Sexo y género
El problema está, pues, en el concepto de identidad o autodeterminación de género, que defienden los transexuales y que el feminismo asume.
Empecé mi feminismo sin más causa que lo justificara que la constatación de que las mujeres de mi generación no podían acceder a la formación universitaria ni escapar a la regla de ser sólo esposas y madres. Trabajar para alcanzar la igualdad entre los sexos fue un objetivo vital. El “género” aún no había “nacido”. Sólo sabíamos lo que era el género gramatical o el de las telas.
El término surge en la cultura anglosajona (gender) para designar el contenido cultural que se añade al sexo. “Mientras el sexo tiene que ver con las condiciones biológicas siempre del individuo, hombre o mujer, el género tiene un alcance sociocultural y por ello amplía su objetivo a colectivos que apenas había contemplado el feminismo ortodoxo”, escribe Anna Caballé en El feminismo en España. La lenta conquista de un derecho.
El sexo es un concepto biológico; el género, un producto social y la identidad de género, “alude a la percepción subjetiva que un individuo tiene sobre sí mismo en cuanto a su propio género, que podría o no coincidir con sus características sexuales”. El feminismo generaliza este término desde la IV Conferencia Mundial sobre la Mujer celebrada en Pekín en 1995.
Debemos hablar de feminismos, porque siempre ha habido muchas formas de adjetivarlo: feminismo de la igualdad o de la diferencia; de clase, radical, socialista o anarquista; institucional, de militancia única o doble militancia; sobre ellos hemos debatido encendidamente las feministas.
El feminismo es transversal e intergeneracional, más pragmático que teórico en España, como explica Anna Caballé, a la que sigo en el relato del feminismo hoy: “histórico”, que simboliza Lidia Falcón; ”ético o humanista” de Celia Amorós, “el de la igualdad” de Amelia Valcárcel, la teoría queer, acuñada por Teresa de Lauretis, que parte de la idea de género como una construcción y no como un hecho biológico, y por ello invita a repensar la noción de identidad sexual desde fuera del marco social establecido. “Los individuos no nacen conformados psicológicamente como hombres o mujeres, sino que la constitución de la identidad sexual es el resultado de un largo proceso”. Y el “posfeminismo ensimismado” por su alianza explosiva con la moda, el consumo y la belleza”.
Hoy tenemos un debate exagerado a propósito del anteproyecto de Ley Orgánica de Garantía Integral de Libertad Sexual, con el que se puede estar o no de acuerdo,-a mí no me gusta ni el título-, pero es una exageración afirmar que de aprobarse, “se borrarían a las mujeres”. Las mujeres no se pueden borrar; somos la mitad de la humanidad, que sufre toda clase de discriminaciones: violencia machista, brecha salarial, cuidados, agresiones sexuales, prostitución, trata, tráfico de mujeres y niñas.
La profesora Ruth Rubio en la La autodeterminación de género: matices y distinciones para un debate pendiente, dice: “El problema que a fecha de hoy plantea la utopía es que el sexo/género no constituyen únicamente un factor de identidad sino también un sistema para disciplinar y subordinar a más de la mitad de la ciudadanía. El giro pendiente seria no tanto la eliminación total de las categorías como su definición y uso diferenciado de acuerdo a contextos y fines específicos que tenemos que explorar, siguiendo en todo caso criterios de proporcionalidad”.
El problema está, pues, en el concepto de identidad o autodeterminación de género, que defienden los transexuales y que el feminismo asume. El feminismo ha estado siempre al lado del movimiento LGTBI y de las personas trans, porque como ha dicho la vicepresidenta Carmen Calvo: “La transexualidad no es una patología, es un camino que una persona sigue para estar donde él quiere estar con arreglo a su propia armonía vital”.
La identidad de género es un concepto no propiamente jurídico, en la medida en que el derecho ha considerado la categoría de sexo como la variable, y hay que redefinirlo en términos jurídicos, para comprender una realidad jurídica que tenga que ver con una identidad, publicitada frente a terceros en el Registro Civil. La seguridad jurídica, la certeza del Derecho, es un principio general según la Constitución (art.9, 3) y así lo exige. A este principio deben responder las leyes. Anna Caballé, con la que coincido, dice: “Nada ha perjudicado más al feminismo español, como idea moral, que su falta de cintura para dialogar e integrar las múltiples modalidades que ha ido adoptando a lo largo de sus supervivencia. El futuro, como siempre está abierto”.
Este artículo se publicó originalmente en el Diario de Sevilla.