Si escuchaste alguna de estas frases de niño, dicen que fuiste educado unos padres que no sabían cómo demostrar su amor
Muchas de estas expresiones han marcado a generaciones enteras. Pero hoy en día, la psicología ha conseguido darles un nuevo sentido e interpretación.

Hemos crecido escuchándolas, pero sin cuestionarlas. Frases que se lanzan al aire como si fueran ligeras, pero que han calado en nuestra mente hasta la edad adulta, moldeando incluso la forma en la que gestionamos nuestras emociones, entendemos las relaciones o hablamos con nosotros mismos. "Deja de llorar, que no pasa nada"; "Si no paras, te dejo aquí"; "¿Por qué no puedes ser más como tu hermana?"... son frases que han dicho tanto padres como madres quienes, en muchos casos, hacían lo mejor que podían, aunque ese "mejor" signifique que crecieron en entornos donde expresar emociones no se veía bien.
Pues bien, según el portal Global English Editing, estas frases que han sido tan habituales durante el crecimiento de generaciones pasadas, no son tan inocentes. Por eso, si alguna de estas frases te suenan de algo, es bastante probable que tus padres te quisieran, pero no han sabido demostrarlo con palabras. No faltaba afecto, pero sí formas de expresarlo.
Algunas frases se han repetido tanto que cuesta distinguir si eran de cariño o de control. "Porque yo lo digo yo" o su versión más extendida, "Porque soy tu madre y punto", se han utilizado cuando no había tiempo, ganas o herramientas para fijar unos límites. "Esa frase acababa la conversación de golpe y aprendías que preguntar estaba mal”, cuenta a la web Teresa, de 36 años, quien recuerda cómo ha dejado de cuestionarse muchas cosas por no recibir malas caras. Hoy, le cuesta expresar su opinión por miedo a parecer “conflictiva”.
"Si no paras, me voy y te quedas aquí". Son muchas las personas que, siendo pequeños, han escuchado esta frase en la calle, en un centro comercial o en un supermercado. Para un adulto, suena a una amenaza para corregir una conducta, pero para un niño es la idea de un abandono real. "El corazón se me salía del pecho. He creído de verdad que me iban a dejar solo en el supermercado", recuerda Aitor, de 42 años. Hoy, quienes crecieron con ese tipo de frases tienden a vivir sus relaciones con miedo al rechazo y, por otro lado, han desarrollado dinámicas de dependencia emocional o evitación afectiva.
También ha hecho mella la comparación constante entre hermanos o con otros niños: “¿Por qué no puedes ser más como tu primo?”, “Mira qué bien se porta tu hermana”. Frases así no motivan: castigan y fomentan una peligrosa competición por el afecto. “Te convences de que el cariño tiene un cupo limitado y tú no eres suficiente. Hoy me cuesta aceptar elogios, me parecen sospechosos", apunta Claudia. Esa lógica competitiva ha minado la autoestima de muchos adultos, quienes han terminado creyendo que tienen que ganarse el amor siendo “mejores” que alguien más.
Algunas frases también apuntaban directamente al carácter o la sensibilidad de los niños. "Eres demasiado sensible", “Los niños grandes no tienen miedo”. “Eso no es educación emocional, es represión”, recuerda la psicóloga infantil Lara Martín. “Se les dice que lo que sienten está mal y al final aprenden a desconectarse de sus propias emociones”, subraya. No llorar, no tener miedo, no quejarse: lo que parecía fortaleza era, en realidad, negación.
Y otras frases rompían las ilusiones de raíz. “Con eso no vas a ganarte la vida” se soltaba como consejo realista, pero dejaba tras de sí un mensaje claro: tus deseos no importan. Tus pasiones no sirven. “Mis padres no querían que fuera actriz. Me dijeron que me iba a morir de hambre. Ahora trabajo en una oficina que he llegado a odiar y me cuesta incluso recordar qué me ha hecho feliz”, cuenta Sara. Muchos han llegado a la vida adulta con una sensación constante de frustración, sin saber si han elegido su camino o solo han seguido el que otros han marcado por ellas.
Algunas frases iban más allá del las emociones y directamente rompían las ilusiones de raíz. Lo de “con eso no vas a ganarte la vida” se soltaba como un consejo, pero tras de sí dejaba un mensaje claro: tus deseos y tus pasiones no importan. "Mis padres no querían que fuera actriz. Me dijeron que me iba a morir de hambre. Ahora trabajo en una oficina que he llegado a odiar y me cuesta incluso recordar qué me ha hecho feliz”, cuenta Sara. Mucha gente ha llegado a la vida adulta con una sensación persistente de frustración, sin saber si han elegido su camino o solo han seguido el que otros marcaron por ellas.
Algunas se clavan más hondo de lo que parece
Frases como “He sacrificado todo por ti” han colocado sobre los hijos una carga emocional difícil de sostener. “Son frases que vienen con una factura moral”, explica la psicóloga Lara Martín. “El hijo o la hija ha acabado creyendo que debe vivir según las expectativas de otros, no según su deseo propio”. ¿La consecuencia? Adultos que se han sentido culpables por tomar decisiones personales, y que viven con el miedo constante a fallar, como si cada error supusiera despreciar los sacrificios de sus padres.
Ese legado no desaparece solo con el paso del tiempo, pero sí se puede desmontar. Desde la psicología se insiste en identificar esos mensajes, darles nombre y empezar a responderles de otra forma. “Cada vez que te dices a ti mismo ‘no es para tanto’, recuerda que eso te lo decían cuando eras niño para que dejaras de llorar. Pero ahora puedes preguntarte: ¿qué me está molestando realmente?”, propone Martín. Reaprender no significa culpar a nadie, sino tratarse con más compasión.
Y sí, muchos de esos padres y madres no lo hicieron con mala intención. “Repetían lo que les dijeron a ellos. Venían de generaciones donde ha habido guerras, hambre, migración. La prioridad era sobrevivir. Mostrar emociones era un lujo”, apunta la experta. Entender ese contexto no borra el daño, pero sí ayuda a cambiar la perspectiva. “La comprensión no implica justificar, pero sí puede abrir la puerta al perdón y a una forma distinta de relacionarse con uno mismo”.