturón de asteroides de Parker-Binet.
A alguna gente le da miedo la teletransportación periatómica. A Carmen, no. Mientras se desnuda para introducirse en el Desintegrador, de vuelta a Brahe 7, piensa en el extremo amor que Dios demostró a la Humanidad Ampliada al enviar a su único Hijo a morir por todos nosotros. Cada Semana Santa refuerza su fe y se ríe de los que dicen que una semihumana no puede creer en el Sagrado Corazón de Cristo Rey. Comienza a hacer planes para la Semana Santa de 2523. “Le pido a la Virgen de los Claveles que se implemente rápidamente mi sistema para impedir más muertes durante los teletransportes” fue lo último que Rafael le dijo a Carmen el Domingo de Resurrección al despedirse. Se tocaron levemente las membranas bucales como gesto de cariño con consentimiento mutuo. También es lo último que Carmen, desnuda y sumergida en la piscina neutrófuga, recuerda antes de encomendarse al Cristo de las Dagas Amarillas, apretar el botón de inicio y desintegrarse para siempre jamás.