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A José Mujica hay que olvidarlo, no a las ideas del Pepe

A José Mujica hay que olvidarlo, no a las ideas del Pepe

José Mujica será ceniza bajo la secuoya que crece en su hogar y donde él y su compañera, Lucía Topolansky, enterraron a su perra Manuela. El Pepe será por fin, y como deseaba, la cuarta pata que le faltaba a Manuela.

José Mujica, con su perra Manuela.Ricardo Ceppi/Getty Images

José Mujica, el Pepe, no era pobre. Y se equivocarán una y mil veces quienes pretendan recordarlo así. En una ocasión, durante un discurso en Guatemala en 2015, él mismo respondió a ese erróneo epitafio del "presidente más pobre del mundo". "Yo no soy pobre un carajo", largó Mujica mientras negaba con la cabeza. Entender pobre su existencia es como haber sido un espectador ausente ante la vida de un tipo que eligió vivir al margen de lo que el mercado considera un privilegio. "Yo no hago apología de la pobreza ni de que el mundo tiene que volver a la época de las cavernas, nada por el estilo", comentó. Tan solo, y no es poco, se posicionó a diario "contra la frivolidad y contra la tontería", dos atributos que, en su opinión, asolaban y asolan el mundo. La vida del Pepe, si de verdad queremos creer todo un pensamiento hoy convertido en frases célebres, fue un lujo. Logró vivir "con causa", acorde a lo que sentía y pensaba, una motivación que compartía con Ernesto Guevara de la Serna, el Che. "Para entender al Che, hay que entender su actitud de amor a la vida, vivir como se piensa, para no terminar pensando como se vive", comentó sobre Guevara hace unos años.

Lo de sacar tan pronto al Che Guevara tiene un sentido. Mujica, ante todo, fue un guerrillero. O un guerrero, como se definió a sí mismo al pedir hace unas semanas que le dejáramos descansar. Cuando "alguna vez" fue joven, su tiempo, el de Mujica, perteneció al mundo de los guerrilleros latinoamericanos, "donde el cambio social parecía que estaba a la vuelta de la esquina". En los 60, el Pepe, entonces Facundo, o Emiliano, se convirtió en uno de los primeros miembros del Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros. "Más que una guerrilla, somos un movimiento en su origen de políticos con armas", especificaría años más tarde Mujica. Pero si fue quien llegó es gracias a esta época, aunque genere recelo a muchos que ahora lo ensalzan. Más que la guerrilla, a Pepe le cinceló el tiempo en prisión. "Mucho de lo que soy nació en soledad en la cárcel — recordaba —. No sería lo que hoy soy. Sería más fútil, más frívolo, más superficial".

En total, Mujica estuvo encerrado trece años, doce de los cuales fueron continuos bajo la dictadura, aislado y torturado. Al Gobierno militar no solo le preocupaba que los tupamaros pudieran retomar las armas, también les asustaba el poder que entrañaba el pensamiento de Mujica. Por eso le sometieron durante años a lo que luego consideraría uno de los peores suplicios, el no poder leer. Sus ideas eran las manos machacadas de Víctor Jara. Por suerte, a él no lo mataron. Le salvó, le diría luego a Jordi Évole, todo lo que había leído en su juventud. Eso y la "misantropía". Esa costumbre, la de hablar consigo mismo, permanecería en el tiempo, sobre todo cuando se dedicaba al campo en su pequeña chacra. Durante un tiempo, atesoró la compañía de una pequeña parte de la naturaleza incluso en prisión. Compartió espacio con unas ranas de zarzal a las que daba agua cada vez que podía. De las ranas se acordaría en una entrevista en 2014 para la BBC: "Todas las cosas vivas están hechas como para pelear por vivir: desde un yuyo a una rana a nosotros. Uno llega a la conclusión: esto está puesto para darle sabor a la vida, porque como el viejo Aristóteles decía: todo lo que naturaleza hace, está bien hecho".

