La diplomacia en tiempos trumpistas: el reto de seguir tejiendo redes entre recortes y populismos
Las soluciones dialogadas requieren siempre de paciencia, pero hay líderes que las rechazan, en busca de la transaccionalidad rápida. Cambian las reglas y entran nuevos actores, pero la esencia no debería: el arte es saber acercar a los países.

La diplomacia es un trabajo y un arte. Consiste en fomentar las relaciones entre los Estados y otros actores internacionales, con la negociación y el diálogo como herramientas. Hay que aprender del otro, hay que conocer sus argumentos, sus costumbres, su historia y lengua, hay que hilar fino para leer en el aire y averiguar lo que piensa, y hay que sembrar con paciencia, para luego cosechar.
Es vieja como el mundo, de El arte de la guerra al Congreso de Esparta, y siempre está afrontando retos, renovándose con la vida. Ahora encara el desafío de unos liderazgos autoritarios al alza, de un estilo trumpista y personal que rechaza mediaciones e intermediarios y, lo que es peor, la prudencia. Frente a quienes recortan sus plantillas están los que piensan que ahora los diplomáticos son más necesarios que nunca para prevenir y buscar soluciones a las crisis, porque cuando vienen mal dadas, no se puede improvisar sin riesgos formidables.
El diplomático belga Hugo de Smet, que ha trabajado en delegaciones en Europa y el norte de África, defiende una máxima clara: "El diálogo siempre funciona mucho mejor que cualquier otra vía". Y en este mundo en el que se suceden Gazas, Ucranias o guerras comerciales, "eso es lo que hace falta: hablar". "Antes o después, los líderes que desplazan a estos profesionales se darán cuenta", dice, optimista. Reconoce que son tiempos de ultranacionalismo, pero niega que esa sea una excusa para denostar la diplomacia. "Bien aplicada, es estratégica para la defensa de los intereses nacionales, domésticos. Otra cosa es que entren en juego intereses personales", apunta.
¿Están pasando sus profesionales por una travesía del desierto? No lo cree, porque "la evolución es constante, dependiendo de las tecnologías, las coyunturas, las agendas nacionales o los conflictos en curso". Preguntado de otra manera: ¿por qué no se les ve parando contiendas o limando asperezas como las arancelarias entre las potencias? De Smet ríe: "la clave es no verlos, precisamente". "Le garantizo que su trabajo está siendo determinante, aunque en la sombra, como siempre ha sido. Los conflictos de Ucrania o de Oriente Medio tienen unas raíces muy profundas y muchos intereses cruzados que explican las acciones o inacciones de la comunidad internacional. Sí le puedo garantizar que se trabaja, y muy duro", incide.
A su entender, el escenario no es sencillo porque han cambiado muchas cosas esenciales. "Se han desgastado ciertas estructuras, certezas y actores que eran determinantes desde la Segunda Guerra Mundial, empezando por Europa, mientras otros han crecido, como China. Ahora tenemos a un presidente en Estados Unidos como Donald Trump que quiere darle la vuelta a décadas de política exterior y cambiar el orden imperante. Eso complica la tarea de abrir puertas, pero no hay que dar la batalla por perdida", insiste. "Las tendencias más preocupantes que detecto, ahora desde la retaguardia [se ha convertido en un consultor independiente] son la aceleración de los procesos y la toma de decisiones y la transaccionalidad de las relaciones, en busca de cubrir una necesidad propia por encima de consensos previos. Lo comercial se ha situado por encima de lo puramente político", lamenta.

