¿Somos dueños de nuestro miedo?

¿Somos dueños de nuestro miedo?

El coronavirus nos está mostrando la fragilidad de nuestro modelo de sociedad.

.Manu Villena

Nadie hubiera dicho nunca que las Fallas podrían ser suspendidas. Estamos viviendo algo totalmente nuevo, un proceso en el que los tiempos se han acortado de tal manera que todos los que programamos actos públicos estamos refrescando correo y páginas de periódicos como antiguamente se miraba el teletipo, esperando la noticia pero con la ansiedad que da el desconcierto. 

Estamos viviendo la historia. Es la primera vez que toda la población del planeta va a ser controlada por directrices similares y con un criterio restrictivo en cuanto a libertades. Es la primera vez también que todo el planeta ha perdido el control y la serenidad para razonar. Hay otros elementos, como que nunca el miedo ha sido una medida política absoluta y universalmente efectiva. El miedo ha sido suficiente para que todo el planeta altere sus prioridades. El miedo es el arma definitiva para el control de masas, en este caso, aparentemente, por nuestro bien.

Tal vez porque no me he contagiado me suelen rondar la cabeza todo tipo de bromas y memes, casi siempre con el mono de Estallido. Por otra parte, estoy disfrutando de mi pánico. Hemos convertido la información en una especie de ficción en la cual los todo sale bien al final. Veo los telediarios como si fuese una serie de Netflix, observo a mis vecinos, teorizo como si supiese de lo que hablo y desarrollo conspiranoias. En mi pánico mando yo y, si me da la gana, me lo llevo de aquí.

El coronavirus nos está mostrando la fragilidad de nuestro modelo de sociedad. Una gripe increíblemente mal comunicada ha bloqueado el mundo hasta el punto de paralizar la producción en China, lo cual traerá desabastecimiento en muchos productos, ha hundido las bolsas hasta tener que parar la cotización en Wall Street y nos ha vuelto a todos paranoicos.

Es la primera vez que toda la población del planeta va a ser controlada por directrices similares y con un criterio restrictivo en cuanto a libertades.

He vivido varías epidemias. En los 80, en unas prácticas hospitalarias, sólo podía acercarme a los pacientes con SIDA llevando mascarilla y guantes porque las autoridades sanitarias no sabían a qué se enfrentaban. Era una pandemia global pero ni se paró la producción ni el pánico llegó de esta forma a las bolsas. Luego me pilló la gripe A en Chicago y vi a Obama hacer un discurso casi diario a la nación. El miedo era feroz, es donde aparecieron las botellitas de desinfectante por todas partes. Pero el mundo siguió adelante y ya hemos debido pasar todos la gripe A al menos una vez. Luego viví una epidemia de dengue en Nicaragua. El miedo era tal que llegabas a oír al mosquito en una habitación en sueños, te despertabas, encendías la luz y no te dormías hasta que lo matabas. Y si no dabas con él pasabas la noche en vela. El país siguió funcionando con miedo y normalidad.

En 2020 no somos más inteligentes que en los 80, pero es que nuestra estructura como grupo no es la de un colectivo sino la de una masa en el sentido más negativo que teorizara Canetti. Somos una masa que se contagia colectiva y violentamente de ira contra otra masa, de alegría en el fútbol y de miedo ante una gripe.

  Un hombre en la plaza Mayor de Madrid. Anadolu Agency via Getty Images

Sería fascinante si no fuera tan preocupante, si no estuviésemos metidos hasta las cejas en este problema que no es el coronavirus, es nuestra sociedad débil e histérica.

Con esta pandemia hay que volver a Bocaccio y su Decamerón, por lo tanto hay que volver a Pasolini. Siempre hay que volver a Pasolini. La historia la conoceréis, diez amigos huyen de Florencia cuando la peste negra estaba matando a todos por las calles. Se van a una villa en el campo libre de contagios y allí se cuentan cada noche un cuento. Muchos son eróticos pero hay también cómicos y tristes.

Aquella peste se llamó bubónica y la describió Bocaccio minuciosamente en el libro. Estaba autorizado, fue uno de los que huyó de la ciudad después de ver la muerte a su alrededor. Empezaba con fiebres, toses, sangrado de vías respiratorias y aparición de bubones negros. Después se gangrenaban los miembros y reventaban los bubones, supurando un pus pestilente. El horror, el horror... Apareció en las ratas de un barco, hay varias teorías sobre su origen pero pudo venir de China. Corrió por una Europa que se dedicó en cuerpo y alma a rezar a Cosme y Damián, Los santos médicos, a San Roque, San Sebastián y otros taumaturgos, curadores de enfermos. Mientras Europa rezaba y enterraba muertos, los diez jóvenes vivían una vida tranquila y divertida porque eran ricos.

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Aquella peste se llamó bubónica y la describió Bocaccio minuciosamente en el libro. Estaba autorizado, fue uno de los que huyó de la ciudad después de ver la muerte a su alrededor. Empezaba con fiebres, toses, sangrado de vías respiratorias y aparición de bubones negros. Después se gangrenaban los miembros y reventaban los bubones, supurando un pus pestilente. El horror, el horror... Apareció en las ratas de un barco, hay varias teorías sobre su origen pero pudo venir de China. Corrió por una Europa que se dedicó en cuerpo y alma a rezar a Cosme y Damián, Los santos médicos, a San Roque, San Sebastián y otros taumaturgos, curadores de enfermos. Mientras Europa rezaba y enterraba muertos, los diez jóvenes vivían una vida tranquila y divertida porque eran ricos.

En aquellos años, de 1347 a 1353 en que fue erradicada, la muerte negra se adueñó de todo y los pintores lo reflejaron. Mi pintura favorita sobre el tema es un anónimo de principios del siglo XV perteneciente al gótico internacional que se encuentra en el Palazzo Abatellis de Palermo. Es una muerte triunfante y malvada que mata a reyes, obispos y muchachos por igual. Irrumpe en un jardín de las delicias con músicos y animales que se convierte, súbitamente, en un campo de la terrible muerte que cabalga un cabello muerto. Solo los religiosos que rezan a la izquierda parecen haberse salvado, solo la fe sirve para el pintor.

Esta pandemia no es aquella, no moriremos o moriremos muy pocos, y hemos reaccionado de forma opuesta. Los chicos de Bocaccio huían de la peste y para olvidarla se forzaba a inventar cuentos. Nosotros estamos enganchados al miedo que nos provoca, no solo no huimos: vemos el telediario como si fuese ficción.

Puede que seamos más tontos que en el siglo XIV. O tal vez ya nuestro miedo haya pasado a pertenecer a otras personas que, con él, nos manejan. Quién sabe.