La vacuna en el contrato social

La vacuna en el contrato social

Los verdaderos liberales, frente a quienes nos tildan falazmente de lo contrario por fomentar la vacunación, que no imponerla, somos nosotros.

VacunaREUTERS

Ante mi opinión expresada hace días de que no entiendo que haya profesionales sanitarios (pocos, pero alguno hay), además de otros sectores de la población, que se niegan a vacunarse, he recibido varias reconvenciones, alguna muy explícita y hasta poco constructiva, por decirlo suavemente, de ciertos “liberales”, que así se autodefinen, negándome a mí esa posición ideológica porque, argumentan, vacunarse o no es un acto de libertad individual que no se puede imponer. Y creo que a estas personas se les debe contestar con información, sin su armamento insultante, porque lo que ellos no son es justamente liberales, sino solo atrevidos. Y no los desprecio. Solo constato una realidad sin albergar ánimo ofensivo alguno.

Estos alzados en nombre de una manoseada libertad individual deben saber que sí, efectivamente, asumo que vacunarse es un acto voluntario que, creo sinceramente, no puede ser impuesto por el Estado. Existe aquí un conflicto entre derechos, el que garantiza la integridad física personal, que es de uno, y el de procurar la salud pública, que es de todos, pero por ello también de cada uno de nosotros, en el que creo honestamente que impera el primero frente al segundo. En principio. Y digo en principio porque entre el “uno” y el “todos” hay un mar de colores a ponderar, y me refiero fundamentalmente, al nivel y porcentaje de negacionistas opuestos a vacunarse, entre ellos quienes lo hagan por motivos “liberales”, que, por fortuna, en España no parecen ser hoy un número suficiente como para poner en riesgo lo que la vacuna persigue: la inmunidad de grupo.

La vacuna no cura, ni efectivamente un vacunado deja de poder contagiarse o de poder contagiar, aunque la presencia e intensidad del virus en un contagiado se ha acreditado mucho menor frente a quien no lo está. Es un procedimiento preventivo de inmunización grupal frente a la enfermedad misma que se utiliza cuando la ciencia da con un atajo para luchar contra esta. Y lo hace con algo parecido al “si no puedes con tu enemigo, únete a él”, o en este caso: usemos lo que conocemos en la investigación del virus para generar en nuestros organismos obstáculos que impidan la propagación de un virus mortal de unos a otros. Y lo hacemos, sí, con una infección controlada y de baja intensidad que genera defensas como reacción. Y así se actúa porque esto es lo que nos está afectando: un virus que recibimos y transmitimos, que muta y se hace más resistente, más veloz o más dañino. O todo a la vez. Y que puede matar a quienes llega si padecen más debilidad por sufrir inmunodepresión, patologías previas, o por su propia edad, por ser muy jóvenes o muy mayores. Y justamente a estas personas protegemos todos los que nos vacunamos, por voluntad, pero también por convicción, porque con ello generamos barrera a la propagación del virus, poniéndolos en el centro de un imaginario círculo social en cuyo límite exterior estamos quienes nos hemos vacunado y paramos con nuestros cuerpos físicos, ya inmunizados, que el bicho avance hacia el interior. Y eso es ser liberal, en mi opinión, y de verdad: decidir libremente proteger lo tuyo, tu salud y tu integridad. Vacunarte. Y proteger así a quienes por su edad, por sufrir una enfermedad grave, o por estar recibiendo un tratamiento médico agresivo, por un cáncer, por ejemplo, no pueden ser vacunados para que sus cuerpos, demasiado débiles y expuestos, generen una respuesta defensiva al virus.

Eso, precisamente, es ser y vivir liberal: proteger a los que forman grupo con nosotros, sin exclusiones, sin discriminaciones y sin rechazos, porque negarse a formar parte de una barrera defensiva para ellos, que no pueden defenderse, es excluirlos, discriminarlos y rechazarlos. Es más: los propios negacionistas que declinan ser vacunados encuentran en que otros nos vacunemos su propia defensa frente a la propagación del virus. Y sin que los demás los rechacemos, discriminemos o excluyamos por su decisión, pero no nos exijan que no lo pongamos de manifiesto y del algún modo no se lo recordemos.

Así las cosas, debidamente explicadas, resulta que los verdaderos liberales, frente a quienes nos tildan falazmente de lo contrario por fomentar la vacunación, que no imponerla, somos nosotros. Somos todos aquellos que actuamos con la convicción de ser libres para elegir y decidir, pero que igualmente guardamos esa concepción liberal clásica, de Rousseau, Hobbes o Locke, entre otros, de que hay siempre un contrato social que explica por qué vivimos en sociedad, por qué tenemos un gobierno que nos damos entre todos y al que transferimos determinados derechos para ordenar la vida en común, y por qué, en momentos como estos, sabemos que debemos renovarlo en favor de aquellos que necesitan de una adicional y mínima cesión de lo que es tan nuestro como nuestra libertad individual, una cesión de libertad perfectamente informada y contrastada por algo igualmente tan liberal, tan ilustrado y tan racional como la ciencia, porque pensar es lo que nos sacó de la cueva y nos mantiene fuera de ella, viviendo y conviviendo, porque nada tan liberal como saberse un ser social.

A quienes se niegan a vacunarse por motivos ideológicos: son libres para hacerlo, igual que para ser insolidarios y egoístas, porque juegan a que ya les protegemos otros, a ellos como a los que aun queriendo, no pueden vacunarse. Y cierto, la ciencia no es segura al 100%, como tampoco lo es la democracia, pero es el menos malo de los sistemas conocidos, del mismo modo que no sabemos de otra alternativa a la investigación científica para luchar contra la enfermedad. Lo único absoluto era aquel poder, supuestamente divino o realmente humano, que los primeros liberales combatieron en beneficio de todos.

Quien quede, puede seguir vociferando.