El presidente de la Asociación del Servicio Exterior de Estados Unidos, Tom Yazdgerdi, confirma que hay una profunda transformación del oficio, pero coincide en señalar que más allá de la "agitación", "gran parte del trabajo se ha mantenido y seguirá siendo el mismo: representar los intereses del país en el extranjero". "Donde hemos visto un cambio importante es en la velocidad y la escala del trabajo -repite-. Nuestras herramientas han evolucionado (inteligencia artificial, negociaciones remotas, redes sociales), pero todas contribuyen a la misma misión de servir a Estados Unidos globalmente. Esto también significa que somos mucho más diversos en cuanto a los trabajos que realizamos en el extranjero. Somos expertos en respuesta a crisis y economistas, expertos en ciberseguridad y defensores de la salud pública. Las amenazas que enfrentamos, desde la desinformación hasta el autoritarismo y el cambio climático, no sólo son más complejas, sino también más difusas que nunca. Mantenemos nuestra misión principal, pero nuestras funciones han evolucionado a un ritmo sin precedentes", asume.
Aunque con la entrada de Trump como un elefante en una cacharrería es más alto el ruido, su colega flamenco explica que llevamos ya "décadas" con intervenciones "disrruptivas" en el trabajo diplomático. Por ejemplo, cita la entrada de poder privado, como los broligarcas en EEUU o los oligarcas en Rusia, a los que se les suman paramilitares o mercenarios, como los del Grupo Wagner, en este último caso. Se da también en otros Estados autoritarios, como Irán, con su Guardia Revolucionaria, o China, que prefiere la influencia por la vía comercial y le está resultando.
EEUU es el centro de las dudas en esta segunda etapa de Trump en la Casa Blanca. El belga defiende el trabajo "histórico" de Washington en la diplomacia mundial, "democrático y serio". El exceso de personalismo actual puede cambiar las cosas, porque aún el republicano no lleva más de cuatro meses de vuelta, y tiene cuatro años de mandato. "Lo vemos con una capacidad de involucrarse en la política internacional muy rápida, como se aprecia en sus redes sociales. La tecnología la usan todos, ya es permanente poder hacer y ver los efectos en vivo".
También destaca Trump por el envío de amigos, empresarios de confianza o militares en sintonía, como mediadores", como se ve en los casos de Steve Witkoff o Keith Kellogg. "Claro que los presidentes eligen a sus equipos, pero él está desplazando aún más a los diplomáticos de carrera", denuncia. Insiste en el matiz: "Todo el mundo busca a sus cercanos, también en acción exterior; hay países que no cambian a sus embajadores si cambia el Gobierno, pero otros sí, como pasa mucho en España. Con Trump cambian las formas, más ruidosas; el ritmo, más acelerado; y la profundidad, por propuestas nunca vistas como la del resort de Gaza. Veremos si también los resultados".
¿Es buena idea aportar por intimidar, en vez de hablar? Hugo de Smet recuerda que esa ha sido siempre una herramienta de los poderes, "en mayor o menor grado". "En las relaciones diplomáticas entra todo, de la economía a la cultura, pero por encima de todo están las cuestiones de seguridad y de recursos y las presiones se dan", resume. El acuerdo de minerales que EEUU y Ucrania han firmado es un ejemplo de ello, un compromiso por el que Trump logra lo que quiere, a cambio de echar a andar un supuesto proceso negociador con Rusia, el invasor.

Lo que sí, lo que no
El hecho de que socios que siempre lo han sido, como Europa, ahora sean tomados por EEUU como adversarios, poco fiables, es una "estrategia" que también choca con la diplomacia. "No hay que debilitar, no hay que ofender. Las palabras del vicepresidente JD Vance en Múnich criticando a los dirigentes comunitarios muestran cómo se quiere llevar todo al extremo y eso multiplica los riesgos", ejemplifica. "Criticar siempre se ha criticado, la Guerra Fría fue una etapa de excepcional certidumbre y de líneas claras; lo que ahora debemos ver es si hay un verdadero e intencionado asedio al sistema del que nos hemos dotado. No si extrema supera las reglas del juego, por sí mismo y porque alienta a otros líderes de corte autoritario a hacer lo propio y multiplicar la volatilidad", concluye.
