Ni la morcilla ni el conejo: el origen del manjar español que en otros países resulta repulsivo
Tiene un origen milenario.

La gastronomía española es una de las más ricas y variadas del mundo, conocida por su capacidad de convertir ingredientes humildes en auténticos manjares. Cada región aporta su toque único, creando una sinfonía de sabores que combina tradición, innovación y pasión por el buen comer.
Sin embargo, aunque España goza de fama internacional por su exquisita cocina, no todas sus recetas generan la misma admiración fuera de sus fronteras. En algunos países, ciertos platos típicos como el conejo o la morcilla pueden provocar sorpresa, reflejando cómo la diversidad cultural influye en nuestra percepción de la comida.
Aunque en España estos ingredientes están muy valorados e incluidos en multitud de recetas tradicionales, en otros países pueden generar incluso rechazo. Esto ocurre porque las costumbres culinarias varían enormemente entre culturas, y lo que aquí se percibe como un manjar en muchas ocasiones resulta impactante o inusual para quienes no están familiarizados con estas preparaciones.
Otra receta que genera tantas pasiones como recelos es el plato de caracoles. Para muchos, son un verdadero manjar y para otros, un plato incomprensible. Esta peculiaridad culinaria es una de las delicias más tradicionales y arraigadas de la gastronomía española. Se suele comer sobre todo en primavera y tiene un origen que se remonta miles de años atrás y que vincula a diferentes culturas y tradiciones gastronómicas a lo largo de la historia.
Un alimento milenario
El consumo de caracoles como alimento data del Paleolítico, hace más de 10.000 años. En aquella época, estos pequeños moluscos se convirtieron en una solución práctica y nutritiva para los primeros humanos. Eran fáciles de recolectar, ricos en proteínas y mucho menos peligrosos de obtener que cazar animales grandes. Prueba de su popularidad son los restos fosilizados de conchas encontrados, según El Diario de Sevilla, en lugares como los Alpes Marítimos de Francia y el Abric de Benidorm en España, que evidencian que ya formaban parte de la dieta prehistórica.
El siguiente gran salto en la historia de los caracoles ocurrió con los romanos. En el siglo VIII a.C., los habitantes del gran Imperio no solo los adoptaron como alimento, sino que los elevaron al nivel de exquisitez. Tan alta era su demanda que se crearon los primeros criaderos de caracoles. Los romanos valoraban tanto su sabor como sus propiedades nutritivas y curativas, integrándolos en sus banquetes y escribiendo sobre ellos en textos como el famoso De re coquinaria, donde se mencionan recetas que incluían caracoles fritos o asados con hierbas y especias.
Con la caída del Imperio Romano, el consumo de caracoles disminuyó, pero no desapareció. Durante la Edad Media, los caracoles fueron un recurso crucial para las poblaciones afectadas por la hambruna, especialmente en España. En tiempos de escasez, su fácil disponibilidad los convirtió en un alimento clave para combatir el hambre y la desnutrición. Además, durante la Cuaresma su consumo se popularizó, ya que, al no considerarse carne, los cristianos podían incluirlos en su dieta sin romper las restricciones religiosas.
Tradición mediterránea
El gusto por los caracoles sigue vivo en España, Italia y Francia, naciones mediterráneas donde su versatilidad los convierte en una auténtica delicia que puede prepararse de múltiples maneras: desde los tradicionales caracoles al vino tinto o en salsa. Concretamente en Andalucía, la primavera es sinónimo de bares llenos donde los caracoles son los reyes de la mesa. Con su inconfundible aroma a hierbas y especias, este plato ancestral sigue conquistando paladares y demostrando que su lugar en la gastronomía española es indiscutible.