Trump frena por fin a Moscú
Europa ha de convencerse cuanto antes de que los actuales problemas geoestratégicos que la aquejan no son culpa del líder americano sino de la propia inanidad de la UE y de su manifiesta incapacidad en fortalecerse y federalizarse.

El marrullero Trump trata de aparentar que con su inteligencia superior es capaz de tomar en cada momento las decisiones correctas, como haría cualquier autócrata poseído de sí mismo. Pero Norteamérica es un estado avanzado, estratégicamente maduro y dotado de instrumentos potentes y discretos de toma de decisiones que apuntan casi siempre en la dirección adecuada, aunque hayan de sortear a menudo la teatralidad hueca y artificial de su clase política, y en este caso del desaforado Trump.
La conducta del presidente USA con respecto a Ucrania ha sido al principio inquietante. Antes de ganar las últimas elecciones, el presidente auguró que resolvería la guerra en Europa en 24 horas, entre otras razones porque conocía bien a Putin. Como es bien patente, aquella grandilocuente y vacua promesa solo fue un señuelo inconsistente, pero los últimos movimientos de la Casa Blanca parecen indicar que, tras el fiasco de Alaska —la reunión de Putin y Trump en que agosto , en que aquel mantuvo íntegramente su posición para exasperación de este—, la suspensión posterior de una nueva cumbre en Hungría representaba no solo una dilación del proceso, como se dijo, sino un replanteamiento americano de la estrategia: efectivamente, el pasado miércoles, Trump anunciaba nuevas sanciones “tremendas” contra la petrolera privada rusa Lukoil, la mayor de todas, y la petrolera estatal Rosneft, lo que marca las primeras represalias estadounidenses contra Moscú desde que Trump asumió el cargo.
Los detalles de las sanciones no se conocen todavía completamente pero, según los expertos, serán muy dolorosas, no solo porque obligarán a las dos empresas a vender gran parte de sus activos y suspender el suministro de oleoductos a Europa, sino también porque al fin la UE se librará de la dependencia rusa, que todavía se mantiene incomprensiblemente. Rosneft y Lukoil representan alrededor de dos tercios de los 4,4 millones de barriles de crudo que Rusia exporta cada día. Las sanciones entrarán en vigor el 21 de noviembre.
Hay que reconocer en este punto que la premiosidad americana en la adopción de medidas drásticas contra Moscú se debe en parte a la indolencia europea. Hace poco más de un mes que Trump criticó con dureza a Europa por seguir comprando “inexcusablemente” energía a Rusia, una transacción vergonzante que en total aporta una cuarta parte de los ingresos del tesoro de guerra del Kremlin. En aquel momento, también lanzó un ultimátum a la UE, que marcaba la pauta: «Estoy dispuesto a aplicar importantes sanciones a Rusia cuando todas las naciones de la OTAN hayan acordado y comenzado a hacer lo mismo, y cuando todas las naciones de la OTAN dejen de comprar petróleo a Rusia». A la hora de la verdad, se ha adelantado a los europeos.
En realidad, la UE no ha sido diligente pero tampoco ha estado cruzada de brazos: aunque el petróleo circula por los oleoductos, Bruselas ha impuesto un embargo al crudo, combustible y carbón rusos que entran al bloque por vía marítima, y ha reducido la participación del Kremlin en el mercado del gas de la UE del 45 % al 13 %. Y los bienes e instalaciones de la estatal Rosneft han sido incautados en parte. Pero la privada Lukoil sigue haciendo negocio. Según "POLITICO", la mayor petrolera privada de Rusia gestiona cientos de gasolineras en toda la UE , incluidas unas 200 en Bélgica; opera refinerías gigantes en Rumanía y Bulgaria; y posee el 45 % de una planta de procesamiento de combustible en los Países Bajos. También suministra petróleo a Hungría y Eslovaquia, que aún dependen energéticamente de Moscú (Rusia les proporciona entre el 86 % y el 100 % de sus importaciones). Aprovechando una cláusula de exención de sanciones, ambos países comunitarios se han resistido obstinadamente a abandonar a Moscú, a pesar de la intensa presión de la UE. Hay, como se ve, mucha tarea por hacer.
Sin ánimo de revisionismo alguno, es evidente que Angela Merkel fue poco rigurosa al plantear sus relaciones con Moscú, no solo manteniendo sino ampliando la dependencia energética de su país con respecto a la opaca potencia oriental. La construcción del segundo gran oleoducto por el Báltico entre Rusia y Alemania, el Nord Stream 2, que está terminado pero que fue cancelado por Alemania tras la invasión rusa de Ucrania, fue un error histórico impropio de la lideresa del país más poderoso de Europa occidental, con una carga histórica tan notoria y tan reciente.
Por otra parte, algunos países que pertenecieron a la órbita de la URSS durante la guerra fría mantienen lazos estructurales con Rusia, que la UE no ha sido capaz de desactivar ni mucho menos de extinguir. Pero ahora, con este paso dado por Washington, la situación cambia, aunque Rusia pueda seguir vendiendo de momento sus hidrocarburos a China e India, países con los que la UE no ha sabido estrechar los lazos suficientemente sólidos todavía.
Ahora sí que la guerra de Ucrania supone para Rusia una amenaza a su propio desarrollo. La brutalidad de Putin, un siniestro dictador, hace que el gran país euroasiático no atienda a razones políticas pero no tiene más remedio que ceder a las presiones económicas, porque el nivel de vida de su propia gente —es decir, la estabilidad social del país— depende de ello. El actual estancamiento de la guerra de Ucrania no se resolverá favorablemente para Kiev allegándole más armas de mayor alcance sino presionando económicamente sobre Rusia. Algo que tampoco Europa ha tenido la capacidad de hacer.
Trump es un monstruoso producto de una cierta visión del capitalismo, pero Europa ha de convencerse cuanto antes de que los actuales problemas geoestratégicos que la aquejan no son culpa del líder americano sino de la propia inanidad de la UE y de su manifiesta incapacidad en fortalecerse y federalizarse. Como es patente, Trump, de momento, aprieta pero no ahoga.