"La diplomacia se trata de escuchar, no de dar sermones; requiere un sólido conocimiento del área, experiencia directa y un dominio excepcional de idiomas. Si se quiere garantizar los intereses de un país, se necesita una fuerte empatía para comprender al país anfitrión y sus valores", recuerda Yazdgerdi, que defiende que justo el trabajo diplomático debe ser de "invisibles, hasta que se nos necesite". "Cuando se recorta toda esta estructura, los ciudadanos en casa sienten sus consecuencias", avisa, tras el anuncio de la Administración Trump de reducir al menos en un 20% sus funcionarios internacionales.
"El Servicio Exterior es la primera línea de defensa de Estados Unidos. Somos la trampa para cualquier cosa que pueda afectar la prosperidad y la seguridad de nuestro país. Por eso la pérdida de miles de diplomáticos es tan perjudicial. China ha superado a Estados Unidos en número de misiones diplomáticas en el extranjero, y no podemos permitirnos ser tacaños en la financiación de nuestro presupuesto de asuntos exteriores. La diplomacia es algo que se paga solo una y otra vez, y si no construimos y mantenemos nuestras redes locales, no podemos esperar dividendos futuros", alerta. Lo peor será cuando vengan mal dadas: "No se puede improvisar en una crisis", asevera.
Pone un ejemplo que podría parecer sutil, pero no lo es: Trump ha ordenado desmantelar los llamados Medios Globales, que incluyen cadenas que emitían en inglés por todo el mundo, en cada rincón, llevando la mirada de Washington, su visión. La Voz de América o Radio Liberty servían para saber, con el filtro de la Casa Blanca, de Guinea a Palestina. Entiende que Rusia o China tratarán de cubrir ese hueco rápido. "Cualquier cambio que se produzca debe reforzar, y no reemplazar, nuestros valores fundamentales de profesionalismo, imparcialidad, experiencia y un fuerte sentido de servicio", defiende. Y así en cada flanco de la acción exterior. Reducir, insiste, supone perder talento y experiencia. Y pagarlo, a la larga.
No sólo en los estados, dice, sino en las instituciones internacionales, que están siendo degradadas o desmanteladas, con la devaluación de entes como la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE) y hasta la ONU o de instrumentos útiles para evitar conflictos como los de control de armamento.
Los otros retos
Yazdgerdi y De Smet explican que otra una serie de retos, independientemente de estas nuevas formas de hacer política y de ese desplazamiento del foco hacia el poder y la influencia, en detrimento de la diplomacia. Son realidades que están azuzando a la diplomacia para que se modernice. Citan la crisis del multilateralismo y las dinámicas geopolíticas cambiantes, el progreso tecnológico, especialmente la entrada en liza de las redes sociales (en las que están presentes el 75% de las legaciones del mundo, según Modern Diplomacy) o los problemas ambientales que proceden del cambio climático.
"Ya sabemos eso de que crisis, en chino, significa oportunidad, pero es que es así. Tenemos retos que nos ponen por delante, a la vez, nuevas formas de comunicarnos y nuevas materias en las que cooperar con otros. El secretismo es una cosa del pasado, el trabajo diplomático es callado, pero se basa en contactar, comunicar y tender puentes. Todos los ámbitos en los que se pueda lograr, serán buenos, sean científicos, médicos, culturales, deportivos", dice el belga.
El papa Francisco y su sucesor, León XIV, han abogado en estos últimos meses por una "diplomacia de la esperanza" que dé respuestas al mundo desde el "empeño común". Resopla al escucharlo. "Es un deseo compartido. Hace falta flexibilidad y mesura", responde. Reconoce que a veces es "frustrante" que no haya consensos en temas clave. Prácticamente no recuerda unión en el Consejo de Seguridad de la ONU desde 2010, con Libia. Por eso pide "reordenar" las prioridades: "priorizar la humanidad, jerarquizar los intereses en función de lo que realmente importa, entender la necesidad mutua del otro en un mundo interconectado, ser ingenioso en las soluciones y buscar siempre alternativas al choque y la violencia". "Somos una fuerza estabilizadora, somos más necesarios que nunca", concluye.