Lo que no me pueden robar

Lo que no me pueden robar

Me gusta despertarme en las mañanas en Sierra Gorda de Querétaro, México, con el sonido de los búhos macho que llaman insistentemente a sus novias; y que a ese canto le acompañen los de otros pájaros que, de vez en cuando, cuentan además con el coro de fondo de un burro, una mula y una vaca. Y pienso que nadie tiene derecho a robarme a mí, ni a los que habitan en esta Reserva de la Biosfera, todo esto.

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Hace días, en la Escuela de Escritores donde tomo clases, me pidieron que realizara un ejercicio aparentemente sencillo sobre las cosas que me gustan y no me gustan de mi vida.

Digo aparentemente sencillo porque suelo tener claro lo que me produce gozo o placer y lo que, en cambio, prefiero evitar porque me genera sufrimiento o tristeza.

Sin embargo, al ponerme a escribir, decidí enfocarme en el lugar donde vivo desde hace casi ya un año: la Sierra Gorda de Querétaro, México.

Así que ahí va mi listado, que no incluye todo lo que me agrada pero sí es un resumen a rasgos generales.

Me gusta despertarme en las mañanas con el sonido de los búhos macho que llaman insistentemente a sus novias; y que a ese canto le acompañen los de otros pájaros que, de vez en cuando, cuentan además con el coro de fondo de un burro, una mula y una vaca. Me gusta apreciar la entrada de las estaciones del año, con su primavera cargada de colores, su verano lluvioso y húmedo, su otoño lleno de naranjas y su invierno frío que trae olor a leña. Me gusta saber que, de mayo a agosto, mis manos huelen casi siempre a mango.

Me gusta vivir en la región más ecodiversa de México, lo que significa que puedo iniciar el día en el semidesierto y terminarlo, empapada de sudor, en un bosque tropical. Me gusta ver cómo, por increíble que parezca, las nubes en un bosque de niebla se cuelan por las ventanas de casa. Me gusta escuchar el ruido que los venados hacen al caminar sobre las hojas, cómo me miran fijamente cuando me los encuentro de frente y verlos después esconderse entre el follaje. Me gusta salir a caminar, explorar sitios por donde han pasado muy pocas personas y regresar a casa agotada de cansancio.

Me gusta desayunar mientras, a través del cristal de la cocina, veo el ritmo frenético de los colibríes, que parecen vivir en una carrera constante por recolectar el néctar de las flores. Me gusta ver cómo las cocineras de la Ruta del Sabor amasan sus tortillas de maíz quebrado mientras hablan conmigo de la última lluvia o la primera nevada.

Me gusta... mientas escribo, pienso que nadie tiene derecho a robarme a mí, ni a los que habitan en esta Reserva de la Biosfera, todo esto. Todos, sin excepciones, debemos hacer más y mejores esfuerzos por preservar las maravillas naturales que aún existen en el planeta.

Si no entendemos bien la importancia del llamado de las guacamayas o de las espinas de una cactácea, entonces demos un voto ciego de confianza a la naturaleza. Ella es más lista que todos nosotros juntos.