El gris es un color antipático

El gris es un color antipático

Quienes defendieron el final del bipartidismo, ahora se lamentan de que la gobernabilidad recaiga sobre 10 grupos parlamentarios.

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, interviene en el Congreso.Sergio R Moreno / GTres

Pareciera que hubieran pasado lustros, tras tantos acontecimientos posteriores, pero no fue hace tanto tiempo cuando se instaló la queja diaria desde artículos, tribunas y tertulias de los males inherentes que supuestamente habían acarreado el antiguo bipartidismo. Había que erradicarnos, asemejarnos a la decadencia y sacar del supuesto error a los que nos votaban.

El bipartidismo nunca fue un mundo ideal pues existieron fallos de bulto, no estoy entre quienes lo sacralizan, ni tampoco quienes lo denostan pues se producía porque los españoles y españolas así lo votaban. Había otras opciones, pero las rechazaban mayoritariamente. Una obviedad tan constitucional que al defenderla te acorralaban. Nunca me dejará de sorprender que tengamos tan arraigada en este país esa tentación de renegar repentinamente de todo.

Hubo una espiral reivindicativa para la llegada de nuevos actores políticos que propicio una ingente cantidad de espacio mediático para que crecieran, se desarrollaran y multiplicaran. Se les recibió con algarabía en 2015 cuando varias formaciones llegaron a las instituciones, se les llegó a clasificar bajo el concepto de la nueva política y fueron tratados como auténticas estrellas del pop. Ya no éramos todos iguales. Estábamos los viejos y aburridos partidos de siempre, frente a los modernos y simpáticos partidos que habían irrumpido en escena. El multipartidismo debía ser santificado.

Fue tal el fervor con la nueva política que se acuñaron distintas exageraciones sobre el presente y futuro de la izquierda. En realidad, eran la expresión de sus deseos: pronosticaron que el PSOE acabaría como el PASOK griego, devorado por la incipiente nueva política. Tampoco ayudaban quienes desde dentro y fuera de los ámbitos de decisión trataban de defender un bipartidismo al que los ciudadanos ya habían decidido asestar un golpe tan fuerte que lo dejó en coma inducido.

Nuestra travesía interna transcurrió con sufrimiento y desgarro donde al final se impuso una mirada distinta y moderna. Toca decirlo para nunca olvidarlo, quienes mutan en la desmemoria suelen navegar en todos los mares, fue fundamental el regreso de Pedro Sánchez a la secretaria general del PSOE para tener un partido que volvía a parecerse a España.

El bipartidismo tiene difícil regreso, el multipartidismo ha sido ciertamente compensado por un lado y ampliado por otro. Es nuestra obligación gestionar la voluntad de los ciudadanos expresada a través del voto. Si la ciudadanía hace plural y diversa la representación parlamentaria, a nosotros nos toca entenderla, gestionarla y hacerla viable el tiempo que dure.

Otra cuestión, consustancial en cada partido, es trabajar para obtener más apoyos en cada convocatoria electoral para tener mayor fuerza y, naturalmente, intentar gobernar con la menor dependencia posible para desarrollar su propio proyecto político.

El PSOE es quien ha comprendido estos cambios sociopolíticos, adaptándose a una nueva época y quien lo visualiza con su acción diaria. Me gusta, especialmente, que sea el presidente del Gobierno quien más hace pedagogía sobre la gobernabilidad del país, explicando con sencillez los efectos positivos y negativos de una realidad parlamentaria que han decidido los españoles en las urnas.

La actual gobernabilidad requiere de consensos dispares

La actual gobernabilidad requiere de consensos dispares, a veces eclécticos, y te obliga aplazar cuestiones fundamentales para cada organización política, y más en profundidad, de los partidos que conforman el Gobierno que suscribimos un acuerdo donde establecíamos los compromisos adquiridos.

Supone otra obviedad constitucional reiterar que tenemos un Gobierno legítimo de coalición que dispone de una gobernabilidad compleja pero posible como vemos en el Congreso. Las derechas de la oposición se autoproclaman constitucionalista, pero no reconocen la legitimidad constitucional de algunos diputados y diputadas, enfatizan sus críticas al llamar ilegitimo al Ejecutivo, dejan reposar la gobernabilidad del país en todos los demás grupos y renuncian a ser trascendentes en cuestiones vitales del país.

Muchos se lamentan de que la gobernabilidad resida en 10 grupos parlamentarios

Seis años después, muchos de aquellos que martillearon insistentemente por el fin del bipartidismo se lamentan con crudeza de que la gobernabilidad resida en 10 grupos parlamentarios y 23 formaciones políticas distintas sentadas en la Carrera de San Jerónimo.

Querían pluralidad, pero ahora reclaman uniformidad. Exigen un Gobierno monolítico, sin fisuras ni discrepancia alguna y una invencible gobernabilidad en un parlamento tan multipartidista. A la par invocan al diálogo y consenso entre las formaciones políticas. Sin embargo, acribillan a quien se mueve un milímetro para obtenerlo.

La queja es la polarización, pero el protagonismo recae sobre quien lanza desde la bancada de la derecha el exabrupto más ordinario. Siempre pasando del blanco al negro sin parar en el gris, ese color tan antipático para ellos.

En este país, copan espacios a quienes les resulta más sencillo subirse al ring de boxeo y más cómodo correr detrás del último profeta doctrinario, que hacer pedagogía del entendimiento con el ajeno. Persisten en atávicas prácticas, aun cuando la ciudadanía ya las rechaza mayoritariamente, es un profundo error que no ayuda en nada ni a la democracia ni a la convivencia.

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Daniel Viondi (Madrid, 1975) es diputado del PSOE por Madrid