El ejército ruso se desintegra en Pokrovsk: los soldados prefieren la prisión a misiones con "sentencia de muerte"
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El ejército ruso se desintegra en Pokrovsk: los soldados prefieren la prisión a misiones con "sentencia de muerte"

Buscan cualquier excusa para no participar en la batalla por la ciudad.

Artilleros ucranianos de la 152.ª Brigada Independiente de Granaderos operan cerca de Pokrovsk, Ucrania.Marharyta Fal/Frontliner

La batalla por la ciudad estratégica de Pokrovsk, en el este de Ucrania, ha mutado en una guerra de sombras implacable, un escenario donde la supervivencia es casi una rareza y donde el ejército ruso parece desmoronarse bajo el peso de sus propias bajas. 

El avance hacia esta ciudad estratégica, antaño presentado como una ofensiva decisiva, se ha convertido en un derrumbe lento de la moral rusa y en un éxodo de soldados que prefieren la cárcel, o incluso la muerte bajo custodia, antes que enfrentarse al frente.

La orden de atacar Pokrovsk es susurrada entre los soldados rusos como una condena. En un vídeo recogido por Euromaidan Pressun oficial graba a dos soldados que se niegan a entrar en la ciudad, uno alegando un problema médico y el otro mostrando una herida. Ambos aseguran que prefieren la prisión a una misión que consideran suicida. 

El oficial, frío e impaciente, los filma para descontarles la paga, los amenaza con enviarlos a una unidad penal y les deja claro que, si es necesario, serán obligados a punta de fusil a avanzar. Escenas así, lejos de ser excepcionales, se han vuelto frecuentes. 

Pero estas penurias no terminan en un tribunal militar. Los batallones penales no regresan a Rusia, sino que son utilizados como carne de cañón, enviados al vacío para revelar posiciones ucranianas, absorbidos por un sistema que los sacrifica sin reservas.

Microunidades en un laberinto de ruinas

Pokrovsk ya no es escenario de grandes asaltos. La batalla avanza mediante grupos diminutos, casi autónomos, en un conflicto fragmentado que se adapta a un campo de batalla donde los drones gobiernan. La omnipresencia de estas aeronaves, especialmente de los FPV, destruye de inmediato cualquier concentración de tropas o vehículo, forzando una guerra dispersa en la que cada movimiento debe ser casi invisible.

Los rusos recurren a microunidades de infiltración: dos o tres hombres que se deslizan entre los escombros, se ocultan en sótanos y buscan puntos débiles en las defensas ucranianas. Su objetivo no es ocupar, sino insinuarse, sembrar la ilusión de un avance pese al colapso estructural de sus fuerzas. Los ucranianos responden con patrullas igual de discretas, duplas o tríos guiados por drones con visión térmica y protegidos por dispositivos de guerra electrónica.

Estas patrullas, letales y móviles, libran combates que a menudo se reducen a un puñado de soldados por lado, pero que pueden extenderse durante horas por una sola calle, un patio o un bloque derrumbado. La ciudad se convierte en un tablero donde cada baldosa es un posible punto de emboscada.

Una guerra que premia la habilidad, no la cantidad

Las fuerzas principales de ambos ejércitos permanecen ahora a unos diez kilómetros de los límites de Pokrovsk. Los campos abiertos que rodean la ciudad son un terreno mortal, saturado de drones que no dan margen a movimientos masivos. Dentro del casco urbano, solo las unidades más disciplinadas y experimentadas pueden sobrevivir.

Para los rusos, estas infiltraciones son apenas un intento de mantener vivo el relato de su avace. Para los ucranianos, la misión es detectar, aislar y eliminar a los infiltrados antes de que puedan comprometer la logística o la cohesión defensiva. 

Sus equipos operan con precisión quirúrgica: localizan al enemigo, lo inmovilizan con fuego de supresión, lo neutralizan con fusiles, granadas, bombas o drones, y se retiran antes de que los ojos electrónicos rusos puedan localizar su retirada. El desenlace es una carnicería insostenible, con deserciones que se multiplican como reflejo de un sistema que envía hombres a morir por objetivos que ya carecen de valor operativo.

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