En el libro Pepe Mujica, de tupamaro a presidente, María Ester Gilio cuenta que, "si fuera necesario describir el pensamiento de Pepe es posible que la palabra 'Marx' ni siquiera figurara en esa descripción. No podría en cambio no figurar la palabra 'Naturaleza', a la cual respeta como pocos y suele ser protagonista de sus conversaciones". Anarquista cuando apenas contaba 14 años, Mujica fue poco a poco acercándose a posiciones que, "si bien aceptaban principios marxistas, rechazaban toda posibilidad de que tales principios se volvieran incuestionables”. El suyo era un “marxismo heterodoxo difícil de encuadrar dentro de las visiones del Partido Comunista de la época, e incluso del Partido Socialista. Era — si es que tal cosa puede decirse — el marxismo de un libre pensador siempre muy cuestionador".

Que nadie se equivoque, sin embargo. Por supuesto la del Pepe fue una vida cargada de ideología, una ideología de izquierdas como la vía para defender la vida de una forma genuina. La vida y la elección de cómo vivirla ante los incesantes intentos del mercado por comprarla. Es el mensaje que siempre repitió a los más jóvenes, como en Guayaquil, Ecuador, en 2014, cuando le distinguieron con la Orden Nacional al Mérito. "La vida — avisó — se escapa minuto a minuto. No puedes ir al supermercado a comprar vida. Lucha por vivirla, por darle contenido a la vida. [...] Tú puedes, en términos relativos, ser el autor del camino de tu propia vida. Si no, te la comprará el mercado. [...] La felicidad es darle contenido a la vida y no dejar que te la roben. [...] Lo imposible cuesta un poco más y los derrotados son solo aquellos que bajan el brazo y se entregan. La vida te puede dar mil tropezones en todos los órdenes, en el amor, en el trabajo, en la aventura de lo que estás pensando, en los sueños que pensás concretar, pero una y mil veces, estás hecho con fuerzas para volverte a levantar y volver a empezar, porque lo importante es el camino, la hermosura de vivir al tope".

Si uno quiere de verdad honrar al Pepe, ha de olvidar entonces a José Mujica. Es lo que él querría. "Yo no quiero que me recuerden", le dijo a María Ester Gilio: "Si pudiera elegir, lo que quiero es que me olviden. No hay nada peor que la nostalgia, andar creyendo en dioses muertos. A los muertos hay que enterrarlos y respetarlos una vez al año. Cuando hace fecha. No se construye nada con los muertos. La gente tiene que vivir audazmente, para adelante. Hay que servir para abono y no para estorbo. Servir para abono significa mineralizarse, simplificarse, volverse algo útil. Perder el sentido de pertenencia. Lo importante no es que quede el nombre, sino que algunas ideas sembradas, sin saber ni preguntarse de dónde vienen, sean tomadas como propias".

Como también dijo en Guayaquil, "si tuviste un sueño y peleaste por una esperanza e intentaste transmitirle a los que quedan, tal vez quede un pequeño aliento volando en las colinas, en los mares, un pálido recuerdo que vale más que un monumento, que un libro, que un himno, que una poesía, una esperanza humana que se va realizando en las siguientes generaciones". Así lo hizo él. Al resto nos queda ahora aguantar las ganas de convertir su nombre en un fetiche, como lo fue la chacra, el Fusca o, en el caso de Mujica, el martillo de su padre que todavía guardaba en su pequeña granja, "cosas chicas para el mundo, pero valen para uno".

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El Pepe no creía en el más allá. Sí en la vida como "la aventura de la molécula", el espacio-tiempo en el que confluyen paraíso e infierno, "todo junto". A partir de ahora, José Mujica será ceniza bajo la secuoya que crece en su hogar y donde él y su compañera, Lucía Topolansky, enterraron a su perra Manuela. El Pepe será por fin la cuarta pata que le faltaba a Manuela después de que él mismo, escapando ella de unos perros que querían atacarla, no pudiera evitar que quedara atrapada bajo el tractor que conducía. José Mujica, el Pepe, fue un tipo feliz, y no es sencillo.