Lara, 39 años se mudó de Barcelona a un pueblo de 300 habitantes: "Si tuviera que pagar un alquiler sería de 300 euros al mes"
Un desglose económico de lo que cuesta vivir en el campo.

Cada vez son más las personas que deciden dejar atrás el ritmo acelerado y el alto coste de vida de las grandes ciudades para empezar de cero en un pueblo. La búsqueda de una mejor salud mental, la presión económica y, en muchos casos, una preferencia personal por una vida más tranquila y conectada con el entorno suelen impulsar este cambio. Una tendencia silenciosa pero creciente que redefine la idea de éxito y bienestar lejos de las grandes urbes.
Este es el caso de Lara, una mujer de 39 años que dejó hace meses la vida en Barcelona y se mudó a un pueblo de poco más de 300 habitantes. En un vídeo reciente que ha publicado en su canal de YouTube, la creadora de contenido cuenta con números reales cómo es su nueva vida rural. La combinación de una vivienda más asequible, un ritmo de vida más tranquilo y la posibilidad de tener una rutina más sencilla fueron decisivos en su mudanza.
Lara cuenta que tiene la gran suerte de vivir en la casa familiar del pueblo, por lo que puede ahorrarse toda la parte de su sueldo que antes destinaba únicamente a la vivienda en Barcelona. “Si tuviera que pagar un alquiler por una casa como la que tengo sería de 300 euros al mes”, asegura mientras compara esta cifra con los 900 euros que pagaba en la ciudad condal, una diferencia que, según explica, le permite vivir con menos presión económica.
Un ahorro considerable
Uno de los cambios que más valora Lara tiene que ver con la alimentación. En el pueblo, destaca, “tienes algo que vale oro: la calidad de los productos”. Habla de alimentos de proximidad como los tomates, los huevos o el pan, que no solo son más sabrosos, sino también más conscientes. “Tener lo justo hace que valores muchísimo más todo aquello que comes”, reflexiona. En términos económicos, en Barcelona gastaba alrededor de 450 euros al mes en comida, mientras que ahora su presupuesto se sitúa entre los 250 y 300 euros mensuales.
La vida rural también implica nuevas dependencias. “Aquí el coche no es un extra, es una necesidad básica”, explica Lara, que para ir a trabajar o acceder a servicios recorre unos 100 kilómetros diarios, lo que se traduce en un gasto aproximado de 300 euros al mes en combustible, mantenimiento y otros costes asociados. Un desembolso que asume como inevitable: sin coche, simplemente, la vida en el pueblo no sería viable.
Otro de los puntos donde nota el aumento del gasto es en la electricidad. Lara explica que en invierno el frío es intenso y la calefacción resulta imprescindible. “Cada factura de la luz se me va a unos 150 o 200 euros fácilmente”, señala, una cifra muy superior a los 50 euros que pagaba de media en Barcelona. A su vez, Lara reconoce entre risas que se deja “un pastizal” en dar de comer a los animales, un gasto fijo que no tenía en la ciudad, pero que asume como parte del estilo de vida que ha elegido.
Tras hacer números, Lara es clara en su conclusión: “Si me preguntáis si es más barato vivir en un pueblo, te diré que sí, si vienes con ganas de simplificar y hacer un cambio de chip”. Según sus cálculos, el ahorro mensual ronda los 680 euros. Eso sí, matiza que no se trata solo de gastar menos, sino de aprender a vivir de otra manera, con menos consumo y más conciencia de lo que realmente se necesita.
