La generación Z se agita
"No es difícil convencerse de que el común denominador de estas movilizaciones es la frustración de los jóvenes por la escasez de oportunidades".

La indignación de la llamada “generación Z” va cobrando relevancia mundial. En prácticamente todo el planeta, especialmente en los países menos desarrollados pero también en bastantes de los más avanzados, los jóvenes protestan airadamente por las dificultades insalvables que encuentran en su proceso de crecimiento e instalación en la sociedad. Sus progenitores les han proporcionado apenas una posición inhóspita y sin oportunidades, que les impide instalarse autónomamente y ganarse la vida en condiciones aceptables.
La inteligencia artificial define así este conglomerado generacional: «La Generación Z, también conocida como la de los "centennials" o "zoomers", es el segmento demográfico nacido aproximadamente entre 1997 y 2012, que sucede a los millennials. Se caracteriza por ser la primera generación nativa digital, ya que sus integrantes han crecido inmersos en la tecnología, internet y redes sociales desde muy jóvenes. Esta generación se enfoca en temas como la sostenibilidad, la diversidad y la salud mental, y busca un trabajo con propósito y un buen equilibrio entre la vida personal y profesional».
Pus bien: en muchos países occidentales —España entre ellos—, esta generación está iniciando movilizaciones prerrevolucionarias, que en algunos casos ya han tenido consecuencias. Cuando esto se escribe, está en pleno apogeo un golpe de Estado en Madagascar, la excolonia francesa ubicada en una gran isla al este del sur de África en la que la media de edad está por debajo delos 20 años. Tras varias semanas de manifestaciones por la corrupción gubernamental y el deterioro del nivel de vida orquestadas por el movimiento civil Gen-Z, las fuerzas armadas han tomado el control, mientras que el presidente Andry Rajoelina se ha refugiado en "un lugar seguro y secreto", sin que las gestiones de Francia y de la OUA para apaciguar los ánimos hayan dado fruto alguno. El presidente intentó disolver la Asamblea Nacional mientras los legisladores votaban a favor de destituirlo. Para que esta fuera efectiva, el Tribunal Constitucional Superior debía aprobar la votación, pero la acción militar ha acelerado el proceso. La televisión estatal ha mostrado al coronel Michael Randrianirina leyendo una declaración que decía textualmente: «Hemos tomado el poder».
Este movimiento, contagiado a través de las redes sociales y estimulado por la misma tecnología que -se pensaba- había de mejorar la vida de la gente, ya se había cobrado algunos gobiernos, concretamente los de Bangladesh y Nepal. A primeros de agosto, Sheik Hasina, una poderosa mujer que ejercía de primera ministra en Blangladesh desde 2009, optaba por huir en helicóptero a La India después de unas duras algaradas de estudiantes que causaron al menos trecientos muertos. La protesta definitiva perseguía en concreto la derogación de una ley que fijaba cuotas para asignar empleos en la Administración Pública.
A primeros de septiembre, ocurría un proceso semejante en Nepal: estallaron una serie de protestas en el país lideradas por jóvenes que se oponían fieramente a la prohibición de las redes sociales por parte del gobierno, al que acusaban de corrupto. La mangnitud de la protesta fue tal que el primer ministro K.P. Sharma Oli presentó su renuncia al cargo con efecto inmediato e hizo un llamado a "cooperar para resolver pacíficamente la difícil situación del país". La renuncia se produjo un día después de que las fuerzas gubernamentales abrieran fuego contra los manifestantes en medio de enfrentamientos callejeros que dejaron un saldo de docenas de muertos. Los miles de manifestantes que consiguieron abatir al tirano se identificaban como pertenecientes a la "Generación Z" en pancartas y carteles en sus marchas por la capital, Katmandú.
Más recientemente, otros países están experimentando fenómenos semejantes. Los más afectados son de momento Indonesia y Marruecos. No es difícil convencerse de que el común denominador de estas movilizaciones es la frustración de los jóvenes por la escasez de oportunidades, a pesar de que durante muchos años los economistas y los políticos se han hartado de prometer que las nuevas generaciones formarían parte de un crecimiento demográfico que impulsaría a las economías en desarrollo a nuevos niveles de crecimiento. La realidad es que estos países tienen dificultades para ofrecer suficientes empleos y salidas profesionales de toda índole tras el estrepitoso fracaso, mal conocido pero evidente, de su modelo de desarrollo.
En España, el descontento juvenil es fácilmente identificable, aunque la existencia de un potente estado social mitigue la irritación. Los síntomas de la precariedad que enfrentan son las altas tasas de desempleo y la precariedad laboral, una desconexión entre el sistema educativo y el mercado laboral, y las dificultades para acceder a la vivienda. Los jóvenes españoles experimentan tasas de desempleo juvenil que duplican la media de la zona euro, lo que a menudo desemboca en una pésima oferta laboral de trabajos temporales o de baja calidad, y con salarios insuficientes. Además, el retraso en la emancipación es significativo, superando los 30 años en promedio, y la riqueza neta de los hogares jóvenes es considerablemente menor que la de generaciones anteriores.
De momento, la indignación de las generaciones emergentes en España y en general en Europa es pacífica, pero no se puede descartar que si prosigue la desazón política, si lo público se mantiene en un castrador debate de sordos, la ciudadanía en busca de instalación vital lance el grito de guerra, harta de asistir al espectáculo diario de una confrontación estéril.
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