El poder absoluto corrompe absolutamente

El poder absoluto corrompe absolutamente

En las últimas elecciones, los ciudadanos votaron, precisamente, contra la concentración del poder, hartos de lo que esa concentración ha provocado. Pero Rajoy sigue en las mismas: siendo el que más escaños ha perdido, se permite rechazar ofrecimientos del rey, poner en jaque a las instituciones y manipular la actualidad política en su beneficio.

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Foto: EFE

"El poder tiende a corromper, y el poder absoluto corrompe absolutamente". Es una conocida frase de Lord Acton que viene al pelo en las actuales circunstancias.

Lo hemos visto en las sucesivas mayorías absolutas, de aquí y de allá, del Partido Popular, y lo estamos comprobando en las consecuencias que, a diario, nos muestran la decrepitud de un partido que pide ser regenerado de abajo arriba.

No es cuestión de promover ahora la ingenuidad de que los nuevos políticos no se corromperán. Pero hoy son nuevos, diferentes. Eso les da un valor en el nuevo tiempo. Sánchez, Iglesias, Rivera, no han tenido la oportunidad de corromperse; hasta hora no han tocado poder.

En las últimas elecciones, los ciudadanos votaron, precisamente, contra la concentración del poder, hartos de lo que esa concentración ha provocado. Pero Rajoy sigue en las mismas: siendo el que más escaños ha perdido, se permite rechazar ofrecimientos del rey, poner en jaque a las instituciones y manipular la actualidad política en su beneficio, como lo hizo su ministro de Interior con el recurso a ETA para atacar un posible acuerdo PSOE-Podemos.

Ahí están sus mensajes a Bárcenas, sus amores a Rus, su debilidad por Rita Barberá, "eres la mejor". Mientras van cayendo uno a uno, en un rosario interminable, los políticos del "champán para todos, que paga el pueblo", don Mariano sigue imperturbable, más parecido al Peter Sellers de Bienvenido Mr. Chance que a un maestro del póker.

Hace unos días, el propio Rajoy nos lo dijo bien claro: "Esto se acabó y aquí ya no se pasa por ninguna", de lo que se deduce que hasta ahora se han pasado, y muchas.

En este carnaval de corrupción masiva, de juicios que se sucederán uno tras otro contra cargos de variado pelaje del Partido Popular, me viene a la memoria un caso particular que quedó en el olvido, pero que retrata de una manera diáfana esa sensación de que para los políticos del PP era posible dilapidar el dinero público, ese que logran en base a los impuestos de millones de trabajadores con sueldos ínfimos, de manera fácil, segura y sin consecuencias; tal era la seguridad en la que se movían en sus universos de poder absoluto.

La cosa comenzó una mañana de las vacaciones de Semana Santa. Me encontraba casualmente en Santa Pola, allí donde Rajoy tiene su plaza de registrador de la propiedad a la que no ha renunciado, por si acaso. Esa mañana, al tomar el café, me puse a leer el diario Información de Alicante y me encontré de sopetón con una noticia increíble, de esas que te cuesta pensar que hayan sucedido.

La noticia era la siguiente: Francisco Camps, cuando era presidente de la Comunidad Autonómica de Valencia, visitó la Cofradía de la Macarena de Sevilla, de la que forma parte como hermano macareno con el número 11.701.

Que aquellos que dilapidaron el dinero público, aquellos que robaron y se enriquecieron a cuenta de los sufridos contribuyentes, encuentren en su camino jueces dispuestos a enseñarles que quien la hace, la paga.

Corría el año 2005 y eran tiempos en los que Camps, junto con la alcaldesa de Valencia, Rita Barberá, paseaba por Valencia en un Ferrari la exitosa gestión de su comunidad que incluso había logrado atraer a la Fórmula 1, cuyo fiasco costó cientos de millones de dinero público.

Pues bien, con motivo de esa visita, Camps recibió de boca del presidente de la Cofradía sevillana una terrible noticia. La Cofradía de la Macarena había solicitado al Gobierno de José María Aznar un millón de euros para unos gastillos. El Gobierno lo había aprobado, pero hete aquí que mientras se arreglaban los tejemanejes internos del Estado para que esa cantidad pasara a la cuenta corriente macarena, llegaron al poder los socialistas de Zapatero, que paralizaron la operación.

De inmediato ,la Cofradía de la Macarena recurrió a la justicia para que el Estado le diera lo que ya consideraba suyo. Es decir, el millón de euros prometido y aprobado por Aznar. En el ínterin, como digo, aparece por allí Francisco Camps, a la sazón presidente de la Comunidad Valenciana. Iba acompañado por el entonces vicepresidente de la Caja de Ahorros del Mediterráneo, CAM.

En un momento de la visita, el presidente de la cofradía sevillana le contó a Camps sus cuitas con el Gobierno de Zapatero y la paralización del millón de euros. De inmediato, Camps se volvió hacia el vicepresidente de la CAM y le dijo: "Los macarenos necesitamos un millón de euros". La respuesta del vicepresidente de la CAM fue: "Si me lo pide mi presidente..."

Dicho y hecho. La CAM, esa caja pública que llevaron a la quiebra, esa que fue vendida por un euro al Banco Sabadell, esa a la que el Fondo de Garantía de Depósito tuvo que traspasar más de 5.000 millones de euros de dinero público, ofreció gentilmente un millón de euros a la Cofradía de la Macarena de Sevilla, donde no se le había perdido nada.

Pero la cosa no quedó ahí. Tiempo después, y tras un largo proceso, el Tribunal Supremo ordenó el pago del millón de euros prometido y aprobado por el Gobierno de Aznar a la Cofradía de la Macarena. Ahora los macarenos contaban, para sus gastillos, con dos millones, uno de los sufridos pagadores de impuestos del Estado y otro de los de la Comunidad Valenciana.

Parece increíble, una historia de las que contaba Cervantes en Rinconete y Cortadillo, un sainete de pícaros y conseguidores de la corte. Desgraciadamente es una historia real de hoy que la crisis nos permitió conocer.

Cuando Pedro Sánchez, uno de esos nuevos políticos que todavía no han tocado poder, aceptó el ofrecimiento del rey para ser candidato a presidente, mencionó precisamente a Miguel de Cervantes y dijo aquello de: "A cualquier mal buen ánimo repara".

Bonita frase, sin duda, pero incompleta. Cervantes fue más preciso en su obra El trato de Argel: "El llanto en tales tiempos es perdido, pues si llorando el cielo se ablandara, ya le hubieran mis lágrimas movido. A la adversa fortuna alegre cara debe mostrar el pecho generoso, que a cualquier mal buen ánimo repara".

Que aquellos que dilapidaron el dinero público, aquellos que robaron y se enriquecieron a cuenta de los sufridos contribuyentes, encuentren en su camino jueces dispuestos a enseñarles que quien la hace, la paga.

Amén.