2048, quesito amarillo
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2048, quesito amarillo

Los libros de texto de 2048, contra todo pronóstico, seguían siendo libros. La situación de entonces, de los años turbulentos de mitad del siglo XXI, era consecuencia directa del cambio de ciclo que empezó en 2008 y que se consolidaba en 2016, el año del 'punto de giro': el de la victoria de Trump, el brexit, el recrudecimiento de la guerra civil siria o el revés de la paz en Colombia.

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Donald Trump y Nigel Farage.

Los libros de texto de 2048, contra todo pronóstico, seguían siendo libros. El conocimiento no se transmitía en píldoras o con cables al cerebro; y tampoco se podía beber en pócimas verdes. El conocimiento se adquiría leyendo. La situación de entonces, de los años turbulentos de mitad del siglo XXI, era consecuencia directa del cambio de ciclo que empezó en 2008 y que se consolidaba en 2016. Ese año se consideraba el 'punto de giro', término prestado de la narrativa cinematográfica que describe los acontecimientos que dan paso al nudo desde la introducción o al desenlace desde el nudo.

Jugar al Trivial era mucho más difícil a principios que a mediados de siglo, sobre todo cuando te tocaba conquistar el quesito amarillo. Las nuevas actualizaciones fueron incluyendo esa multitud de preguntas cuya respuesta era 'el origen fue 2016', el año raro de la victoria de Trump, la votación de Reino Unido para salir de la Unión Europea, el recrudecimiento de la guerra civil siria o el revés de la paz en Colombia.

Los protagonistas de ese principio de siglo no parecían ser muy conscientes de estar viviendo un momento histórico de cambio. Estaban demasiado ocupados descubriendo las redes sociales, compartiendo fotos o blogueando. Tristemente hábiles, dejaron de imaginar un futuro mejor. El futuro, en 2016, no parecía tan prometedor como en 1980, 1960, 1920 o 1900, cuando la ciencia ficción todavía estaba creaba historias nuevas y no 'remakes'. Las sociedades occidentales, abstraídas, se hicieron más miedosas y pesimistas.

La situación social respondía a las consecuencias políticas de la crisis económica. Era el momento del fin de la globalización como se entendió hasta entonces y de la erosión de democracias ensimismadas que dieron demasiado por sentado. Las poblaciones habían perdido el recuerdo de los peores años del siglo XX y, en Europa, se decidieron a aupar a fuerzas de nuevo cuño eurófobo, proteccionista, xenófobo y autoritario. El fenómeno cruzó el charco y llegó a Estados Unidos, donde Donald Trump ganaba unas elecciones contra todo pronóstico. El panorama democrático en el resto del mundo -fuera Rusia, África o China- no era mucho más esperanzador. Tras un momento dorado de expansión democrática empezaba la cara b de lo que habían sido hasta entonces los años felices de finales de los 90 y principios de los 2000.

Las formaciones de nuevo cuño descubrieron una brecha de confianza producida tras la crisis económica de 2008 y decidieron abrirla. La Unión Europea fue lenta, incapaz y pesada.

La deslegitimación del sistema político vigente hasta entonces es una de las claves para entender la evolución posterior de Occidente. Las democracias estaban desnaturalizadas y en cuestión. Hubo conatos de estallido social, como las manifestaciones del 15 de mayo de 2011 en España, germen de Occupy Wall Street en Estados Unidos también en 2011 u Occupy Central en 2014 en Hong Kong. Los sistemas construidos durante la segunda mitad del siglo XX, que tanto éxito tuvieron en términos de desarrollo, prosperidad y consolidación democrática, se veían afectados por fuerzas que los destruían desde dentro. Era el momento de Alternativa por Alemania, el Frente Nacional francés, el Partido de la Libertad austriaco, Syriza en Grecia, Movimiento 5 Estrellas en Italia, The Finns, UKIP inglés, Liga Norte italiana, la coalición de votantes republicanos de Donald Trump o tantas otras fuerzas o partidos llamados entonces 'insurgentes'.

Las formaciones de nuevo cuño descubrieron una brecha de confianza producida tras la crisis económica de 2008 y decidieron abrirla. La Unión Europea fue lenta, incapaz y pesada. El poder estaba muy difuminado y nunca hasta entonces fue tan evidente cómo las respuestas políticas tradicionales no servían en un contexto global enormemente complejo y caracterizado por la transferencia de poder desde los Estados a actores no estatales.

Esa misma Unión Europea estaba jugándose entonces su futuro sin que pareciera darle la menor importancia. Los acontecimientos que se vivían entonces fueron la causa de lo que vino después, de los años turbulentos de mitad del siglo XXI. De todo eso que empezó en 2008, se consolidó en 2016 e hizo tan sencillo ganar el quesito amarillo en el Trivial. De las muchas consecuencias que tuvo el renacimiento del autoritarismo y la erosión de los sistemas democráticos, consumidos por el miedo, el derrotismo y la nostalgia.

Es verdad, el futuro no es de nadie. Tampoco del hipotético texto futurista previo. Pero qué mala pinta tiene si se queda en manos de los que menos creen en la democracia o en cualquier idea parecida a la cooperación supranacional institucionalizada en Europa. Las causas están sobre la mesa, las consecuencias aún están en nuestra mano.