La UE no protege el mercado interior
Es posible que el actual régimen sancionador de la ley europea de Mercados Digitales sea realmente excesivo. Pero eso hay que pensarlo antes, cuando se elabora la ley y cuando se aprueba. Lo absurdo es amenazar con el fuego del infierno para imponer cierta disciplina y después no hacer nada.

Como estaba previsto, la UE ha impuesto las anunciadas sanciones a dos de las cuatro megacompañías norteamericanas investigadas por prácticas ilegales que vulneran la Ley de Mercados Digitales. Apple, que cobra jugosas comisiones sobre las ventas de productos de otras compañías a través de su App Store, ha infringido la ley al impedir que los desarrolladores encaminen a los clientes a sus propios sitios web para eludir el llamado "impuesto Apple". En el caso de Meta, la empresa ha sido multada por obligar a los usuarios de Facebook e Instagram a consentir que Meta use sus datos personales si no quieren tener que pagar una cuota mensual para eliminar anuncios.
Hasta aquí, nada inesperado. Sin embargo, lo sorprendente ha sido la (ridícula) cuantía de las multas impuestas. La referida Ley prevé multas de hasta el 10% de la facturación global de la empresa, o el 20 % en caso de reincidencia. Pues bien: en lugar de una multa máxima de 39.000 millones de dólares, el 10% de su facturación, Apple pagará 570 millones de dólares; en lugar de 16.000 millones de dólares, Meta pagará 228 millones de dólares. Permítanme analizar la absoluta insignificancia de dos multas que parecen cuantiosas, pero no lo son dada la envergadura de los sancionados: Apple, con una capitalización bursátil de 3 billones de dólares, generó 391.000 millones de dólares en ingresos en 2024. De hecho, la UE, en lugar de tomar como baremo la facturación durante los 365 días del año para calcular el 10%, lo ha reducido a menos de dos días (46 horas) en el caso de Apple y a poco más de un día (28 horas) en el de Meta.
Muchos medios, tanto europeos como americanos, han interpretado que estas sanciones ridículas decididas por Ursula von der Leyen y su colegio de comisarios han sido intencionadamente livianas para mitigar el furor de Trump en su disparatado arrebato proteccionista. La maniobra es tan pueril como seguramente inútil: la estrategia de Trump, que parece a veces improvisada, se basa en cálculos de mayor calado, sin que los gestos simplones de buena voluntad tengan utilidad alguna.
Por otra parte, la lenidad de quien ejerce el control de los mercados tiene un efecto altamente contraproducente sobre los intereses de la ciudadanía: con multas tan suaves, es probable que las compañías consideren que les compensa continuar con sus artimañas, ya que el coste de eliminarlas sería muy superior. En consecuencia, las compañías considerarán la sanción como un pequeño impuesto que hay que aceptar y continuarán con sus prácticas viciadas.
Asimismo, esta clase de comportamientos frustra e irrita a la opinión pública europea, que ve cómo los ciudadanos dela UE, uno a uno, estamos bajo la lupa estricta de los organismos fiscales, asaeteados por cargas infinitas, en tanto los más ricos, las mayores compañías del mundo, reciben, cuando violan la ley, sanciones puramente simbólicas.
Es posible que el actual régimen sancionador de la ley europea de Mercados Digitales sea realmente excesivo. Pero eso hay que pensarlo antes, cuando se elabora la ley y cuando se aprueba. Lo absurdo es amenazar con el fuego del infierno para imponer cierta disciplina y después no hacer nada. Aunque en este caso lo lógico sería reflexionar sobre si estos contenciosos trasatlánticos han de resolverse por la vía de las sanciones y no de la negociación.
A las pocas horas de conocerse las sanciones de Bruselas contra las tecnológicas, la prensa americana informaba —¡qué casualidad!— de que la Pesticide Action Network (PAN) Europa — una organización que agrupa a los principales expertos independientes sobre pesticidas en Europa— acaba de publicar un informe según el cual existe en todos los vinos europeos una contaminación generalizada con ácido trifluoroacético (TFA), un subproducto de ciertas sustancias químicas usadas como pesticidas. Según estos investigadores, este contaminante, que no se detectaba antes de 1988, está hoy presente en prácticamente todos los vinos europeos, llegando en ocasiones a los 320 microgramos por litro en las últimas cosechas, un nivel más de 3.000 veces superior al límite legal de la UE para residuos de pesticidas en aguas subterráneas… El país europeo más afectado es Austria, pero todos los europeos tienen el problema… que tiende a incrementarse, ya que las viñas son biológicamente muy delicadas y la química se ha impuesto para eludir graves enfermedades. Ahora, podría ser que en un futuro no lejano el remedio sea peor que la enfermedad porque es claro que, en un rapto de rigor, Norteamérica podría cerrar sus mercados a los vinos europeos.
Quienes pensamos que el azar no existe, tendemos a creer que estas coincidencias son un aviso a navegantes. Si Europa establece rígidas normas a sus importaciones, es muy probable que sus exportaciones se vean afectadas. Lo que no significa que no hayamos de defendernos de los abusos ajenos. Pero los buenos economistas saben que el comercio crece y se extiende en un clima de diálogo y negociación, y se agosta cuando hay enemistad y rigidez. Lo que es seguro es que Bruselas, en este arduo asunto, además de hacer el ridículo, ha prestado un flaco e inoportuno servicio a la cooperación económica internacional.