Dadme un sesenta

Dadme un sesenta

Cuenta la leyenda que un viejo asesor de Clinton decía a sus colaboradores "Dadme un sesenta" para exigir que le incluyeran en sus discurso sólo argumentos que contaran con el apoyo de, al menos, el 60% de la opinión pública y que en el caso de que no fuera así, lo escribieran de tal modo que contara con ese mismo respaldo.

La anécdota la recuerda el socialista Óscar López en Del 15-M al procés: la gran transformación de la política española (Deusto) y lo hace para poner en contexto cómo y por qué llegó a la escena política un partido como Ciudadanos, pero bien serviría para cualquiera de las formaciones del arco parlamentario. Es la política. Nada hay en ella ya de principios o fundamentos. Todo está justificado en los sondeos.

  Albert Rivera e Inés Arrimadas en un acto público de Ciudadanos.EFE

Cada decisión, cada elección, cada estrategia. El "Dadme un sesenta" sirve para Sánchez, para Casado, para Iglesias y para Rivera. Ninguno puede dar lecciones de coherencia ni de trayectorias lineales. Hasta el debutante Casado conocía el pálpito de la militancia del PP cuando diseñó su estrategia para ganar el congreso a Sáenz de Santamaría. Con todo, es quizá el líder de Ciudadanos el que más bandazos ha dado, aunque Sánchez no le ande a la zaga. Del "Pacto del Abrazo" ha pasado al "No y nunca".

Aunque no haya que escandalizarse porque las expectativas electorales de todos ellos marquen los discursos, conviene no traspasar determinadas líneas que, por razones de Estado, deberían estar fuera de la especulación o el interés electoralista. Uno de ellos, sin duda, debiera ser Cataluña, una cuestión en la que España se lo juega todo: la integridad del Estado, la estabilidad institucional y política, la credibilidad de la Justicia.

Pues ni por esas. La derecha en sus tres versiones ha decidido hacer de la crisis territorial su eje de campaña. Y tanto es así que las encuestas desvelan que el 80% de los españoles considera que las próximas elecciones se decidirán en Cataluña. De ahí la aplicación sine die de un nuevo 155, el relato adulterado sobre las cesiones de Pedro Sánchez al independentismo, la traición a España, la humillación a los españoles y cuantos fake se han difundido por redes, radios y televisiones sobre el diálogo entre el Gobierno y la Generalitat de Cataluña.

Tan extendido está el relato de la derecha y tan desacreditada la versión de los socialistas sobre una salida política a la mayor crisis territorial de cuantas ha vivido España, que explicar que tan inconstitucional es suspender la autonomía de una Comunidad como declarar su independencia le convierte a uno en enemigo de una España que sólo existe en el imaginario de algunos. En la intención de PP, Ciudadanos y VOX pesa más que su actitud dura frente al independentismo le de alas en las encuestas que la comprensión y la búsqueda de soluciones de un problema complejo en el que sería necesario que las llamadas fuerzas constitucionalistas cerraran filas en torno al Gobierno.

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Hoy lo único que cuenta es la calculadora de votos. Así es como la política se ha evaporado para dar paso paso a la agitación y la propaganda. El PP y Ciudadanos tienen un problema con VOX y han elevado el listón de la crítica hasta límites insospechados. Ni Casado ni Rivera se pueden permitir un mal resultado en las elecciones. El primero, porque una masa crítica de su propio partido le espera a la vuelta del 28-A. El segundo, porque no puede cosechar un tercer pinchazo y necesita a toda costa ser decisivo en la formación del futuro gobierno. Lo contrario sería inexorablemente el final de su liderazgo

Los últimos sondeos no dibujan un panorama halagüeño para los naranjas hasta el punto que su caída podría dar al traste con la victoria del bloque de derechas. Cuanto más baja Ciudadanos, más sube VOX porque el voto que le queda a Rivera es el más conservador de los que tomó prestados en 2016 y porque el líder de quien más recelan sus electores es de Pedro Sánchez. De ahí el solemne cordón sanitario aprobado en la Ejecutiva, que es mucho más que una declaración en un mitin o una entrevista. Y de ahí también el desembarco en Madrid de Inés Arrimadas.

Más allá del mensaje de resignación que la portavoz nacional del partido transmite a quienes le dieron la victoria en las autonómicas catalanas, Rivera es consciente -porque así se lo han dicho sus propios expertos en demoscopia- que Cataluña será el epicentro de la campaña como lo fue en cierto modo en las andaluzas, y que Arrimadas puede ser la única forma de taponar la fuga de votos a VOX que, según algunas encuestas, hoy podría ser tercera fuerza, por delante incluso de Ciudadanos. La "Operación Arrimadas" es, por tanto un movimiento electoral inteligente, pero también una finta a futuro para el partido, ya que si Rivera no lograra ser vicepresidente del próximo gobierno tendría que irse y Ciudadanos sería el primer partido en España en situar a una mujer al frente del liderazgo.

Este hipotético baile del "tú te vienes y yo me marcho" sólo se daría en el caso de que Ciudadanos quedará como cuarta fuerza política por detrás de VOX y su desgaste impidiera la suma del bloque de derechas, como sostienen algunos trabajos demoscópicos. Claro que si fuera esta la escena, la cuarta posición de los naranjas significaría que Rivera tampoco sumaría con el PSOE para la formación de un gobierno, que es lo que, pese al veto de hace una semana, desearían no sólo algunos poderes fácticos sino también los socialistas. Sólo así se entiende la carta remitida por su presidenta, Cristina Narbona, a Albert Rivera, una especie de memorándum sobre la importancia de un espacio de negociación por el centro político, redactado además a sabiendas de que Podemos, su actual socio parlamentario, está hundido en las encuestas.

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Así las cosas, España podría dirigirse de nuevo a la misma situación de bloqueo parlamentario que vivió tras las elecciones de 2015, ya que la caída de Ciudadanos cegaría las opciones de gobernar al bloque de derechas y el posible hundimiento de Podemos, las de un Ejecutivo de izquierdas con apoyo de los nacionalistas. Un endiablado tablero que llegaría por segunda vez a la política española, y sin que nadie haya elevado aún la voz para plantear la necesaria modificación del artículo 99 de la Constitución, que establece el procedimiento para investir al presidente del Gobierno con más "síes" que "noes" entre los votos de los 350 diputados sin ningún factor de corrección como recogen otros modelos constitucionales.

Lo dicho: esto no va de hombres de Estado ni de buscar soluciones para resolver las crisis, sino de un juego de tahúres, del que quien más y quien menos aspira sólo a permanecer en el tablero y sólo se mueve por el "dadme un sesenta".