El precioso balcón de Barcelona que pocos saben que rinde homenaje al jazz
Un detalle oculto al alcance solo de los más curiosos.

Barcelona es una ciudad llena de encantos y lugares secretos esperando a ser descubiertos. Todo un mosaico de barrios, plazas y callejones donde cada paseo es una experiencia única. Desde la majestuosidad modernista de Gaudí hasta los mercados repletos de sabores mediterráneos. Pero más allá de sus espacios más emblemáticos, en la ciudad condal se esconden detalles al alcance solo de los más curiosos.
En el laberinto urbano del Raval, a escasos pasos de la bulliciosa Rambla, se alza un discreto balcón escultórico que pasa inadvertido para la mayoría de los transeúntes del carrer del Carme. A simple vista puede parecer un mirador más entre los muchos que adornan el entramado de edificios del siglo XIX que se encuentran en esta zona, pero realmente esconde un patrimonio histórico y cultural sinigual.
Se trata de un balcón que rinde tributo al jazz y a la historia cultural del barrio, evocando melodías que nunca se detuvieron en el asfalto barcelonés. Desde la primera planta del número 23, dos figuras humanas de bronce tocan el saxofón en silencio, alejados de la vista de la mayoría de personas que pasan a sus pies. El edificio, obra del arquitecto Daniel Molina, fue levantado a mediados del siglo XIX y albergó en su planta baja la célebre farmacia Comabella, fundada en 1874 por Felip Comabella.
De mortero a saxo
Durante décadas, el balcón lució un motivo central en forma de mortero de farmacia, como símbolo de la tradición científica familiar, hasta que en 2006 el espacio superior fue ocupado por un taller de reparación de saxofones. Esto obligó a retirar el mortero original para dar cabida a un sistema de aire acondicionado. Ante la imposibilidad de reinstalar la pieza histórica, el Ayuntamiento obligó a la reposición de un elemento ornamental en la fachada.
Los responsables del taller propusieron entonces un guiño poético a su oficio como solución: dos saxofonistas de bronce, de pie y enfrentados, incorporados al balcón como si siempre hubiesen formado parte del edificio. Una propuesta inesperada pero que fue aprobada por el consistorio. Aunque el taller de reparación cerró hace años, las figuras continúan marcando el compás invisible del barrio.
Este peculiar balcón del número 23 del carrer del Carme se ha convertido en un símbolo de la Barcelona que fusiona pasado y presente, tradición y reinvención. En silencio, los músicos escultóricos vigilan desde lo alto el vaivén de los peatones y taxis que pasan a sus pies, recordando que la memoria urbana se construye también con pequeños homenajes ocultos en la piedra y el metal.